¡Por favor, déjenos bailar, por favor que nos dejen bailar! La fotografía completa volvió en forma de un recuerdo cuando anoche me enteré de la muerte de Marciano Cantero. Pero no fue una sola, fue un álbum completo de imágenes registradas en mi memoria que se va llenando a medida que escribo estas palabras.
Era un preadolescente y apenas había ido a alguna matiné (una juntada con música y gaseosas a los 13, 14 años). Fue uno de mis primeros bailes de “grande”. Ya tenía 15, iba a tercer año del secundario y me dejaron ir con amigos. Toda una aventura en la que cada cosa dentro del recinto, en este caso el patio interno del colegio, me parecía gigantesca y fascinante.
En esa época, al terminar la noche se ponían lentos para que las parejitas aprieten en la pista. O para que quienes tenían aún chances, jueguen su última carta. Pero nada de eso llamó mi atención, sino lo que sucedió después.
Una pantalla gigante bajó y empezó a proyectar videoclips de rock nacional.
Marciano Cantero y una Guitarra Blanca rompiendo el silencio
Cual bicho que va hacia la luz enceguecido, me acerqué con mi vasito de piña colada sin sacarle los ojos de encima. Comenzó a sonar Guitarras Blancas de Los Enanitos Verdes y se desató un verdadero descontrol. No podía creer lo que generaba la música y esa canción en particular. Todos bailando, saltando, disfrutando.
Pero en medio de ese gentío frenético divisé a una persona que llamó mi atención. Esas situaciones que te marcan de chico y decís: “yo quiero eso, yo quiero ser así”.
Un estudiante, actual profesor de Historia en la Universidad de la Plata, estaba ensimismado tocando una guitarra imaginaria con los ojos cerrados. En ese momento era simplemente un alumno de un curso superior. Un flaco que ya tenía experiencia en bailes. No era poco.
Descubrí en ese instante la sensación de libertad, de poder expresarse, de que podías ser lo que querías. ¿No será mucho? Si estás leyendo esta nota con cabeza de adulto, es posible. De ser así, imaginate que tenés 15 y volvé a leer.
Y dale: ¡Por favor, déjenos bailar!, cantaba y levantaba la cabeza hacia el cielo (el cielo raso). Ese pequeño Matías admiraba la pasión con que tocaba y cantaba. Sí, porque tocaba en serio, no “hacía que”, y ahí había algo especial.
La voz de Marciano, la guitarra de Felipe Staiti y la batería de Daniel Piccolo generaban esa pasión. Eran Los Enanitos Verdes y sonaban distinto a todo.
Un enanito que escucha a los Enanitos y al Marciano Cantero
Comenzaba la década que más amamos odiar, los 90. Y también lo hacía la carrera solista de Marciano. En 1989 se habían separado los Enanitos y al año siguiente sale el álbum de debut de Cantero: Luna Nueva.
Un disco que, según las crónicas, no tuvo tanta difusión por estos pagos pero sí en Chile, por ejemplo. Como sea, en mi casa siempre hubo acceso a la música y estaba ese disco en vinilo, impecable. Y siendo un gurisito de 7 años, pasaba horas del día al lado del tocadiscos.
Y allí había de todo: Litto Nebbia, Charly García, Fito Páez y Luis Alberto Spinetta. Casi todo rock nacional. Entre esos, llamaron mi atención dos vinilos: el mencionado Luna Nueva y Contrarreloj, segundo álbum de los Enanitos Verdes. Un discazo que traía La muralla verde, Solo dame otra oportunidad, Tus viejas cartas, entre otros hits.
Mientras mis amiguitos estaban escuchando a Flavia Palmiero, por ejemplo, yo alucinaba con el rock nacional. Y fue gracias a mi hermano Diego que me sumergí en ese universo musical. Al fin y al cabo, era su universo personal, que se volvió el mío. Como niños, absorbemos todo, lo bueno y lo malo. Por suerte, esa música era espectacular y me acompaña hasta hoy.
Do, Sol, Re, Si menor
Comencé este relato con un recuerdo de Marciano en la preadolescencia. Sin embargo, durante la adolescencia su influencia artística se hizo más fuerte. Comenzaron los primeros acordes, los primeros intentos de sacar las segundas voces y los coros. Y qué mejor que hacerlo, además de con Sui Géneris, que con los Enanitos Verdes.
Era en un espacio exclusivamente dedicado a la música: sillones, tocadiscos, casetera y los licores de mi viejo. Allí pasaba mis horas después del colegio hasta que tocaba ir a Educación Física. Y en ese recinto sagrado, insisto, un lugar puramente dedicado a escuchar música, empezamos a sacar los primeros acordes.
Era perfecto: canciones con acordes simples, roqueras, profundas y melódicas al mismo tiempo. Con la voz única de Marciano y esas ganas de, aunque sea, acercarse a su tono de voz. De a poquito iba saliendo y la efervescencia adolescente hacía que tengamos ganas de mostrar lo aprendido.
Y hablo en plural porque la aventura musical iba de la mano junto a mi amigo Ciro. Un gran músico que en dos patadas te sacaba las notas (no había internet ni acceso a los libritos de acordes). Hasta el día de hoy recuerdo los versos y la emoción de cantar esas palabras.
“Te acordas del flaco Spinetta, cuando cantaba ´Todas las hojas son del viento´, hay toda nuestra filosofía que era solo ser roqueros”.
Lo escribo y me emociono. Marciano, un verdadero músico y artista que dominaba el arte de la simpleza. En un mundo donde todo es complicado y rebuscado, lo simple cobra más valor cada día. Es difícil poner en palabras todo lo que Marciano Cantero me dejó.
Tenés que hacer lo que el corazón diga
El músico mendocino falleció en la noche del jueves 8 de septiembre del 2022. Había terminado de conducir mi programa y quería bajar la adrenalina. Por casualidad revisé el chat del grupo de trabajo de este portal. Y allí comenzaron a llegar mensajes por su muerte. Pensé que se trataba de un error, pero no.
Las situaciones adversas llegan cuando menos lo esperamos y no preguntan si estamos preparados. Empecé a revisar portales para confirmar, tweets y demás. Y sí, efectivamente había fallecido. Loco, a los 62 años ¡dale! Increíble.
Y vos decís: pero es una persona que no conoces, no es un familiar. Es verdad, pero para mí, por si no quedó claro, significa mucho más. Lo que pasa es que a medida que las personas que formaban parte de tu mundo mueren, un poquito de vos se va con ellos. Te empezás a dar cuenta de la finitud de la vida y que, no flaco, no sos eterno.
Para mí, la muerte de Marciano Cantero es una gran pérdida para la música en general y para Argentina en particular. Pero como sucede con todos los grandes artistas, nos queda su obra: con los Enanitos Verdes y sus dos discos solistas, que recomiendo escuchar.
Sin Marciano, aún seguiremos cantando y solo pido ¡Por favor que nos dejen bailar!.