
El 18 de diciembre de 2022 quedó tatuado en la memoria colectiva del país. Ese día, en el estadio Lusail y después de una final que condensó todos los extremos del fútbol, la Selección argentina volvió a tocar el cielo y se consagró campeona del mundo por tercera vez en su historia.
En Buenos Aires, con el calor que hervía los cuerpos a días del comienzo del verano, la zona del Centro desbordó de centenares de miles de personas que, al igual que los millones del resto del país, tomaron las calles en una muestra de alegría colectiva que no parecía terminar nunca.

Un festejo contenido por casi 4 décadas, con la Copa del Mundo que se había negado en las finales de 1990 y 2014, ambas ante Alemania, era el marco histórico para entender la emoción colectiva. En un país donde el fútbol une y los abrazos nacionales saltan cualquier diferencia, salir campeones era mucho más que el logro deportivo de una generación que quedó en la historia.
Un Mundial y las calles llenas.
La alegría de un pueblo, negada tantas veces en otros ámbitos de la vida, es el símbolo de la potencia colectiva, que cuando se pone en marcha es indetenible.
El recorrido hacia la gloria en Qatar
El Mundial de Qatar había empezado como nadie lo imaginaba. El debut ante Arabia Saudita, en el arranque del Grupo C, rompió de golpe una racha de 36 partidos invictos y sacudió todas las certezas. Lionel Messi había abierto el marcador de penal a los 7 minutos, pero los goles anulados por offside y dos desatenciones en el complemento dieron vuelta el resultado. La derrota fue tan inesperada como el silencio que dejó. De ese desconcierto surgió una frase que hoy resuena como punto de partida: “A la gente le digo que confíe”.
La reivindicación llegó rápido y en el momento justo. Ante México, con la obligación de ganar para seguir con vida, el equipo de Lionel Scaloni encontró calma y carácter. Messi rompió el partido con un zurdazo desde afuera del área y Enzo Fernández lo cerró con un gol que también simbolizó el nacimiento de una nueva generación. El 2-0 fue alivio, pero también señal de rumbo.
Días después, la victoria ante Polonia por el mismo resultado, con goles de Alexis Mac Allister y Julián Álvarez, selló la clasificación como líderes del grupo.
En octavos, Australia ofreció resistencia, pero Argentina avanzó con un 2-1 trabajado. Lo que vino después fue uno de los partidos más intensos del torneo.
En cuartos de final, ante Países Bajos, el fútbol se mezcló con tensión, provocaciones y drama. Argentina estuvo 2-0 arriba, sufrió una remontada agónica y terminó definiendo desde los doce pasos. Allí emergió la figura de Emiliano Martínez, decisivo al atajar dos penales, antes de que Lautaro Martínez pusiera el punto final. El desahogo fue total, sintetizado en una frase que ya forma parte del folklore mundialista.
La semifinal frente a Croacia fue la versión más contundente del equipo. Un 3-0 sin atenuantes, con dos goles de Julián Álvarez y una actuación magistral de Messi, que dejó una jugada eterna frente a Josko Gvardiol antes de asistir a la ‘Araña’. Argentina estaba otra vez en una final del mundo.

“Quiero ser campeón mundial”
El 18 de diciembre, ante Francia, el equipo jugó una primera hora perfecta. Messi, de penal, y Ángel Di María construyeron un 2-0 que parecía definitivo. Pero el fútbol, fiel a su naturaleza imprevisible, guardaba todavía capítulos por escribir. En pocos minutos, Kylian Mbappé igualó el partido y llevó la definición al tiempo extra. Messi volvió a adelantar a la Argentina, Mbappé respondió otra vez. El 3-3 empujó la historia al límite.
En el último suspiro, Emiliano Martínez protagonizó una de las atajadas más importantes de la historia de los Mundiales, al tapar un mano a mano a Randal Kolo Muani. Luego llegaron los penales, el temple, el silencio contenido y el remate final de Gonzalo Montiel. La tercera estrella ya era realidad.
Tres años después, Qatar 2022 se recuerda como mucho más que un título, sino como una travesía emocional que unió a un país entero detrás de un equipo que supo caerse, levantarse y creer. Un Mundial que transformó la espera en alegría y la ilusión en eternidad.
Qatar es, 3 años después, espejo también de las propias frustraciones que, cada tanto, se convierten en alegrías de las que valen. Las que se celebran en las calles, el territorio donde rueda la pelota de la historia en el país de los campeones.

