
El aumento indiscriminado de las importaciones, junto con el encarecimiento de los insumos y una demanda interna deprimida, está provocando una sangría laboral en la industria argentina. La combinación de apertura comercial sin protección y condiciones productivas adversas genera una ola de cierres, reducción de turnos y despidos masivos que afecta a sectores clave de la economía nacional.
El caso más reciente y emblemático es el cierre de la planta Whirlpool en Pilar, inaugurada en 2022 con una inversión de 52 millones de dólares. Más de 220 trabajadores quedaron en la calle de un día para el otro, en una señal clara de las dificultades que enfrentan incluso las compañías que habían apostado fuerte a producir en el país. Para la industria, este episodio no es un hecho aislado: es la expresión de una tendencia que se amplía mes a mes a partir del ingreso de productos extranjeros que compiten con costos imposibles de igualar.
La apertura comercial sin regulaciones permite que artículos importados ingresen al mercado local a precios más bajos que los de producción nacional, mientras que el aumento de los costos internos —desde insumos hasta servicios— asfixia a las fábricas que todavía siguen intentando sostenerse.
A la caída de la demanda y al encarecimiento de los créditos se suman altos niveles de endeudamiento, lo que impulsa a numerosas empresas a suspender actividades o directamente cerrar. Los sectores más afectados siguen siendo los que históricamente generan empleo intensivo: textil, calzado, metalurgia y línea blanca.
Solo en el rubro textil, los primeros ocho meses de 2025 registraron el cierre de cerca de 380 empresas y la pérdida de 11.500 puestos laborales, mientras que la capacidad instalada utilizada cayó a mínimos históricos. Para las pymes industriales, el panorama es aún más crítico: una encuesta del Observatorio PyME señala que más del 40% identifica a las importaciones como una amenaza directa a su supervivencia.
Distintas cámaras empresarias alertan que no se trata de crisis aisladas, sino de una política económica que combina liberalización comercial, falta de regulaciones, aumento de costos y ausencia de incentivos para la producción local. El resultado funcional es un ajuste que se descarga sobre la industria nacional, el empleo y las economías regionales.
Si esta tendencia continúa, varios sectores productivos podrían desaparecer o quedar reducidos a un rol marginal. La apertura importadora sin criterios estratégicos amenaza la continuidad no solo de plantas como Whirlpool, sino también de miles de pequeñas y medianas fábricas que sostienen comunidades enteras. La pregunta que se instala es cuántas empresas, cuántos empleos y cuántos territorios van a quedar en el camino antes de que se decida revisar un rumbo que multiplica la desindustrialización.

