viernes 19 de abril de 2024

La disputa de los ingresos

El presidente de Libres del Sur, Humberto Tumini, reflexiona sobre la inflación y la lucha histórica por los recursos entre la clase dominante y los sectores populares.
FMI
“Los sectores dominantes ubican en cada etapa histórica cuál es la fuente principal de recursos en el país y van por ella”, señala Tumini – Crédito: Universidad Calf.

La inflación endémica en la Argentina es, en lo fundamental, el reflejo de la disputa de los ingresos entre los sectores económicamente poderosos y las mayorías populares. Aquellos mantienen o incrementan sus ganancias a través de la suba de precios, mientras los menos pudientes resisten el ataque a los bolsillos exigiendo recuperar lo perdido. Cuando lo logran, los grandes empresarios vuelven a aumentar gracias a la debilidad o complacencia de los gobiernos que lo permiten. 

Pero no es la inflación el único mecanismo por el cual se disputa la renta nacional por estos pagos, ni siquiera es el más importante. Los sectores dominantes ubican en cada etapa histórica cuál es la fuente principal de recursos en el país y van por ella; usando los mecanismos diversos que les da su poder, incluyendo la fuerza.

Allá por mediados del siglo 19, producto de la revolución industrial en Inglaterra, del avance en los medios de transporte con los barcos a vapor y de la tecnología con el enfriado de los alimentos, se abrió para la Argentina una gran oportunidad para la exportación de productos agropecuarios. Los terratenientes bonaerenses y los comerciantes porteños decidieron entonces capturar, para sí, dicho negocio

Lograron finalmente derrotar al interior en la batalla de Pavón (1862), se hicieron del gobierno nacional, establecieron una alianza estratégica con Gran Bretaña, ofreciéndole una parte significativa de las ganancias, y expandieron la frontera agropecuaria hacia el sur. De esa manera, se garantizaron, para sí y para los ingleses, la parte más significativa del ingreso nacional hasta 1945. Nada menos que durante 83 años; sin industrializar el país con ella, como sí hicieron Canadá y Australia.

Más tarde, a mediados de los años cincuenta del siglo 20, estas clases dominantes locales percibieron dos cosas: en primer lugar, que los EEUU habían desplazado a Inglaterra como potencia mundial; en segundo término, que se estaba agotando económica y políticamente la primera parte de la sustitución de importaciones , la cual había sido llevada adelante con capital nacional por los primeros gobiernos peronistas.

En ese contexto se hicieron del gobierno por medio del golpe de Estado de la “Revolución Libertadora”, anudaron una fuerte alianza con los yanquis dejando de lado la tradicional con los ingleses, y fueron por el principal negocio que se abría para ellos: una nueva sustitución de importaciones, pero ahora a través del capital extranjero. El novedoso instrumento político, ya devaluado el partido conservador, fueron los militares; quienes para garantizar el nuevo rumbo volvieron a dar golpes en 1962 y en 1966.

A mediados de los años ‘70 el poder económico local y extranjero percibió que el modelo implantado en su beneficio, de la Libertadora en adelante, estaba también agotado. La industria, si bien había sustituido importaciones, no había logrado aumentar sus exportaciones. Tampoco el campo, estancado en su productividad por el latifundio. Cuando crecía la economía, entraba en problemas el sector externo. Había, entonces, que frenarla. Al poco tiempo se generaba una crisis política que daba lugar al crecimiento de organizaciones revolucionarias y de un extendido sindicalismo combativo. Era, por tanto, hora de cambiar otra vez el modelo de negocios.

Acordaron con los yanquis, acá y en toda la región, que en esa nueva etapa que se abría las ganancias de las grandes empresas, de los oligarcas del campo y las multinacionales debían salir de la súper explotación de los pueblos. Esa es la razón detrás de la sanguinaria dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976, precedida de muchas otras en Sudamérica. Había que derrotar la dura resistencia popular para abonar las posibilidades de capturar una mayor renta, directamente disminuyendo la de una parte significativa de la población. Se iniciaba el camino hacia la sociedad de dos pisos que vemos hoy.

El camino elegido no fue nada sencillo por dos razones. Primero, porque los militares fueron reticentes a avanzar, más o menos rápido, con el achicamiento del Estado y la privatización de las empresas públicas; en cierta medida por razones ideológicas, en parte porque tenían sus negocios allí en alianza con fuertes empresarios locales. En segundo término, porque estaba presente el riesgo, a pesar de la represión, de que se incrementara la lucha popular si había una caída abrupta de los ingresos de las mayorías populares en corto tiempo.

Aunque de la mano de Martínez de Hoz y quienes lo sucedieron en el Ministerio de Economía, lograron trasladar una parte no menor de la renta a los grandes y ricos empresarios, el proyecto económico y político de la dictadura terminó fracasando; lo que motivó, Malvinas mediante, su retirada.

El gobierno débil de Alfonsín fue de transición. Los EEUU y el poder económico local, mientras desgastaban a aquel, negociaban en los marcos del Consenso de Washington un nuevo proyecto para apropiarse otra vez de la parte del león de la renta nacional.

Menem, al derrotar a Cafiero en la interna del PJ y llegar así a la presidencia, fue el dirigente elegido para llevarlo adelante. El objetivo principal eran las empresas del Estado, las joyas de la abuela como quien dice. También, el achicamiento de la industria a los efectos de ser reemplazada por las importaciones de sus productos, que compraríamos a las multinacionales, especialmente norteamericanas. A la búsqueda de que no entrara en crisis en el mediano plazo el sector externo, apostaron a la tecnificación del agro para aumentar su producción y su productividad.

Aprovechando el gran fracaso del gobierno de Alfonsín, tuvieron 10 años para saquear el país. Los bancos extranjeros y las multinacionales, con el FMI atrás y en alianza con las grandes empresas y los oligarcas locales, se la llevaron literalmente en pala. Dejaron un país endeudado, con un Estado muy débil, una industria largamente deteriorada y un tendal de desocupados y pobres. Un avance cualitativo hacia la sociedad de dos pisos que inició la dictadura.

Vino la crisis del 2001, la salida de la misma de la mano del default y la irrupción de los chinos en el mercado mundial elevando a las nubes los precios agropecuarios, en particular de la soja. Se abrió una posibilidad de avanzar con un nuevo proyecto nacional, como la que se le presentó al general Perón a mediados de los años ‘40. Un escenario mundial favorable, capacidad exportadora para aprovecharlo, baja deuda externa por dejar de pagarla primero y por hacerle fuerte quita después, una derecha desprestigiada y muy debilitada políticamente, con los militares fuera de la cancha. No obstante, los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, más allá de medidas acertadas que tuvieron en su momento, terminaron desperdiciándolo.

Producto de ello logró llegar Macri, que se presentó a sí mismo como un nuevo Roca. Es decir, como el presidente que, como aquella “Generación del ‘80”, iniciaría una nueva etapa de supuesto desarrollo del país con gobiernos de su clase social, de las personas pudientes.

¿A qué apuntaba esta gente de fortuna, en un nuevo tiempo histórico, en su permanente objetivo de quedarse, ellos y sus aliados internacionales, con la parte del león de los ingresos? A los recursos naturales en lo fundamental, como en el siglo 19 y la primera parte del 20, por eso mentaban a Julio Argentino.

Solo que ahora, dichos recursos están más diversificados: a la producción agropecuaria se le suman sus derivados industriales (ser el “supermercado” del mundo), el gas y el petróleo de Vaca Muerta, la minería del oro, la plata, el cobre y el litio. Previsiblemente, con altos precios de los mismos por todo un período de tiempo.

El gobierno de Cambiemos inició el camino en esa dirección, la de capturar para los sectores poderosos, en el tiempo, la renta de nuestros recursos naturales. Mientras que en el corto plazo buscaba hacer retroceder los ingresos de los sectores populares, que habían mejorado en cierta medida desde el 2001, en beneficio de aquellos. Pero chocó con la resistencia de los afectados, lo que lo obligó al “gradualismo”; la suba de la tasa de interés en los EEUU también lo puso contra las cuerdas y lo llevó a recurrir al socorro del FMI. Todo ello, condujo a su derrota en el 2019.

No obstante, dejó las condiciones para que el gobierno del Frente de Todos fracasara si no era firme frente al poder económico local e internacional. Recibió aquel una enorme deuda externa, el país sin reservas y en recesión desde abril del 2018, con 35% de pobres, 10% de desocupados y una inflación del 52%. Si no le tocaba los ingresos a los grupos concentrados y se negaba a pagar la deuda al menos en su mandato, consolidando de esta manera el apoyo en la sociedad, era muy difícil de que no chocara el barco y asfaltara así el camino para el regreso de la reacción. De esta manera estaban planteadas las cosas desde un principio. Con la pandemia en el medio, más aún.

Pero el gobierno finalmente, como el de Alfonsín en su momento, se ha mostrado débil frente a los sectores de poder. Incluyendo a Cristina y el kirchnerismo en esto, que toman distancia, ahora, cuando el barco va camino a hundirse y les afecta su capital político; nada dijeron durante los dos años, cuando el rumbo de concesión tras concesión a los poderosos se iba verificando.

Por tanto, le han vuelto a abrir, como en el 2015, la puerta al regreso de la derecha a la Rosada. Incluso, van tomando posiciones políticas que contribuyen a que se introduzcan las ideas de esta en la sociedad. Ya lo habíamos visto en la represión en Guernica, ahora, otra vez, con Zabaleta demonizando a las organizaciones sociales y sus protestas; también con Berni disputando el podio con Milei y Bullrich. Ni que hablar cuando se alinean con los yanquis y la OTAN por lo de Ucrania.

Los sectores de poder de afuera y adentro, agradecidos. Van camino a lograr, gracias a este gobierno, volver a la Rosada con su estrategia de quedarse con la renta de nuestros recursos naturales; la que debiera ser utilizada para reconstruir y darle futuro a la nación desde los intereses de las mayorías.

Ya les dio Alberto una mano, con la negociación que hizo de la deuda que dejó Macri con los acreedores privados y el FMI. Una parte de la renta que aporten en los próximos años las exportaciones del campo, de Vaca Muerta y la minería, irán a parar a manos de aquellos. También en el ajuste de Guzmán y la inflación que permite, se va otra parte de los ingresos de los sectores populares a las grandes empresas. Los reaccionarios solo están esperando llegar al gobierno, aprovechando el fracaso de este, para pegar un mordisco todavía mayor en la renta nacional.

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