“Una imagen popular que tenemos los argentinos es la del changuito cañero tucumano. Es la imagen que tenemos todos: que el sur de Tucumán es caña de azúcar. Pero es una imagen impostada, porque no es ni yunga nativa ni bosque ni la flora originaria del territorio”. Quien habla es Guadalupe Carrizo, de Pro Eco-Grupo Ecologista de Tucumán. Fernanda Sáez, que es productora agroecológica de Timbó Nuevo (al noreste de la capital tucumana) ofrece otra imagen que permite dimensionar cómo el modelo económico incide en el paisaje de un lugar: destaca cómo el paisaje muta según la oferta y la demanda de productos en el mercado y cómo eso afecta la identidad del pueblo y las prácticas cotidianas. “El nombre del pueblo, El Timbó, es por un árbol autóctono, pero ya nadie asocia el nombre del lugar al nombre del árbol. Recuerdo venir de chica y ver cientos de ellos. Hoy no hay ninguno”.
Tucumán es nacionalmente conocida por dos grandes producciones agroindustriales: la caña de azúcar (lo que incluye azúcar para consumo y etanol) y el limón y sus derivados. Estos monocultivos fueron reemplazando a la yunga (selva de montaña) a medida que se fueron consolidando. En los 22.524 kilómetros cuadrados de superficie que abarca Tucumán, se despliegan 15 cinco zonas geográficas diferentes (serrana, pedemonte, llanura chaco pampeana, llanura deprimida y cuencas y valles). Esto permite el desarrollo de distintas actividades agropecuarias. Además de la caña y el limón, también se cultivan oleaginosas (soja, maíz), cereales (trigo) y fruta fina (arándanos y frutillas). En menor medida, se crían animales.
De acuerdo con el Censo Nacional Agropecuario de 2018, los cereales y las oleaginosas ocupan las dos terceras partes de la superficie cultivada de Argentina (el 68,9 por ciento). Pero en Tucumán estos cultivos representan sólo el 39,1 por ciento. Las áreas agrícolas más importantes se corresponden con las regiones del pedemonte y la llanura chaco pampeana, en el sur, centro y noreste de la provincia. Por su parte, la llanura deprimida (centro-este) y las cuencas y valles intermontanos (norte) son sitios de producción ganadera y, cuando se dispone de riego, de pasturas, hortalizas y legumbres. En el oeste se ubican los cerros del Aconquija, los Valles del Aconquija y las Sierras de El Cajón o Quilmes.
Los sectores más importantes desde el punto de vista económico son el citrícola (primer productor y exportador mundial de productos industriales derivados del limón y segundo exportador mundial de limón como fruta fresca); la producción de azúcar y alcohol en base a caña (elabora las dos terceras partes del azúcar consumido en la Argentina); el de frutas finas (segundo exportador nacional de arándanos y primero de frutillas congeladas); y el de oleaginosas, legumbres y cereales que, en conjunto, representa el 13 por ciento de las exportaciones provinciales.
En Tucumán existen, además, otros dos rubros productivos de importancia: el cultivo de tabaco (en una superficie de 3.500 hectáreas) y el hortícola, representado por un conjunto diverso de especies, donde se destaca la papa (que ocupa unas 8.500 hectáreas), el tomate y el pimiento, cultivados por una cantidad incierta de productores sobre una superficie estimada de entre 11.000 y 30.000 hectáreas.
Sobre la producción de hortalizas para consumo interno, Daniel Robles, de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT) en Tucumán, sitúa el cordón hortícola más grande en el departamento Trancas, al norte provincial. El segundo en importancia está en Tafí del Valle, al noroeste.
De los 1.700.845 millones de habitantes que tiene Tucumán, según el Censo Poblacional de 2022, 583.312 viven en San Miguel de Tucumán. Pero el cordón hortícola en la ciudad capital es prácticamente inexistente. “Antes había un cordón hortícola, pero con el avance de los barrios privados es muy ínfima la cantidad de productores que quedan. Ese proceso comenzó hace 25 o 30 años y se profundizó durante el gobierno de José Alperovich (2003-2015). Hoy tenemos que viajar entre 60 y 100 kilómetros para traer verduras por cantidad a San Miguel”, relata Robles.
Según el Censo Nacional Agropecuario, en Tucumán se crían 81.881 vacas (sobre un total nacional de 40.023.083); 8.062 ovejas (sobre un total de 8.603.113); 7.482 cabras (sobre 2.568.385), 16.059 porcinos (el total nacional es 3.590.266) y 3.852 equinos (sobre 904.417).
Conforme a datos de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres, la superficie neta total sembrada con soja para la campaña 2019/2020 fue 170.030 hectáreas. La de maíz, 88.980 hectáreas. La de poroto llegó a 13.820 hectáreas. La superficie destinada al trigo fue de 83.200 hectáreas y con garbanzos de 13.240. La principal zona donde se ubicaron estos cultivos fue el departamento Burruyacú, en el noreste provincial.
Tucumán es también la cuarta provincia en importancia en la participación de la producción nacional del cultivo del tabaco. Se siembra principalmente la variedad Burley, que concentra el 93 por ciento del área sembrada. En menor medida se producen pequeñas cantidades de tabaco Criollo Argentino y una ínfima superficie de Virginia que se comercializa en Salta. El principal destino del tabaco tucumano es el mercado interno.
Apropiarse de la tierra: un resabio de la colonia
En el libro “La Argentina agropecuaria vista desde las provincias: un análisis de los resultados del Censo Nacional Agropecuario de 2018”, de la Cátedra Libre de Estudios Agrarios Horacio Giberti, los autores Marcos Ceconello, Gonzalo Pérez y Jorge Morandi comparan los datos del censo agropecuario de 1988 con los de 2002. Y observan que la superficie implantada en la provincia sólo se incrementó 17.185 hectáreas (1,5 por ciento). La cifra muestra los límites físicos y ecológicos que hoy presenta para la expansión de la frontera agraria. La situación es opuesta a la de las otras provincias del NOA, donde sí se registraron aumentos significativos en la superficie implantada.
Los analistas señalan los cambios “profundos” que vivió el campo tucumano. Entre 1988 y 2002 desapareció el 40 por ciento de los establecimientos agrícolas productivos (EAP) con límites definidos (15.998 a 9.555, en cantidad). Para hacer un paralelismo: en ese mismo lapso de tiempo, la reducción promedio de EAP en el país fue del 21 por ciento. Más acá en el tiempo, el censo de 2018 señala que la cantidad total de EAP en Tucumán es de 4.160, lo que supone una reducción del 58 por ciento (5.527 EAP) sobre las existentes en 2002.
¿Quiere decir esto que hubo menos campos destinados a la agroganadería? La comparación entre los datos censales permite ver la concentración de la tierra en los últimos 35 años. El 84 por ciento de las 5.527 EAP con límites definidos, desaparecidas durante el período 2002 – 2018, pertenecían al estrato de hasta 25 hectáreas. Esto significa la pérdida de 4.666 fincas, que aumenta a 5.231 si se incluye a los campos de hasta 50 hectáreas. En cambio, la cantidad de establecimientos aumentó en dos estratos: el de 200 a 1.000 y el de 2.500 y más hectáreas. El número de las explotaciones más grandes (de más de 2500 hectáreas) creció, entre 2002 y 2018, en 98.600 hectáreas.
Emiliano Trodler, economista tucumano, puntualiza en un dato que arroja el último censo: hay 60 explotaciones agropecuarias que concentran más del 50 por ciento de la tierra cultivada en la provincia.
Pero la acumulación de tierras y el desplazamiento de las comunidades está en las raíces de la historia tucumana, desde los tiempos de la colonia. Así lo relata Marcos Pastrana, del Pueblo Diaguita: “En 1617 el comendero Melián de Leguizamón y Guevara pide a España la merced de tierras del Valle de Tafí. La condición para obtener la merced de tierras era que no hubiera pueblos en esos lugares. Pero no era esa la situación, porque el valle estaba lleno de nuestros antepasados. Esos pueblos fueron desplazados del valle y sometidos a la servidumbre”.
El 12 de octubre de 2009, el cacique Javier Chocobar fue asesinado a tiros cuando se encontraba junto a sus compañeros defendiendo el territorio de la comunidad indígena “Los Chuschagasta”, en Trancas, en el norte tucumano. Producto del ataque resultaron heridos Emilio Mamani y Andrés Mamani. Por el hecho, en 2018 fueron sentenciados el empresario Darío Amín y dos ex policías ligados a la última dictadura cívico-militar, Luis Gómez y Eduardo José Valdivieso Sassi.
En 2020, otro policía retirado (Carlos Flores) le disparó por la espalda al campesino Juan Carlos “Cheta” González en El Cevilar, departamento de Cruz Alta. “Fue por el problema de las tierras, porque los que hacen soja le alquilaron un tiempo el campo y después se lo querían adueñar. Fue lo que ocurrió en el caso de ‘Cheta’. Y siempre está la policía vinculada”, explica Robles.
Para el productor de la UTT, ninguna de las dos historias son hechos aislados: “Acá problemas por la tierra siempre hay. Van los terratenientes o los que tienen plata y quieren comprar o adueñarse de las tierras. Y como, generalmente, los dueños de las tierras son de comunidades originarias, la prensa, la policía y los jueces tapan todo”.
Azúcar, “muerte-etanol” y convivir con la contaminación
La introducción de la caña en la provincia se produjo de forma temprana a través de los jesuitas, según una historización que realiza el Ministerio de Economía de la Nación. Luego se expandió con la llegada del ferrocarril y el crecimiento del mercado interno, hacia finales del siglo XIX. Geográficamente, el cultivo de azúcar se concentra en la franja este del pedemonte de las Sierras del Aconquija. Allí existe un clima subtropical con estación seca y abundantes lluvias en verano.
Tucumán es hoy el principal productor de azúcar blanca a nivel nacional: el 60 por ciento de la producción de azúcar se destina a la industria alimenticia y el resto al consumo directo. Según el Instituto de Promoción del Azúcar y Alcohol de Tucumán (Ipaat), anualmente, Tucumán produce en promedio 1,3 millón de toneladas de azúcar y elabora más de 300 millones de litros de alcohol.
De los 23 ingenios que hay en el país, la provincia cuenta con 15, que concentran el 68 por ciento de la producción nacional. Cuenta con 5.364 explotaciones agropecuarias que se dedican a la actividad, doce destilerías —de las cuales ocho fabrican etanol, lo que significa el 55 por ciento de lo elaborado en el país— que generan vinaza y alcohol. El destino de la producción es la industria alimenticia, química, farmacéutica e hidrocarburos. En Lules, al sur de San Miguel de Tucumán, se emplaza la Papelera Tucumán, que elabora papel a base de bagazo (un derivado del azúcar).
La estructura de la producción azucarera en Tucumán es distinta a la de Salta y Jujuy, que también son grandes productores de azúcar. Trodler explica que, a diferencia de esas provincias donde existen integraciones verticales de la producción (el dueño del ingenio es el dueño de la tierra donde se planta la caña), en Tucumán hay entre 5.000 y 6.000 productores cañeros, pequeños y medianos. “Es una especie de clase media cañera que aporta una parte de la producción a los ingenios que hacen la molienda”, dice el economista.
La actividad cañera también se ve afectada por la concentración empresaria. En las últimas dos décadas, la cantidad de cañeros cayó a menos de la mitad. Según el Censo Nacional Agropecuario de 2002, a principios de este siglo había 5.364 explotaciones: el 64 por ciento con hasta diez hectáreas. Según la provincia, en 2017 se contabilizaron 5.300 productores cañeros: el 91 por ciento con menos de 50 hectáreas. El 50 por ciento de la superficie de caña de azúcar pertenece a los ingenios.
Otra situación muy común en Tucumán es el arriendo de tierras heredadas. Existen familias que heredaron algunas parcelas y las destinan al arriendo. Quienes pagan los alquileres son, por ejemplo, los grandes ingenios azucareros. Así lo explica Andrea Haro, trabajadora del Ministerio de Desarrollo Productivo de Tucumán: “Hay un encarecimiento muy grande de los costos productivos, entonces si tengo un año malo o un par de años malos, es difícil reiniciar un ciclo después de una etapa de quiebra o de pérdida. Eso presiona al arriendo”.
El Grupo Luque, que opera los ingenios Concepción y Marapa, elabora el 26 por ciento del azúcar tucumana (el 18 por ciento del país). Luego se ubica José Minetti, que posee los ingenios Famaillá y Bella Vista que producen el trece por ciento del azúcar (nueve por ciento del total nacional). Le siguen el Grupo Colombres con tres ingenios, Arcor con uno y Compañía Azucarera los Balcanes con otros dos ingenios. Estas tres empresas elaboran el 12, 11 y 10 por ciento, respectivamente. Cinco grupos concentran tres cuartos de la elaboración total.
En Tucumán existe la mecánica conocida como “maquila”: el pequeño productor cañero lleva la caña cortada hasta la puerta del ingenio, la pesan y sobre el rendimiento más o menos estipulado para la zafra en cuestión (que siempre ronda entre el ocho y diez por ciento) el productor de la caña recibe una parte del azúcar producido (por ley, ese porcentaje es del 58 por ciento). Eso suele generar tensiones entre los ingenios y los pequeños productores, nucleados en asociaciones cañeras como la Unión de Cañeros Independientes de Tucumán (UCIT), Cañeros Unidos del Este y Cañeros Unidos del Sur, Centro de Agricultores Cañeros de Tucumán (Cactu) y otras entidades que nuclean a los grandes cañeros o a pequeños cañeros.
“La producción azucarera en Tucumán está bastante regulada, porque históricamente al ser una industria con un consumo más o menos estable, cuando se producen variaciones en los precios fuertes, lo que tiende a pasar es que hay períodos de sobreproducción y caída de los precios o al revés”, afirma Trodler.
A partir de la caña se produce el etanol con el que se corta el combustible. Este último está en la mira de los empresarios, que hacen lobby para aumentar los niveles de corte (hoy regulado por el Gobierno en el 15 por ciento). “A las petroleras no les conviene el corte. Pero es una política que tiene el Gobierno, que además es algo que se supone que intenta reducir el impacto ambiental del combustible fósil, pero tiene sus contradicciones porque hace que suba el precio de los alimentos e implica el uso de alimentos para producir combustibles”, dice Trodler.
Freddy Carbonel pertenece al grupo ecologista ProEco y destaca el aspecto contaminante de la industria del azúcar. “En las fábricas donde se muele la caña de azúcar se usan combustibles, también bagazo y hay una gran liberación de dióxido de carbono, monóxido de carbono y otros particulados que van a la atmósfera. Además hay subproductos de la caña que van a la cuenca del río Salí, como la cachaza, que es un jugo medio negruzco”, comenta. El río Salí, que corre de norte a sur, es de gran importancia en Tucumán porque el curso de agua a partir del cual se vertebran las cuencas que llevan agua a los valles.
El integrante de ProEco agrega: “El etanol de ‘bio’ no tiene nada. Es etanol para reemplazar el combustible fósil. Se producen alcoholes de la caña de azúcar y eso trae un derivado que, por cada litro de etanol, generan 13 o 15 litros de vinaza. Y eso va a la cuenca del Salí. Como hubo muchos reclamos de organizaciones socioambientales, últimamente no lo descargan en el río pero lo ponen en piletas de sacrificio y el olor a perro muerto es espantoso. Nosotros decimos que es muerte-combustible porque para producirlo se necesitan muchos campos de cultivo que, en lugar de usarse para producir alimentos sanos con agroecología, se usan para la caña de azúcar que tiene un derivado que contamina”.
En mayo pasado, el presidente de la Unión Industrial de Tucumán, Jorge Rocchia Ferro, —dueño de la compañía Los Balcanes y del ingenio La Florida—, fue condenado por la contaminación del río Salí con vinaza. Pero, lejos de preocuparse por la contaminación ambiental que genera, el empresario azucarero encabeza las operaciones científicas y políticas para implantar en Argentina la caña transgénica en el norte argentino, en complicidad con el ingenio jujeño Ledesma. La caña genéticamente modificada ya fue aprobada en Brasil.
Rocchia Ferro fundó una universidad privada que se llama San Pablo T. “En este contexto donde vampirizan al Estado, llevan a los mejores exponentes de las universidades públicas a esa universidad y ahora están trabajando en la transgénesis de la caña de azúcar”, dice Carbonel. Y lamenta: “La caña de azúcar transgénica significa que no solamente va a ser producida en el llano tucumano, sino que se puede estirar hasta Formosa, Chaco, Salta, en lugares donde hay mucha agua o mucha sequía; en los remanentes de bosque nativo que nos queda”.
En esta línea, Federico Pérez Zamora (director del Centro Integral de Biotecnología Aplicada de la Universidad de San Pablo T) indicó en una nota periodística de 2018 que “en Tucumán lo que más se necesita es una caña con resistencia al stress hídrico, ya que la única chance que tiene la provincia es extender su superficie cañera hacia el este, donde caen de modo acelerado los registros de precipitaciones”.
En 2019, Celsa Civardi —una vecina que vive cerca del ingenio Santa Lucía— comenzó a hacer un relevamiento por su cuenta. Había sufrido cinco abortos espontáneos y, charlando con sus vecinos, vio que su caso no era el único. Además, al ser docente, comenzó a notar que los niños empezaban a llegar con los ojos rojos, o que faltaban a clases o se descomponían. Su denuncia ante la comunidad fue clave para impulsar la organización Paren de Fumigarnos Tucumán, que se presentó recientemente.
Para Carbonel, “el problema es la ambición de estos industriales y de los partidos políticos hegemónicos, que piensan en grandes ganancias a costa de la naturaleza humana y no humana”.
La fruta agria: el monocultivo de limón
Tucumán es la mayor provincia productora de limones del país. Originalmente la citricultura estuvo asociada a la naranja, con una producción íntegramente destinada al mercado interno. Pero a fines de la década del ‘60 y principios de los ’70, comienza su especialización en el limón, con una fuerte orientación exportadora. El área de cultivo se extendió rápidamente en la provincia, desplazando parte de la superficie azucarera. Actualmente se distribuye en once departamentos, desde Burruyacú (noreste) hasta La Cocha (sur).
El limón, que es la segunda actividad agroindustrial de Tucumán después del azúcar, ocupa una superficie de 49.768 hectáreas implantadas en la provincia, lo que representa el 30,93 por ciento de la superficie nacional de producción citrícola.
Si bien se trata de una industria orientada a la exportación, una parte del limón cosechado va al mercado interno (la fruta fresca). En tanto, se exporta tanto el limón fresco como sus derivados: aceites esenciales y jugos naturales. Se exporta sobre todo a Europa y Estados Unidos.
La exportación tucumana de fruta fresca representó, en 2021, el 89 por ciento del volumen exportado por el país. En el caso del jugo concentrado, el aceite esencial y la cáscara deshidratada, los valores fueron del 84, 89 y 62 por ciento, respectivamente. En promedio, Trodler estima un ingreso de 450 millones de dólares para todo el complejo citrícola en concepto de importaciones.
Los productores medianos (de 50 a 300 hectáreas) y grandes (más de 300 hectáreas) dan cuenta de alrededor del 90 por ciento de la producción provincial, según datos del Ministerio de Economía. El complejo agroindustrial limonero se articula en torno a grandes empresas integradas verticalmente (producen, empacan, industrializan y exportan). Cuatro empresas aportan más de la mitad de la producción de limones de Tucumán, cuentan con más del 50 por ciento de la superficie plantada y son proveedoras de algunos insumos. Además, poseen las plantas de empaque de la fruta con mayor capacidad y mayor nivel tecnológico. Siete plantas industriales procesan el 70 por ciento de la producción. Existen 36 plantas de empaques habilitados para la exportación y seis para el mercado interno.
Según un relevamiento del economista Trodler publicado por La Izquierda Diario, el negocio del limón se concentra en unas pocas empresas de capitales nacionales y extranjeros. San Miguel, Citrusvil, Citromax, Trapani y Argentilemon concentran casi el 70 por ciento de las exportaciones.
Hace algunos años, los productores del sector manifiestan que tienen pérdidas por la baja del precio internacional del limón y la aparición de nuevos competidores. Sin embargo, los balances de las empresas publicados en la Comisión Nacional de Valores son positivos. Para el economista, esta queja encubre la intención de precarizar aún más, a través de despidos, el sistema de trabajo mal pago y sumamente precario que sostiene este agronegocio.
Limón o caña en Tucumán, manzanas en Río Negro
“El cosechero se levanta a las seis de la mañana, espera a que lo busquen, llega a la finca a las nueve. Para empezar a cosechar espera que el limón no esté mojado por el rocío. Trabaja doce horas por día y vuelve a las ocho de la noche a su casa. No hay un comedor para que puedan almorzar, no hay baños. Es un trabajo muy sacrificado”. El relato es de Julio Delgado, que trabaja en el rubro del limón desde hace 20 años. En su caso, se desempeña en el empaque.
“En el empaque hay muchas irregularidades porque la mayoría de la gente trabaja en negro, más de ocho horas, 12 horas, 16 horas. Y el obrero no tiene un sueldo fijo, depende de lo que rinda la fruta. El cosechero arma lo que se llama maletas, que son 25 kilos de limón y por eso se le paga 200 pesos. El obrero para sacar un jornal de 4000 o 500 pesos tiene que hacer por lo menos más de cien maletas por jornada. En mi caso particular soy embalador y tengo que hacer 100, 120 bultos de 18 y 19 kilos (150 a 120 limones) para ganar un jornal de 5000 pesos o 6000 pesos”.
La recolección de limón está a cargo de empresas tercerizadas, que venden el servicio a los ingenios grandes. “Si el ingenio le paga 150 a la empresa, a nosotros nos pagan 50. No te liquidan bien, te hacen aportes mínimos, no tenés una buena obra social”, cuenta Delgado, que trabaja 16 horas por día embalando limones. Trabaja lo que dura la zafra: junio a septiembre. En enero viaja a Río Negro para la recolección de manzanas.
“Tanto la caña como el limón tienen una estructura de trabajo temporal que está regulado por la Ley de Trabajo Agrario, que establece un tipo de contrato temporal, mientras dura la zafra. La zafra en el azúcar, en general, empieza en mayo-junio y se extiende hasta noviembre o diciembre en el mejor de los casos”, comenta Trodler.
El analista señala que eso genera una masa de desocupación flotante de trabajadores que tienen empleo la mitad del año y la otra mitad no: en ese período se tienen que rebuscar con changas, en la construcción o como vendedores ambulantes. La situación redunda en una presión a los salarios de los trabajadores permanentes. “Es una de las claves de la precarización y de los bajos salarios. Las del NOA son provincias donde las principales actividades de lo que tiene que ver con la agroindustria son de tipo temporarias”, contextualiza.
Hay entre 40 mil y 60 mil trabajadores de la cosecha del limón. El sindicato Uatre reconoce un piso de 40 mil afiliados, entre los cuales hay una pequeña porción dedicada al arándano y a la frutilla.
Papas criollas y una historia de saqueo
La provincia de Tucumán abastece el mercado nacional con papa para consumo en fresco e industria bajo la producción de papa semi-temprana, semi-tardía y (en menor medida) tardía. Se destacan las siguientes zonas: los departamentos de Famaillá y Alberdi de producción temprana o primicia; en el departamento de Trancas se implanta en forma semi-temprana así como en los departamentos del este y sudeste como Granero, La Cocha y Leales (también se realiza una producción tardía). En el departamento Tafí del Valle se lleva a cabo una producción semi-tardía cuyo destino es papa semilla.
La Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres lleva el nombre de quien impulsó el cultivo de caña en Tucumán. Surgió en 1909 y desde entonces fue gestionada por las familias más poderosas de la provincia. Es una entidad ligada al agronegocio, en lo que respecta a la tecnificación para mejorar los índices productivos.
Marcos Pastrana cuenta cómo la papa semilla, una variante cuidada ancestralmente por los pueblos originarios que habitan en Tucumán, fue colonizada por ese ente autárquico y fue impulsada por las familias que gobernaban en ese entonces. “En Tafí del Valle, en una zona agricultora por antonomasia como Las Calderas, antes de la llegada de la Estación en el año 1965, los agricultores tenían más de 300 variedades de papas andinas, una variedad importante de maíz y de otras hortalizas. La Estación Experimental entró seduciendo a los agricultores y diciendo que iban a tener una apoyatura técnica, científica, administrativa, legal. Y que iban a ser nombrados como operarios en la estación. También ahí apareció la frutilla”, recuerda.
El relato prosigue: “El Estado, en 1970, empezó a desarrollar los proyectos, a hacer los laboratorios y el seguimiento de los clones. En 1980 se crea la PASE (papa semilla), que tenía tratos con el Estado y con los terratenientes de la zona. Decían que los campesinos iban a tener participación en todos los negocios y la gente se entusiasmó. Llegaron a trabajar cien obreros en ese momento. Luego entró Eurosemilla, una empresa española que empezó a trabajar con las papas andinas para modificarlas genéticas. Cuando las trajeron, ya estaban modificadas. Esa fue la papa del boom de los años 80. En Argentina esta se declaró la principal zona de papa semilla, por supuesto modificada y resistente al frío y a las plagas”.
Pastrana denuncia que, a partir de esa situación los habitantes locales, que eran dueños de las tierras y que habían conservado ese saber y esas variedades de papas, quedaron reducidos a su rol de obreros para trabajar en tareas menores. En 1996-1997 a estos obreros ya no los necesitaban por la tecnificación y porque sobraba la mano de obra. Y no les convenía tener un contenido local genuino, local y territorial dentro del proyecto. Recuerda que cerca del año 2000 les ofrecieron el retiro voluntario, pero además tenían prohibido cultivar la papa semilla y las papas andinas. Fueron despojados de sus saberes, de su autonomía y de su libertad.
La historia de la Estación Colombres también se vincula con el auge de la soja en Argentina. “Muy pocos lo saben, pero a través de la Estación Colombres, se terminan de desmontar casi todas las llanuras tucumanas y se empieza a instalar la soja. La selva nativa que quedaba es reemplazada por soja”, afirma Pastrana.
La expansión de la producción de oleaginosas ocurrió, fundamentalmente, durante la década de 1990, avanzando sobre tierras de menor productividad. La expansión de la soja en provincias extrapampeanas como Tucumán se asocia estrechamente con la incorporación de paquetes tecnológicos que combinan el uso de agroquímicos, semillas transgénicas y sistema de siembra directa. La Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres (Eeaoc) de Tucumán buscó permanentemente producir cultivares adaptados a esta zona, a través del “Subprograma Mejoramiento Genético del Proyecto Soja”.
Guadalupe Carrizo denuncia: “En la zona más llana, donde tenemos más soja es asombroso ver cómo avanzó y cómo se redujo la biodiversidad. Cuando hablamos con la gente de los pueblos es un secreto a voces las enfermedades que existen y no tenemos respuestas de sectores de la salud en relación a eso y al agronegocio. Hoy están fumigando con mosquito a 50 metros de las casas”. La ley vigente en Tucumán menciona solo las aspersiones con avionetas, dejando un vacío legal respecto a las fumigaciones terrestres.
Impulsar la agroecología y plantar bandera frente a los agrotóxicos
En Tucumán hay 50 establecimientos productivos que cultivan de forma orgánica, 30 que trabajan con los principios de la biodinámica y 101 que practican la agroecología, según el Censo Nacional Agropecuario. La UTT surge en Tucumán a partir de una protesta de entre 20 y 30 familias productoras de la provincia que fueron a reclamar, en 2019, ante la Casa de Gobierno porque no contaban con un circuito de comercialización justo. “A los seis meses éramos 500 compañeros”, cuenta Daniel Robles. Era en la época de la presidencia de Mauricio Macri. Hoy son entre 1200 y 1500 integrantes en toda la provincia.
“A los pequeños productores el gobierno de Tucumán no nos reconocía como productores de alimentos, no nos asistía ni bajaba nada. Con los verdurazos empezamos a llamar la atención del Gobierno y de ahí fuimos luchando hasta que empezamos a bajar proyectos. Hoy, después de tres o cuatro años de lucha pudimos acceder a un beneficio y comprar un tractor para trabajar colectivamente. También estamos por inaugurar una plantinera y un almacén”, dice Robles.
En el departamento Leales las familias nucleadas en la UTT producen pollo, cerdo y verdura. En Trancas existen diez grupos de base, se hacen distintas clases de verduras y se crían pollos y otros animales de menor porte. Todo lo que se produce generalmente va al Mercofrut a través de un intermediario que trabaja “a culata de camión”: es decir, paga lo que él quiere, no lo que pide el productor.
Actualmente la UTT no tiene autorización para hacer sus ferias en la capital provincial. “Estamos peleando para que nos dejen vender en las plazas públicas”, afirma el productor. Desde la organización calculan que producen de forma agroecológica unas 50 hectáreas. Luis Frontera, integrante de UTT, relata: “Cuando recién empezamos, hace cuatro años más o menos, era muy poco lo que se sabía de agroecología. Hace tres años comenzamos a formarnos. El primer problema que encontramos es que no había mercados”.
Pero remarca que hoy la agroecología “se está haciendo escuchar”. Observa que es necesario fortalecer los circuitos de ventas. “Para eso estamos gestionando vehículos y nuestro propio almacén, para poner el producto en valor”, argumenta. También están por inaugurar una plantinera: el objetivo es hacer 800 bandejas de plantines para 20 hectáreas de agroecología. “Y estamos trabajando en producir para 20 hectáreas más, para abastecernos. De acá el compañero se va a llevar el plantín y el bioinsumo para producir y va a poner su propio precio. En comercialización se hace la venta y se le paga al productor el precio que él establece”, proponen.
Mientras tanto, este 18 de agosto se presentó la organización tucumana Paren de Fumigarnos. Carrizo es contundente: “Empezamos a pensar en organizarnos para hacer mapeos y difundirlos. Queremos que se sepa lo que pasa en Tucumán, que es tierra de nadie cuando se habla de agrotóxicos”.
Por Mariángeles Guerrero, publicado en Agencia de Noticias Tierra Viva. * Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Heinrich Böll Cono Sur.