En el marco de una programación cultural diversificada en conmemoración del Bicentenario de la Independencia de la República Federativa de Brasil se presentará en el Complejo Gaumont el Ciclo Mujeres Directoras. Desde el 3 al 7 de septiembre, se proyectarán cuatro producciones cuyas cineastas son brasileñas. La entrada es libre y gratuita.
También se relanzarán coproducciones argentino-brasileñas con filmes dirigidos por cineastas del país vecino en el catálogo de la plataforma CineAr durante todo el mes de septiembre.
Jonás y el circo sin carpa
Sábado 3/9, a las 19:00hs
Jonas es un niño de 13 años de Bahía, proveniente de una familia de artistas circenses. Heredó la pasión por el circo, pero no recibe el apoyo de su madre, quien prefiere ver a su hijo alejado de la pobreza en la que viven. Aún así, crea su propio circo, con muy pocos recursos, coordinando con el rigor y la voluntad de un director profesional.
Estos son los conflictos centrales de “Jonás y el Circo sin Carpa”, un documental brasileño que combina la sencillez de la forma con la profundidad del contenido. A través del caso único de Jonas, con la cámara siempre enfocada en su rostro y cuerpo, la directora Paula Gomes toma vuelos más altos, reflexionando sobre la dificultad de hacer arte popular en Brasil y el abandono de los sueños como metáfora de la maduración.
El tono de la proyección combina ternura y melancolía. Jonás no está idealizado por el proyecto: no es el mejor artista del mundo, ni el chico más carismático, ni tiene una historia excepcional que “merezca convertirse en película”. El joven parece haber sido elegido por su condición común, representando así a tantos otros niños en condiciones similares.
En este sentido, la cineasta defiende la infancia, demostrando que el niño considerado irresponsable por su madre y “mal ejemplo” por la profesora está dotado de una personalidad única, pero aplicado, sentido de la responsabilidad a otras áreas de interés. La película contrasta las nociones de alta cultura y cultura popular, niñez y adultez, utopía y realidad.
El Libro de los Placeres
Domingo 4/9, a las 19:00hs
“El Libro de los Placeres” es una película dirigida por Marcela Lordy, quien junto a la argentina Josefina Trotta adaptó el guión de la novela homónima de Clarice Lispector. La cinta fue coproducida por Rizoma, la fuerza impulsora del Nuevo Cine Argentina en las últimas dos décadas orientada a películas de cine arte.
La producción narra una odisea amorosa contemporánea que sigue el viaje emocional de Lóri (Simone Spoladore). Lóri abandona la casa de su familia en la zona rural de Brasil para enseñar en una escuela de Río de Janeiro, heredando el apartamento, junto a la playa, de su madre.
Buscando satisfacción sexual pero emocionalmente insatisfecha por las aventuras de una noche, se siente atraída por Ulisses (Javier Drolas), un profesor de filosofía seguro de sí mismo en su escuela. Pero es Ulisses quien espera a Lóri mientras lucha contra la crisis existencial y las costumbres patriarcales.
Retraída, introspectiva, necesitada de compaginar el estar con otra persona y la realización de sus propios deseos, duda en dar el paso con Ulisses y encontrar tal vez un tipo de felicidad. La película ofrece un personaje femenino principal fuerte, que conduce una historia de libertad y empoderamiento.
Por la ventana
Lunes 5/9, a las 19:00hs
Rosália (Magali Biff) de 63 años es la directora de producción de una fábrica de productos electrónicos en la que ha trabajado durante 30 años. Su vida es de rutina: trabajo duro, la satisfacción de hacer las tareas del hogar y luego algún bordado ocasional para no estar ociosa.
El guión de la directora Caroline Leone no ofrece mucha información; todo está en los detalles visuales silenciosos, y cualquier detalle que se necesite llega orgánicamente. Un día, es despedida de su trabajo. El shock la envía a una caída en picada de la depresión.
No dispuesto a dejarla en este estado, el hermano de Rosália, Zé (Cacá Amaral), un chofer, insiste en que lo acompañe mientras conduce a Buenos Aires para entregar un automóvil a sus clientes. Lo que sigue es un viaje por carretera clásico, manejado con un fino sentido del ritmo discreto que alcanza el primero de dos clímax junto al rugido de las Cataratas del Iguazú.
Hasta entonces, Rosália permanece cerrada, incapaz de ver un futuro para sí misma sin la estructura del empleo. Pero entonces Zé se detiene en Iguazú con la esperanza de sacar a su hermana de su depresión. El cambio es apenas perceptible, y la sonrisa vacilante no dura mucho, pero se siente como si hubiera una grieta en su melancolía.
Incluso los títulos de la película tienen un tono sobrio pero poético: y al usar «ventana» en lugar de «puerta», la directora reconoce una apertura más vacilante por la que pasa Rosália. Leone se remite al personaje que construyó más que a la audiencia, aunque se las arregla para ser honesta con ambos.
Las Buenas Maneras
Miércoles 7/9, a las 19:00hs
En este largometraje de Juliana Rojas y Marco Dutra, el amor es una constante en dos películas considerablemente diferentes que configuran a “Las Buenas Maneras” como un excelente ejemplo de cine de género.
La ruptura entre una película y otra, hechos que destruyen y luego reconstruyen, define este punto de inflexión. La mayor apreciación del trabajo del guión, sin embargo, no es ni siquiera con el amor, sino con la libertad misma. Entrelazada con la narración y compuesta en capas de variados matices.
La película presenta a Clara (Isabél Zuaa), contratada para ayudar a Ana (Marjorie Estiano), una mujer embarazada, en los servicios a domicilio y en el cuidado del bebé, hasta que la historia subvierte las etiquetas sociales.
El desapego de las buenas costumbres, impuestas por una sociedad que justificará conductas agresivas y linchamientos humanos, de la moral imperante, va acompañado del crecimiento paulatino de la propia tensión, amplificada por los consejos dados, durante la película, sobre las condiciones del embarazo de Ana. Siendo el carácter aterrador un pretexto para exhibir una crítica más importante, tal como hizo George Romero en “La noche de los muertos vivientes” en 1968.
El gusto elitista se disuelve a medida que la primera parte de la obra es refinada, más oscura, romántica, se acerca a un amor libre y un misterio prohibido. La naturalidad de la relación entre las dos mujeres es impresionante.
En la segunda parte, se traslada al ámbito escolar, trata sobre el bullying, ligeros intereses amorosos de secundaria y amistades sin pretensiones, entrando en lo popular. Se dejan de lado los temas menores tratados, pero la relación humana entre los personajes centrales se mantiene vigorosa.
Al cine de Juliana Rojas y Marco Dutra tampoco le interesan las ataduras. Es en esta opción por la libertad que ambos cineastas deciden entregar una segunda parte más formal. Las convenciones aquí no son facilidades, ni mucho menos prisiones creativas, sino elecciones conscientes.