sábado 15 de junio de 2024

“Aquaman y el Reino Perdido”, la coda del Universo Extendido de DC

La última pieza del DCEU es un digno canto del cine, sin sorpresas extravagantes pero con un logrado equilibrio entre entretenimiento e ironía. Este capítulo final marca el fin de una era y anticipa el reinicio de la franquicia en 2025.
Aquaman
 Aquaman, interpretado por Jason Momoa. Crédito: Warner Bros.

Aquaman y el Reino Perdido, que llegó esta semana a las carteleras de cines,  está llamada a convertirse en el canto del cisne del antiguo Universo Extendido de DC. La película de James Wan, estrenada algunos meses después del fracaso de Blue Beetle, The Flash y Shazam 2, marca el cierre oficial de la vieja escuela del cine DC, aquella que, al igual que el Universo Cinematográfico de Marvel, pretendía reunir a todos los superhéroes de la editorial en un universo compartido. 

Un objetivo que, carente de planificación a largo plazo y condicionado por el abandono del director Zack Snyder, empezó en desventaja, y culminó con el desmoronamiento completo del proyecto. Esta desintegración allanó el camino para una reorganización total en el nuevo Universo DC planificado por James Gunn y Peter Safran, que tiene previsto debutar en 2025 con la película Superman: Legacy.

De manera análoga a lo expresado acerca de The Flash y Blue Beetle, evaluar una obra como esta secuela implica, por lo tanto, examinar una porción de un proyecto que ya pertenece al pasado, resultado de una programación obsoleta y quizás destinado a no presentar más novedades. Esto constituye una carga negativa simbólica, especialmente en la era actual, aún dominada por las franquicias mediáticas y los universos (o multiversos) compartidos entre el cine, la televisión, el cómic y otros medios.

2. Credito Warner Bros
Aquaman y el Reino Perdido es la última película del DCEU. Crédito: Warner Bros.

Aquaman se convierte en padre de familia

La trama comienza unos años después de los acontecimientos de su predecesora: Arthur Curry/Aquaman (Jason Momoa) se encuentra manejando el difícil doble papel de padre de familia y rey ​​de la Atlántida, junto a su compañera Mera (Amber Heard) y con el apoyo de su padre Tom (Temuera Morrison); mientras tanto, David Kane (Yahya Abdul-Mateen II), también conocido como Black Manta, hijo del pirata Jesse Kane con quien Curry se enfrentó años antes, busca vengarse de Aquaman por la muerte de su padre. 

Durante una exploración en busca de una poderosa fuente de energía de origen atlante, con la que le gustaría reparar su antigua armadura, Kane se topa accidentalmente con el Tridente Negro, una reliquia que estaba escondida bajo el hielo; la posesión del artefacto lo pone en contacto con una antigua fuerza maligna, que le promete la destrucción de Aquaman. La amenaza de Black Manta empuja así a Aquaman a pedir la ayuda de su hermano Orm (Patrick Wilson), encerrado en prisión. Esta operación es extremadamente arriesgada, que sin embargo unirá a los dos hermanos contra una amenaza que corre el riesgo de destruir tanto el mundo acuático como el terrestre.

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Patrick Wilson y Jason Momoa como Orm y Arthur Curry. Crédito: Warner Bros.

Aquaman tiene una trama casi autosuficiente

En comparación con su predecesora de 2018, que también contó con Wan como director, Aquaman y el Reino Perdido parece disfrutar de una imaginería más abiertamente lúdica, que atenúa en gran medida el drama del origen del protagonista y hace un guiño hasta cierto punto al estilo marvelita, y en particular a las entregas finales de la franquicia Thor.

La épica oscura y de temas adultos que Zack Snyder había impregnado en el universo cinematográfico de DC, la cual también tuvo eco en parte en la primera entrega de Aquaman, experimenta aquí un cambio hacia un enfoque decididamente más alegre. Una vez más, se compone de secuencias de lucha intercaladas con chistes y momentos irónicos más o menos evidentes, acompañados de situaciones familiares y “políticas”, en especial durante la extensa introducción donde el protagonista reflexiona sobre la dificultad de ser soberano y padre de familia, todo ello enmarcado por las inevitables composiciones rockeras de épocas pasadas.

Una elección en nombre de la desmitificación que, si por un lado puede provocar una sensación de déjà vu en el espectador más acostumbrado a los tonos narrativos de algunas superproducciones modernas, por otro lado, no se permite intrusiones en sí misma. 

Pero, más que nada, esta secuela parece ser consciente –y al haber sido rodada en 2021, esto es ciertamente comprensible–, de vivir en una especie punto medio, eligiendo un modo narrativo autónomo que conecta solo con sus protagonistas directos, evitando cruces con otras líneas narrativas del universo DC y otras propiedades intelectuales de la marca. Una elección opuesta a la ya mencionada, más ambiciosa y mucho más desastrosa The Flash.

4. Credito Warner Bros
Yahya Abdul-Mateen II como Black Manta. Crédito: Warner Bros.

Aquaman llega antes del gran reinicio 

Sin simplificaciones narrativas y algunos pasajes quizás excesivamente apresurados, se puede decir que Aquaman y el Reino Perdido logra su cometido o, en cualquier caso, es consistente con sus premisas. El aspecto melodramático del conflicto entre hermanos fue atenuado, casi como si el director quisiera subrayar que no se trata de una dinámica similar a la de Thor/Loki; en todo caso, se hace hincapié en la importancia del concepto de familia, y en el camino de “redención” del personaje interpretado por Patrick Wilson.

La parte técnica de la película, en líneas generales, refleja la magnitud del presupuesto de 205 millones de dólares, destacándose por una cautivadora representación del universo submarino que adquiere un tono más oscuro durante la parte del reino perdido, escenario de un enfrentamiento que se desenvuelve con un clímax destacado y un hábil manejo de la puesta en escena.

En el medio, en lugar del énfasis en la convivencia que caracterizó la película anterior (más matizada aquí), esta secuela pisa con fuerza el pedal del mensaje ecológico, tal vez de una manera un tanto insistente -la reiteración no siempre es funcional a la eficacia-, pero sin embargo apreciable en intención. Además de obtener un resultado global interesante, que pone un punto digno –aunque sin particular destellos de originalidad–, en un universo que decidió reiniciarse, rompiendo claramente con el pasado. Un pasado en el que Arthur Curry seguirá siendo, al fin y al cabo, uno de sus elementos más comprensivos.

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