El trastorno de espectro autista (TEA) es una condición compleja con la que se nace y, aunque puede diagnosticarse a lo largo de toda la vida, cuenta con un protocolo de evaluación y estrategias de intervención específicas. Recientemente, el caso de la reconocida conductora de televisión Maju Lozano generó un debate en torno al autismo y la banalización de esta condición neurológica.
La conductora protagonizó un sincero testimonio en la despedida de su programa en Canal 9, al revelar públicamente que le habían diagnosticado autismo. Según aseguró, esta confesión significó un renacer y la oportunidad de reconstruir 51 años de dudas y buscar explicaciones sobre su vida. Sin embargo, también generó una serie de reacciones encontradas, con duras críticas, acusaciones de banalización y comentarios tanto a favor como en contra.
Para conocer más sobre la problemática, Nota al Pie dialogó con Alicia Stolkiner, licenciada en Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba y diplomada en Salud Pública en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Buenos Aires.
Diagnóstico y comprensión
“Desde que era muy chica sentí que era un mundo en el que yo no pertenecía, que no había grupos en los que yo me identificaba”, comentó Lozano mientras se despedía de su programa.
En el transcurso de su programa, la conductora mencionó abiertamente que experimentaba situaciones que no lograba entender completamente. Entre estas, incluyó la aversión al color rojo, la incapacidad para consumir frutillas y arándanos, así como la imposibilidad de vestir prendas de ese color.
El TEA es un trastorno complejo que afecta la comunicación, la interacción social y el comportamiento de las personas a lo largo de su vida. Si bien existe la posibilidad de diagnóstico en diferentes etapas, se sustenta en protocolos de evaluación y estrategias de intervención concretas.
La importancia del diagnóstico correcto
En diálogo con Nota al Pie, Alicia Stolkiner destacó la importancia de distinguir entre diagnósticos y rasgos que podrían ser parte del espectro autista.
Leo Kanner fue un psiquiatra austríaco que describió el trastorno autista como “falta de contacto con las personas, ensimismamiento y soledad emocional”. No fue el primer psiquiatra que percibió los síntomas, pero sí el primero que los diferenció de la esquizofrenia.
Sobre esto, Stolkiner señala que “el autismo que describe Leo Kanner se puede detectar prácticamente en el primer año de vida, es un cuadro muy definido”. Según señala la psicóloga, muchas veces suele confundirse el TEA con otros tipos de trastornos como por ejemplo el mutismo selectivo.
Cuando les niñes con mutismo selectivo se sienten ansioses suelen reaccionar con falta de contacto visual, sin expresión y otras conductas que pueden parecer un trastorno del espectro autista. Sin embargo, este trastorno es intrínsecamente diferente del autismo.
La especialista también destaca que no hay una frontera definitiva entre las manifestaciones definidas de la condición autista y las características únicas de cada individuo, “desde ser personas introvertidas y menos sociables hasta tener un mundo interno más enriquecido y desarrollado”, afirma Stolkiner. Ella subraya que esta gama amplia y variada contribuye a que el diagnóstico sea un procedimiento delicado.
En busca del alivio que trae el diagnóstico
En cuanto al diagnóstico, la psicóloga Alicia Stolkiner enfatiza que tampoco puede realizarse por rasgo de carácter: “Que una persona se lave mucho las manos, sea ordenada, no significa que tenga un trastorno obsesivo compulsivo, por ejemplo», detalla.
Además, se debe tener en cuenta la complejidad del espectro autista, destacando que no existe una línea divisoria absoluta entre las manifestaciones claras de la enfermedad y las características individuales del sujeto. Para Stolkiner, este amplio espectro hace que el diagnóstico sea un proceso delicado y que las conductas no siempre correspondan de forma directa a un diagnóstico de autismo.
En este sentido, la banalización del TEA emerge cuando las características de su espectro se trivializan o simplifican, desestimando así la complejidad de esta condición.
En relación con la detección temprana, Stolkiner comenta que durante su experiencia en la atención a niñes el autismo era considerado un cuadro muy serio. “A mí me resultaría raro que una persona con autismo llegue a la edad adulta sin que le haya sucedido algo que amerite un diagnóstico. No así personas que tienen rasgos que podrían caracterizarse como un rasgo del espectro autista”, sostiene.
A su vez, la especialista destaca que existe una tendencia hacia el autodiagnóstico, que puede otorgar cierta identidad y alivio a quienes experimentan problemas que perciben en sí mismos.
El diagnóstico es una etapa fundamental para guiar el tratamiento adecuado. Stolkiner advierte que “es necesario solo cuando es necesario”, rechazando la idea de realizar diagnósticos superficiales o a través de tests. “Diagnosticar autismo no es algo que se pueda hacer llenando un cuestionario”, afirma.
Recibir un diagnóstico proporciona alivio, ya que marca el comienzo de posibles tratamientos. No obstante, esta necesidad a menudo lleva a que las personas se autodiagnostiquen. “Esta búsqueda de autodiagnóstico aparece entre los jóvenes, quienes la emplean también como una forma de construir su identidad”, señala Stolkiner, quien remarca la necesidad de una evaluación cuidadosa por parte de expertes.
El peligro de desinformar sobre el autismo
En este sentido, la psicóloga enfatiza en que los rasgos de carácter no pueden ser usados para determinar el autismo: “El espectro autista es una categoría demasiado amplia, como un fantasma que recorre el mundo y del cual se han hecho cosas horribles”, refiere Stolkiner y hace mención a la controversial investigación publicada en The Lancet.
En 1998 la prestigiosa revista científica publicó un artículo sobre la posible conexión entre la vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola) y el autismo. Aunque esta teoría impactó en la percepción pública, su base científica fue refutada.
“Según Gisela Untoiglich, en la infancia, los diagnósticos tienen que estar escritos con lápiz. Hay que considerar que, como diría Silvia Bleichmar, es una subjetividad en proceso de configuración”, señala la psicóloga.
Stolkiner asegura que esto no implica evitar el diagnóstico, sino intervenir en él si es necesario, observando cómo se desarrolla la potencialidad del paciente. “En el caso de los adultos, un diagnóstico puede aliviarles, pero también puede imponer limitaciones que no necesariamente existen”, concluye.