Este 9 de junio se cumplen 66 años de los fusilamientos de los militantes peronistas, ocurrido en 1956 en los basurales de José León Suárez, partido de San Martín. Horas antes, la policía había allanado una casa en la localidad bonaerense de Florida y detenido a doce hombres. Los subieron a unas camionetas y, al llegar al basural, hicieron que comenzaran a correr. La historia la retomó Rodolfo Walsh en su mítico libro Operación Masacre.
Entre el tumulto de mugre, las balas empezaron a llover como si quisieran regar los suelos. Sin embargo, la finalidad era contrariamente salvaje. Doce militantes peronistas iban a ser fusilados en un basural.
Todos ellos conformaban parte de un grupo que intentó un levantamiento liderado por el General Juan José Valle. Su objetivo era derrocar la dictadura denominada “Revolución Libertadora”, que regía desde el 55, cuando el presidente Perón fue desplazado de su cargo.
La Revolución Libertadora
En el momento de los hechos, el general Pedro Aramburu era presidente de facto de la Argentina, mientras que como vicepresidente ejercía el almirante Isaac Rojas. La propia “Revolución Libertadora” había decidido desplazar prematuramente a Eduardo Lonardi del poder, quien hasta entonces había sido el primer mandatario.
A partir de este nuevo régimen, el nuevo Gobierno dictatorial comenzó a ser más violento. Sobre todo con aquelles que tenían algo que ver con el peronismo. Frente a esa situación, el general Valle decidió liderar los levantamientos cívicos-militares enmarcados en la Resistencia Peronista. Sin embargo, los planes fallaron y los partícipes fueron atrapados por las fuerzas de seguridad.
“A esa gente la llevan a un descampado y los fusilan”, había ordenado el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez. La intención era dispararles como si fuese una cacería. De todos los detenidos, solo siete quedaron con vida. Incluso algunos fingieron estar muertos para que la policía dejara de dispararles.
«Operación Masacre«: los fusilamientos de José León Suárez
Seis meses después de los asesinatos, Rodolfo Walsh, un periodista y escritor que concurría a un bar platense en el que se jugaba ajedrez, lograría marcar este hecho como un antes y un después en el periodismo y la literatura argentina.
Hasta ese entonces, la vida de este hombre no era muy distinta a la de quien gozaba de su misma profesión. Sin embargo, luego de los fusilamientos de José León Suarez, una frase le marcó el rumbo: “Hay un fusilado que vive”, le habían dicho.
El rumor bastó para que emprendiera la investigación de lo que hasta hoy se considera la obra pionera de la no-ficción periodística. La tituló Operación Masacre y fue un trabajo fundamental para conocer los asesinatos de militantes perpetrados durante la dictadura cívico-militar.
“La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez”, escribió Rodolfo Walsh en el prólogo del libro. Y para contextualizar, señaló que en ese momento “se hablaba más de Keres o Nimzovitch que de Aramburu y Rojas”. Además, agregó: “La única maniobra militar que gozaba de algún renombre era el ataque a la bayoneta de Schlechter en la apertura siciliana”.
La investigación fue llevada a cabo por él, pero también por una mujer que por mucho tiempo pasó desapercibida. Enriqueta Muñiz era una joven periodista que decidió acompañar a Walsh para rastrear los testimonios y darle forma al relato.
Al respecto, el periodista hizo una pertinente, pero corta, aclaración en el libro: “Simplemente quiero decir que, en algún lugar de este libro, escribo ‘hice’, ‘fui’, ‘descubrí’. Debe entenderse como ‘hicimos’, ‘fuimos’, ‘descubrimos’”.
Por la historia viva de su tierra
La proximidad entre el Día del Periodista y el aniversario de los fusilamientos de José León Suárez permiten una reflexión al respecto. Desde la casualidad por la que emerge un trabajo como Operación Masacre, es menester pensar qué hubiera pasado si Rodolfo Walsh hubiese ignorado la frase: “Hay un fusilado que vive”. Osvaldo Bayer lo definió utilizando una frase que decía: “La conciencia es su musa”.
Además, Bayer sostenía que el parámetro de la vida de Walsh era su conciencia y la decisión de involucrarse. “La sangre que circulaba por sus venas no lo dejaba tranquilo con los productos que le depositaba en el cerebro”, decía.
Por eso, nombró a cada una de las víctimas del fusilamiento en ese basural. A los cinco asesinados: Nicolás Carranza; Francisco Garibotti; Carlos Alberto Lizaso; Mario Brión y Vicente Damían Rodríguez. Y a los siete sobrevivientes: Reinaldo Benavidez; Rogelio Díaz; Horacio Di Chiano; Norberto Gavino; Miguel Ángel Giunta; Juan Carlos Livraga y Julio Troxler.
Sin conocerlos, quiso comprometerse con sus historias que, al mismo tiempo, eran las de un país sumergido en una dictadura. Quiso que sus nombres se sepan, porque de ellos también era la historia y en ellos se evidenciaba la crueldad de la época.