En América Latina el trabajo infantil no siempre se ve. No aparece en fábricas ni en calles, sino puertas adentro: en las cocinas, cuidando hermanos, limpiando y sosteniendo hogares. Según un reciente estudio de UNICEF, las niñas adolescentes destinan en promedio siete horas más por semana que los varones a estas labores. Y en los hogares más pobres, esa brecha se duplica, alcanzando las 14 horas semanales adicionales.
Lejos de la mirada pública, millones de niñas y adolescentes dedican buena parte de su tiempo a tareas domésticas y de cuidado no remunerado, una carga que empieza en la infancia y se intensifica en la adolescencia.
El informe Uso del tiempo entre las y los adolescentes en América Latina, basado en encuestas oficiales de Argentina, Chile, Colombia, México y Uruguay, expone cómo estas tareas recaen de manera desproporcionada sobre las niñas desde edades tempranas. En muchos casos, la diferencia horaria con los varones no es solo cuestión de costumbre: es la consecuencia directa de la falta de acceso a servicios públicos de cuidado y de la persistencia de estereotipos de género que asignan el trabajo doméstico a las mujeres.
La desigualdad como norma
La investigación detalla que la presencia de niños menores de cinco años en el hogar, la ausencia de servicios de cuidado infantil, y la baja participación de padres y madres en las tareas no remuneradas son factores que agravan la situación. El resultado es un patrón que se repite generación tras generación: las adolescentes aprenden, y muchas veces naturalizan, que su tiempo vale menos que el de sus pares varones.
En los hogares de menores ingresos, la desigualdad es aún más pronunciada. En éstos las adolescentes llegan a destinar hasta 14 horas más por semana a las tareas de cuidado y mantenimiento del hogar que sus pares masculinos. Mientras tanto, ellos dedican ese tiempo, en mayor proporción, a actividades recreativas y de esparcimiento. Esta distribución desigual limita el derecho de las niñas a jugar, estudiar o descansar, además de condicionar su desarrollo personal, su autonomía y su salud mental.
El estudio también muestra una correlación entre la escolaridad y la carga de trabajo no remunerado. Las y los adolescentes que no asisten a la escuela participan más en estas tareas que quienes sí lo hacen. En muchos casos, las responsabilidades domésticas son un obstáculo para continuar los estudios, perpetuando el círculo de desigualdad.
En declaraciones recogidas por UNICEF, Roberto Benes, director regional para América Latina y el Caribe, subrayó que “estas desigualdades les quitan tiempo para ser niñas y condicionan sus oportunidades en el presente y en el futuro”.
Por su parte, María Noel Vaeza, de ONU Mujeres, advirtió que los cuidados no remunerados son “una de las principales barreras para la igualdad de género” y que, para revertir esta situación, se requieren políticas públicas que redistribuyan el cuidado desde el Estado y promuevan una transformación cultural.
El informe propone medidas concretas: ampliar la cobertura y accesibilidad de servicios de cuidado para la primera infancia, personas mayores y personas con discapacidad; implementar programas de protección social que reduzcan las cargas domésticas sobre las adolescentes; y desarrollar campañas culturales dirigidas a jóvenes que visibilicen el valor del cuidado y promuevan masculinidades corresponsables.
En un contexto en el que el trabajo infantil es una deuda pendiente, la naturalización del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado en niñas y adolescentes es, como mínimo, una forma invisible de explotación. Reconocerlo y medirlo es el primer paso, pero la verdadera meta es erradicarlo.