miércoles 1 de mayo de 2024

Diego eterno, ruega por nosotros

A tres años de su partida física, reivindicamos el legado de Diego Armando Maradona, más allá de las alegrías futbolísticas. Una mente compleja, llena de carencias y marcada por los errores, que siempre miró con desprecio al poder y nunca dejó de embarrarse por los humildes.
Diego
Diego gambetea al destino y escribe su mejor historia. El poder siempre ha intentado limitar su magia, su talento y sus sueños. Sin embargo, Maradona ha podido sobrellevar las presiones y sacar lo mejor de sí en búsqueda de su ilusión y la de todo un país: ganar la tan ansiada Copa del Mundo. Crédito: Diseño Nota al Pie

“La época de Diego Maradona se terminó”. Palabras más, palabras menos, así lo señaló el ex presidente de la Nación, Mauricio Macri, en una reciente entrevista para un importante canal de noticias. “Disruptivo y transgresor”, como también lo definió en otro apartado, dejó entrever las cualidades que más le disgustaban del 10. 

Una vez más, como ya lo hiciese durante su gestión en Boca Juniors (1995-2007) y como jefe de todos los argentinos, se encargó de echarle en cara todos sus errores, aunque él ya no estuviese presente. Sacó a relucir los “trapitos sucios” y no escondió la crítica más cruel: “los argentinos dejaron de tener de ídolo al transgresor, al vivo”.

Al escuchar estas palabras, uno puede cuestionarse rápidamente: ¿se puede dejar de idolatrar a alguien, solo porque los tiempos cambian? ¿se puede dejar de amar a un ídolo tan popular, solo porque no representa los ideales de quién nos obliga a olvidarlo? Y en definitiva, ¿los argentinos estamos obligados a olvidar a quién nos brindó tantas alegrías, solo por no sentirnos representados por sus acciones?

Maradona era transgresor, disruptivo, vivo, polémico y poseía otras características que lo acercaban a lo más bajo de nuestras propias sombras. En definitiva, lo volvían auténtico, una persona como nosotros. Sus imperfecciones no limitaban su talento, sus palabrerías no opacaban su luz propia y sus errores no lo bajaban del pedestal en donde él mismo se había ubicado merecidamente.

Seamos honestos: todos tenemos algo de Maradona en nuestras vidas. Nadie es perfecto, nadie es intocable, nadie le escapa a la mano que corta el hilo que nos separa de la eternidad. Sin embargo, nadie puede ser Diego. Porque si Maradona era lo mundano, Diego era la magia. Era el talento nato, puro, ese que no todos poseemos, pero que aspiramos alguna vez tener desde pequeños.

Diego era ese guerrero que, dentro de un campo de juego, sacaba a relucir las falencias de los ajenos, el virtuosismo de los suyos y transformaba las situaciones adversas en una victoria que rozaba la épica. Desde su debut en Primera División el 20 de octubre de 1976, con la camiseta de Argentinos Juniors, demostró poseer las características de un líder, pero con una cuota de magia extra en su zurda.

Esa cuota extra de talento, que lo diferenciaba del resto, obligó a Diego a convivir en algún punto de su vida con Maradona, su coraza en la vida pública, sobre todo en sus momentos más oscuros. Solo así, el diamante en bruto pudo hacer la diferencia hasta que su cuerpo dijera basta. 

Solo así pudo hacerle frente a la fama inminente, soportando presiones y sucumbiendo como todo mortal a su costado más natural. En definitiva, Diego terminó cediendo física y mentalmente, para darle un lugar al Maradona que todos conocimos en sus últimos años de existencia.

Nadie está preparado para la fama

Ese joven Diego creció desde abajo, sobreponiéndose a los golpes que le ofreció el fútbol, como su no convocatoria al Mundial ́ 78, que a la postre Argentina ganaría como local. Conoció la gloria y redención en el Mundial Juvenil de Japón 1979, consagrándose campeón y arrimándose por primera vez a una fama no tan naturalizada en alguien con esa juventud y talento.

En paralelo, Maradona se crió viviendo las miserias más crudas que la vida nos puede ofrecer, rodeado por el hambre, la pobreza y la violencia de la calle desde su hogar en Villa Fiorito. A posteriori, ese Maradona más reservado por el deportista pudo lograr sacar a su familia de ese mundo inestable y trasladarla a La Paternal, un barrio que funcionó como refugio y que le ofreció un rato de tranquilidad entre tantas penurias.

En sintonía, Maradona supo convivir de frente con una época oscura de nuestro país, en donde muchos de sus pares, por ideología política o por rechazo a la dictadura de turno, apenas pudieron escapar. Entre las pocas victorias morales, vale destacar el aborrecimiento al saludo del dictador Jorge Rafael Videla cuando fue recibido como campeón mundial juvenil. Ya marcaba sus ideales.

Diego, con el correr de los años venideros, empezó a convivir con la presión de los medios, especialistas y especuladores, quienes esperaban como animales de rapiña su transformación en el mejor jugador del mundo. Sobre todo, tras su paso por un endeudado Boca Juniors, en donde el título de 1981 maquilló su prolífica carrera en el Bicho de La Paternal.

Sin embargo, los posteriores “fracasos” deportivos en el Mundial ́ 82 y en el FC Barcelona, sumado a una grave lesión que lo alejó varios meses de las canchas en 1983, limitaron parcialmente sus sueños. Para la gran mayoría, ya había pasado lo mejor de él y apenas tenía 24 años. Todo cambió en 1984: Napoli se transformaba en su refugio deportivo.

Maradona, por su parte, empezaba a evidenciar en su cuerpo los vicios más asquerosos que la fama podía ofrecer: la cocaína se había convertido de a poco en su “néctar” y los “amigos del campeón” empezaban a aparecer. 

Un dolor también empezaba a hacerse latente: la derrota en la Guerra de Malvinas frente a Reino Unido, victoria reivindicada por Margaret Thatcher, hacía mella en su corazón ya herido por tantos golpes. La caída en 1982 generó un daño incalculable en la nación y Maradona lo sabía. Necesitaba aparecer Diego.

Diego
Napoli y Boca Juniors. El barro y lo popular. El éxito y el amor eterno. Dos pasiones unidas por el sur y los momentos de gloria. De la nada al todo en poco tiempo, su paso por ambas instituciones dejó una huella imborrable en el tiempo. Crédito: Collage Nota al Pie

La gloria eterna

Nápoles era para Diego lo que Fiorito era para Maradona. Un lugar en donde las miserias económicas, los despojos de humanidad, la discriminación constante del norte y el no pertenecer a ningún lado hacía a la idiosincrasia de su población. Sin embargo, para Diego fue un reencuentro con sus orígenes, recibiendo a diario el cariño del público sin críticas dañinas (aunque muy pasionales). 

La ausencia de presiones y el apoyo moral que le ofrecieron los napolitanos le permitieron a Diego prepararse mejor para SU Mundial. México ´86 terminaría transformándose no solo en la máxima coronación de su carrera deportiva, sino en un punto de inflexión en la historia del fútbol. Allí nacía el nuevo monarca del deporte más popular del mundo.

Los números hablan por sí solo: sus cinco goles y cinco asistencias en siete cotejos ayudaron a nuestro país a alcanzar su segundo título mundial, último hasta la consagración el año pasado en Qatar 2022. Sin embargo, estos números no explican completamente el fenómeno, sino las pequeñas victorias personales que marcaron a Diego y lo unieron al público argentino para siempre.

El debut ante Corea del Sur, recibiendo la mayor cantidad de faltas que se tengan registradas en mundiales a un solo jugador (once en total), finalizó con tres maravillosas asistencias a Oscar Ruggeri y Jorge Valdano por duplicado. El gol “imposible” ante Italia para igualar en la segunda fecha y el partidazo ante Bulgaria con asistencia incluida a Jorge Burruchaga le permitió liderar al equipo en su zona.

Posteriormente, el partido perfecto ante Uruguay por los octavos, con gol anulado incluido, empezó a prepararlo para lo mejor de su repertorio en los partidos más calientes. El destino lo tenía preparado lo mejor: Inglaterra en cuartos de final. En dicho cotejo, considerado por muchos como una revancha tardía, Diego le ofrecía al mundo sus dos goles más antológicos: la Mano de Dios y el Gol del Siglo.

El encuentro, inolvidable en muchos aspectos, resultó en un homenaje en vida para “los pibes de Malvinas”, muchos de los cuales seguramente hubiesen vitoreado su nombre y llorado con sus goles. Con la victoria moral a cuestas, Diego cumplía con otro partido perfecto ante Bélgica, regalándonos dos goles para “alquilar balcones”, que le permitieron quedar a un paso de cumplir uno de sus sueños: ser campeón. 

Pese a ser reñido y sufrido el cotejo ante Alemania, el fútbol no permitió dejar con las manos vacías a un Diego en su estado máximo. La asistencia a Jorge Burruchaga, para el 3 a 2 final, fue quizás su último regalo al pueblo argentino. Diego Armando Maradona había alcanzado la cumbre y conseguido la inmortalidad. 

Luego de años de lucha y sacrificio, finalmente, Diego se había ganado el amor de su país. Pero para muchos, este éxito terminaría por despedir para siempre al mejor de los nuestros en un campo de juego. Maradona, en este punto, empezaba a marcar la cancha.

El dolor, la traición y el proceso del final

La victoria en México no solo puso los focos en Diego: expuso a Maradona a una fama que ya no dejaría de perseguirlo. Los paparazzis se harían habitues moradores de su privacidad. Y lejos de querer alejarlos, les permitió invadir cada rincón de su humanidad. 

La familia empezaba a crecer, con el nacimiento de sus hijas Dalma y Giannina y un consagrado matrimonio con Claudia Villafañe. En paralelo, Maradona se dejaba seducir por sus deseos de infidelidad. Aunque era un secreto a voces, el nacimiento de su primogénito italiano, Diego Junior, lo mantenía en vilo.

Napoli, como su estrella máxima, crecía deportivamente, llenándose de gloria, victorias, títulos y los lujos de la fama efímera. El abuso de sustancias y su animosidad con la mafia napolitana eran opacadas magistralmente por sus gambetas. El crecimiento de Maradona parecía no tener techo, sin embargo, llegó un punto de quiebre total en esta historia: Italia ´90

No solo una lesión en el transcurso de la competencia hicieron mella en su juego (el cual estuvo apenas iluminado en el clásico ante Brasil, con pase incluido), sino el duelo semifinal ante los locales en el San Paolo napolitano, ciudad en donde él se sentía amo y señor. Allí, Argentina eliminó a los Azzurra por penales, generando un odio generalizado en toda la nación italiana.

Dicha victoria le costó a Maradona mucho más que ser perjudicado en la final del Mundial, en donde cayó ante Alemania por un penal dudoso. Le costó el rechazo de todo un país e inclusive, de napolitanos que tanto lo amaban. Empezó a recibir amenazas de la mafia, ser perseguido por el fisco, y vivió expuesto a caer en el doping domingo a domingo, hecho que finalmente aconteció en 1991 tras un cotejo ante Bari. 

El 17 de marzo de aquel año, Maradona fue suspendido por la Federación Italiana de Fútbol (FIT) por un lapso de 18 meses, producto del consumo de drogas. De esta manera, sin poder siquiera imaginarlo, se despidió para siempre de Nápoles, su lugar en el mundo. De allí en más, apenas pudo vivir pequeños momentos de felicidad en Sevilla y Newell ‘s Old Boys, sitios de paso en su carrera deportiva.

Sin embargo, una vez más, el fútbol (o el negocio en este caso) volvió a ofrecerle una breve oportunidad de volver a ser Diego: el Mundial de Estados Unidos 1994. Con una preparación documentada y estricta, Maradona llegó a la cita con sed de revancha por lo ocurrido en Italia, por lo acontecido en su carrera deportiva y por sus errores en el pasado que lo privaron de ser feliz en una cancha.

El 25 de junio, tras la victoria ante Nigeria, el cruel destino le preparó el peor de los finales. Ningún aventuroso hubiera vaticinado que aquella enfermera rubia, simpática y que tan amablemente llevaba a Maradona de la mano, sería la última en llevarse una imagen nítida del jugador que fue. El astro daría positivo en el control antidoping, “cortándole las piernas” para siempre. 

En una lucha sin sentido, Maradona se encargó durante los años venideros en responsabilizar a la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado) y su cabecilla, Joao Havelange, de “meter mano” para sacarlo de la Copa del Mundo. Con pruebas en su contra y el escrutinio público dándole la espalda, Maradona respiró sus últimos años deportivos entre la dirección técnica y un cierre poco exitoso en Boca.

Diego
México 86, su regalo a la eternidad. Para cualquier futbolista, alcanzar la cúspide equivaldría a demostrar en una cancha cinco minutos de lo que Diego pudo hacer siquiera en el compromiso ante Inglaterra. Explosión, gambeta, magia, todo en envase chico. Crédito: Collage Nota al Pie

¿Cual es cual, Diego o Maradona?

Tras su retiro deportivo en 1997, luego de una victoria superclásica ante River Plate, Maradona trastocó su rumbo. Un nuevo doping positivo obligó a acelerar los tiempos y alejarlo para siempre del verde césped. Tras esta etapa, se volvió asiduo a los programas de chimentos, polémicas y cualquier temática que siquiera sacar un lucro de su sola mención. 

De allí en más, queda en uno señalar cuál es el excedente de todos sus errores y decisiones, porque lo que vivió entre el retiro y su despedida roza a una montaña rusa de emociones. Quizás, podríamos quedarnos a analizar su polémico paso por Cuba, con los reiterados encuentros con su ídolo Fidel Castro y las denuncias de acoso sin mucho más avance, en medio de su recuperación por consumo de drogas.

También podríamos aventurarnos en sus cercanías con la muerte durante los años 2000 y 2004 o su milagrosa recuperación de peso y salud para el 2005. O quizás, podríamos volver a virar el curso hacia lo deportivo y comentar sus pasos desafortunados en la dirección técnica de Argentina y varios clubes de Emiratos Árabes y México. O inclusive su cierre en Gimnasia y Esgrima de La Plata.

O inclusive prefieran abordar su costado más solidario, apoyando la causa de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, la defensa férrea de los jubilados y el aporte solidario a la crisis económica del país durante la pandemia del Covid-19. En definitiva, son muchos los tópicos que abordaron a Maradona en sus últimos años, siempre detrás de un flash o un comentario hiriente.

Con todo lo anterior dicho, queda por hacernos dos preguntas: ¿ustedes hubieran estado listos para ser Maradona?¿O hubieran elegido ser como Diego? Al momento de su muerte, ocurrida el 25 de noviembre de 2020, ya poco quedaba de ambos. Encerrado en la dirección técnica del Lobo platense, solo se mantenía latente un chispazo de aquel Diego juvenil, quién mantenía viva su llama por amor al fútbol.

Con la muerte, sorpresiva por el momento pero esperable para un hombre con su carga, transformó a Maradona nuevamente en el Diego de la Gente, siendo acompañado por más de dos millones de personas en un velorio improvisado realizado en la Casa Rosada, lugar donde supo compartir con su gente el trofeo de México 86. 

El traslado de su féretro, que incluyó una polémica invasión a la casa de gobierno, quizás un aspecto que el Maradona más desafiante al poder hubiera apoyado, condecoró una jornada de dolor. Las calles se llenaron de pancartas, las lágrimas brotaron por cada lugar recóndito de nuestro país y recorriendo el mundo entero. 

Al día de hoy, pocos medios, incluso deportivos, atinan a mencionar su nombre. Su apellido es usurpado y ultrajado por corruptos negociados, que se animan a ofrecer un sinfín de productos con la marca Maradona. Sin embargo, todavía quedamos personas que le expresamos a ese “Dios bajito”: perdónanos, donde quieras que estes. Para el pesar de muchos, lo fuimos olvidando erróneamente con el pasar de estos años.

Al final de todo este recorrido, más allá de querer imponer su apellido y sacar lo peor de sí mismo para el beneficio de unos pocos, Diego siempre quedará eternizado por lo que mejor sabía hacer: explotar la magia de su zurda, llevando las ilusiones de miles de soñadores, de personas embarradas en sufrimiento, del barrio carente de esperanzas, del futbolista frustrado o del oficinista encerrado en la monotonía.

Maradona siempre llevará la carga de nuestros errores, de nuestras broncas, como el ser imperfecto que fue, como lo somos nosotros. Diego, por su parte, siempre será eterno, porque mientras haya una pelota rodando por una cancha de barro, el duro cemento o el verde más pulido, allí estará él. Rogando por nosotros, uniéndose a nuestras batallas y sacando lo mejor que tenemos cada uno. Siempre eterno.

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