Del 4 al 10 de septiembre se está llevando a cabo la Semana Nacional de la Epilepsia, para visibilizar una enfermedad silenciosa. Debido a estigmas que aún persisten y a la discriminación, les pacientes no cuentan que tienen epilepsia. Esto atenta contra las posibilidades de que su entorno escolar, laboral o social les asista de forma correcta ante una convulsión.
Es una de las enfermedades neurológicas más frecuentes. Se estima que en el mundo hay más de 50 millones de personas con epilepsia, y en nuestro país, cerca de 300 mil argentines. Alrededor del 70% de les pacientes logra controlar su cuadro con medicamentos anticrisis epilépticas. En otros casos, cuando la medicación no funciona, existen otras opciones como la terapia cetogénica y un abordaje nutricional.
Desmitificando a la epilepsia, durante esta semana diversas instituciones como la Liga Argentina Contra la Epilepsia (LACE) realizan actividades de difusión. Cabe destacar que se puede tener epilepsia y nadar de forma profesional, manejar un auto, ejercer cualquier profesión y formar una familia, si se quiere, al igual que las personas que no tienen epilepsia. Por eso, es importante remarcar la estigmatización y discriminación que rodean a esta enfermedad. Muchas personas no cuentan que tienen epilepsia por miedo o por desconocimiento. Creen que es una enfermedad mental o psiquiátrica, cuando no lo es. Por otro lado, en el ámbito laboral se suele ocultar por miedo a perder el trabajo.
Hablemos de epilepsia
La epilepsia afecta a personas de todas las edades, sin distinción de sexo, raza o clase social. Las crisis tienden a aparecer en la infancia o en la adolescencia tardía y esta incidencia aumenta nuevamente después de los 65 años de edad.
En la mitad de les pacientes se desconoce su causa, pero puede deberse a daño cerebral ocasionado durante el embarazo o en el parto. También a malformaciones congénitas o trastornos genéticos y los tumores a nivel cerebral. Los traumatismos craneoencefálicos graves, como en accidentes de tránsito son otra de sus causas, como así también los accidentes cerebrovasculares en los que disminuye la llegada de oxígeno al cerebro. Por último, las infecciones cerebrales como meningitis, encefalitis o neurocisticercosis.
Según su grado de severidad, puede provocar crisis recurrentes, contracciones musculares involuntarias, pérdida de la conciencia, alteraciones del movimiento, de los sentidos y de otras funciones cognitivas. “Las crisis suelen aparecer de forma súbita e inesperada. Duran unos pocos segundos o como mucho unos minutos. Las más llamativas son las convulsiones, donde la persona pierde la conciencia, se pone rígida y comienza a sacudirse”, explicó la doctora, María del Carmen García. A través de un comunicado, desde la Liga Argentina Contra la Epilepsia (LACE) difunden información precisa y segura sobre la epilepsia.
“Hay otro tipo de crisis que se reducen a una desconexión momentánea con el entorno durante unos segundos, llamadas ausencias. Estas, al igual que sacudidas en las manos o que se caigan objetos, son manifestaciones mucho más sutiles. No necesariamente hacen sospechar al paciente o a su entorno de que podrían ser síntomas de epilepsia”, aclaró García.
¿Qué hacer frente a una crisis?
Desde LACE explican que es importante saber que la mayoría de las personas con epilepsia, cuando sufren una crisis, por lo general, se recuperan de manera espontánea. Pero hay otras situaciones en las que sí se debe acudir a una asistencia médica, como por ejemplo si la crisis dura más de 5 minutos. También si no existe certeza de que la persona ya era epiléptica. Si hay una recuperación lenta, se presenta una segunda crisis o se dificulta la respiración después de la convulsión, se debe asistir al hospital. Aplica en los casos de mujeres embarazadas, lesiones en cualquier parte del cuerpo o cabeza, si la persona tiene diabetes o fiebre alta.
En caso de que una persona sufra una crisis epiléptica generalizada, con las llamadas contracciones tónico-clónica, se recomienda, en primer lugar, mantener la calma. No se debe tratar de contener a la persona o sus movimientos, pero sí ayudarla a que no se golpee. Por ejemplo, si está sentada asistirle para que no caiga al suelo, corriendo objetos con los que pueda lastimarse o quitándole los anteojos. También ayuda a aflojar la ropa alrededor del cuello y cabeza. Si es posible, se tiene que tomar un registro de la duración de la convulsión.
También se debe poner a la persona de costado para facilitar la respiración y mantener las vías aéreas libres, además de permitir que la saliva caiga de su boca. Para ello se tiene que colocar algo plano y suave bajo su cabeza. No se debe tratar de forzarla para abrir la boca, ni poner ningún objeto duro, porque podría ahogarse o hacerse daño. Tampoco se debe intentar dar respiración artificial, excepto que la persona dejara de respirar al término de la crisis. Se debe acompañar a la persona hasta que haya terminado la crisis y recupere la conciencia.
Una crisis en una persona con epilepsia no es una emergencia médica, aunque así lo parezca. Termina espontáneamente después de unos minutos y las personas pueden continuar con sus actividades después de un período de descanso y recuperación. Entre las crisis la vida continúa de forma normal, activa y saludable.