
*Por Garsha Vazirian
TEHERÁN – En una muestra de bancarrota moral, el ministro del Interior alemán, Alexander Dobrindt, declaró el “apoyo al 100%” de Alemania a las acciones militares del régimen israelí contra Irán.
Acompañado por el ministro de Asuntos Exteriores del régimen, Gideon Sa’ar, Dobrindt condenó el acto de autodefensa de Irán durante la guerra de 12 días impuesta por Israel como un “ataque contra civiles”, mientras ignoraba la masacre sistemática de palestinos y la agresión no provocada contra Teherán por parte del régimen israelí.
“No hay justificación para los ataques contra una población civil”, proclamó en Tel Aviv, una declaración cargada de hipocresía, dado el respaldo de Alemania al genocidio israelí en Gaza y su apoyo al reciente ataque contra Irán, que dejó más de 935 personas muertas, en su mayoría civiles.
El ‘trabajo sucio’ del imperialismo
La visita de Dobrindt —la primera de un funcionario extranjero desde que cesó la guerra impuesta por Israel a Irán— no fue meramente simbólica. Confirmó el papel de Alemania como patrocinador de los crímenes de guerra israelíes.
Días antes, el canciller Friedrich Merz dijo en voz alta lo que muchos callan: Israel está haciendo “el trabajo sucio por todos nosotros” al atacar a Irán.
Merz elogió el “coraje” de la agresión no provocada del régimen, presentándola como un servicio a Occidente.
Esta admisión revela la cínica división del trabajo dentro del proyecto imperialista occidental. Alemania (junto con el Reino Unido y Francia), que durante mucho tiempo se ha presentado como defensora de la racionalidad y del derecho internacional, en la práctica desempeña el mismo rol que las potencias coloniales de los siglos XVIII y XIX: respaldar el acoso para asegurar la supremacía de los Estados occidentales.
Esta retórica recuerda la alineación histórica de Alemania con la violencia colonial, desde el armamento de Saddam Hussein durante sus ataques químicos contra Irán en los años 80, hasta su defensa actual de Israel frente a cualquier rendición de cuentas.
Esta división de tareas, moldeada durante décadas, asigna a Estados Unidos y al régimen israelí el rol principal en las guerras y bombardeos, mientras Europa gestiona la presión política, las narrativas mediáticas y las sanciones legales cuestionables.
El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Irán, Esmaeil Baqaei, destruyó la postura moral alemana en este tema: “Recordatorio histórico: Alemania inició dos guerras mundiales. Irán acogió a los judíos que huían de Hitler”.
En una publicación reciente en X (antes Twitter), pidió a los funcionarios alemanes que “guarden silencio” en lugar de justificar los crímenes del régimen israelí, señalando que aquellos que están “perpetuamente del lado equivocado de la historia” pierden el derecho a dar lecciones a otros.
Complicidad y “Staatsräson”
Mientras Dobrindt prometía solidaridad con Tel Aviv, su gobierno saboteaba activamente los esfuerzos para responsabilizar a Israel.
El 23 de junio, Alemania bloqueó un intento de España por suspender el Acuerdo de Asociación entre la UE e Israel —un pacto condicionado al cumplimiento de los derechos humanos— pese a que la Comisión Europea ya había determinado que Israel violó sus obligaciones en Gaza y Cisjordania.
Esta decisión coincidió con el bombardeo incesante de Ciudad de Gaza, un ataque que cobró la vida de 80 palestinos en un solo día y desencadenó evacuaciones masivas.
El concepto de “Staatsräson” (razón de Estado), invocado por Merz para justificar el apoyo incondicional a Israel, se ha convertido en una licencia para el genocidio.
Cuando Merz declaró que el deber de Alemania es “defender al Estado de Israel en su existencia”, omitió que dicha “existencia” depende de borrar al pueblo palestino y sembrar el caos en Asia Occidental.
Desde octubre de 2023, el régimen israelí ha matado a más de 56.500 palestinos, y las estimaciones más amplias —incluidos desaparecidos y presumiblemente muertos— sugieren que la cifra real es mucho mayor. A pesar de ello, Alemania aumentó sus exportaciones de armas al régimen a 161 millones de euros en 2024.
Durante la visita de Dobrindt se anunció incluso una mayor cooperación en ciberdefensa, profundizando la complicidad alemana en la agresión que financia y respalda políticamente.
Hipocresía nuclear y el fantasma de Saddam
Dobrindt afirmó que el programa nuclear iraní “amenaza” a Europa —una declaración reforzada por Merz, quien insistió en que Irán “no debe tener armas nucleares”.
Esta división de tareas llevó a los funcionarios europeos, en medio del ejercicio legítimo de autodefensa de Irán, a inundar plataformas globales con los reciclados argumentos sobre “la amenaza nuclear y misilística iraní” en lugar de condenar la agresión.
Pero esto ignora tres realidades contundentes:
- El programa nuclear iraní es pacífico y, como el país más inspeccionado por el OIEA en la historia, permanece bajo estrictas salvaguardias. Mientras tanto, Israel posee armas nucleares no declaradas.
- Israel atacó descaradamente a Irán y bombardeó instalaciones nucleares iraníes, asesinando científicos y violando el derecho internacional —acciones que Alemania ha respaldado.
- Alemania armó a Saddam Hussein con armas químicas que fueron utilizadas para masacrar iraníes en los años 80, incluyendo el ataque a Sardasht en 1987.
Como enfatizó el portavoz Baqaei, Alemania tiene una “responsabilidad legal y moral” por haber facilitado los crímenes de guerra de Saddam.
Y sin embargo, ahora financia las atrocidades israelíes mientras sermonea a Irán —una nación que nunca ha iniciado una guerra de agresión— y cumple diligentemente su rol en la campaña de presión occidental amplificando amenazas infundadas.
Nuevamente del lado equivocado de la historia
La alianza de Berlín con Tel Aviv refleja un patrón más amplio del imperialismo occidental, en el que se sostiene activamente la división de roles heredada de la era colonial.
La función de Alemania como instrumento del imperialismo occidental se manifiesta en múltiples planos.
En el ámbito cultural, por ejemplo, la censura en el Festival de Cine de Berlín (Berlinale) a voces pro-palestinas —llegando incluso a denunciar a empleados ante la policía por solidarizarse con Gaza— revela la represión sistemática del disenso por parte de Alemania, un mecanismo que sostiene una apariencia de racionalidad mientras facilita la barbarie.
Pero esta represión va más allá de la censura cultural. Alemania, en su perversión del principio de que “Nunca más es para todos”, ha transformado, décadas después del Acuerdo de Luxemburgo (1952) y el establecimiento de relaciones diplomáticas (1965), su “responsabilidad especial” con las víctimas del Holocausto en un cheque en blanco para los crímenes de Israel.
Esta realidad siniestra se manifestó también en la actuación de Dobrindt en Bat Yam, donde calificó como terrorismo el acto de autodefensa de Irán mientras ignoraba el genocidio israelí, validando la advertencia del portavoz iraní: “La historia no perdona fácilmente, y la memoria de las naciones es larga”.
Mientras muchas naciones del Sur Global exigen responsabilidades por las atrocidades israelíes, Dobrindt y Merz se aferran a una política fracasada que mancha la integridad moral de Alemania y reafirma su compromiso con un orden neocolonial.
Al desempeñar su papel asignado de encubrimiento político, aplicación de sanciones y manipulación narrativa, Alemania permite los peores excesos de la agresión estadounidense e israelí, demostrando que sus proclamaciones de legalidad y racionalidad no son más que una fachada moderna para una agenda imperialista ancestral.
Hasta que Berlín confronte su complicidad en el terror israelí, su propia historia sangrienta y su participación activa en esta cínica división imperial del trabajo, seguirá del lado equivocado de la historia, condenada por la misma conciencia que pretende representar.