El 19 de febrero de 1937, tras una ingesta de cianuro, se suicidó en Buenos Aires el escritor uruguayo Horacio Quiroga. Su deceso auto infligido puso fin a una vida signada por la tragedia, la enfermedad y la muerte.
Horacio Quiroga fue un destacado narrador latinoamericano de su época, y es una referencia de lectura para muchas generaciones de niñes y adultes que crecieron acompañades de sus maravillosos cuentos. Fue poeta, dramaturgo y un apasionado del cine y la fotografía. Aunque sus relatos muestran influencias de la literatura de Edgar Allan Poe, no es de extrañar que sus propias experiencias de vida fueran también una fuente de inspiración. Sin ir muy lejos, sus vivencias podrían a su vez, ser el motivo de su marcada predilección por el terror, un rasgo que atraviesa gran parte de su obra literaria.
A 85 años de la noche en que el escritor decidió quitarse la vida Nota al Pie lo recuerda a través de su historia y sus emblemáticas obras.
Al filo de la muerte
Horacio Silvestre Quiroga Forteza, tal es su nombre completo, nació el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay. A los dos meses de su nacimiento su padre Prudencio Quiroga, vicecónsul argentino en Salto, murió al dispararse su escopeta de forma accidental. Ese temprano acontecimiento fue quizás el primer presagio de lo que marcaría una continuidad de desgracias a lo largo de toda su vida.
En 1891 su madre, Pastora Forteza, contrajo matrimonio con Ascencio Barcos, quién cinco años después de la boda quedó mudo y semiparalizado como consecuencia de un derrame cerebral. Barcos murió de un disparo en la boca que él mismo se había propiciado, pero el escenario de muerte en la vida de Quiroga no acabaría allí.
A comienzos del siglo XX sus hermanos, Prudencio y Pastora, fallecieron a causa de una fiebre tifoidea, y el 5 de marzo de 1902 el escritor mató sin querer, mientras limpiaba un arma, a su amigo Federico Ferrando. Si bien fue absuelto de culpa y cargo, lo sucedido lo sumió en una profunda depresión de la que le fue muy difícil poder salir.
Estos sucesos lo llevan a radicarse definitivamente en la Argentina, donde comienza a trabajar como profesor de literatura en diversos colegios de la Ciudad de Buenos Aires. En uno de ellos tiene como alumna a Ana María Cires, 20 años menor que él, quien se convierte en poco tiempo en su primera esposa y madre de sus hijes, Egle y Darío.
Su vida en la selva misionera
Leopoldo Lugones, amigo íntimo de Quiroga, lo convocó por su pasión por la fotografía para acompañarlo en un viaje por la provincia de Misiones. En esta travesía conoció San Ignacio y se enamoró del entorno natural y el marco selvático del lugar, al que regresó en 1908 para asentarse junto a su esposa y luego sus hijes.
Pero el suicidio golpeó una vez más a su puerta: el 10 de febrero de 1915 su esposa Ana María ingirió un sublimado para revelado fotográfico que la hizo agonizar por varios días hasta provocarle la muerte. Este trágico hecho lo llevó de regreso a Buenos Aires.
En 1927 contrajo matrimonio con María Elena Bravo, una compañera de su hija Egle, 34 años menor que él, con quien tuvo a María Helena, su tercera hija. Con ellas viajó a Misiones, esta vez para instalarse de forma definitiva.
Debido a problemas económicos y matrimoniales su esposa lo abandonó; y al poco tiempo le diagnosticaron cáncer de próstata. Por este motivo se trasladó a Buenos Aires y fue internado en el Hospital de Clínicas, del que luego escaparía para quitarse la vida. El excéntrico escritor murió la noche del 19 de febrero de 1937, a causa de la ingesta de cianuro.
Aun después de su muerte el suicidio siguió marcando su entorno. En 1938 se quitaron la vida su hija Egle, su amigo Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni, con quien mantuvo una relación amorosa antes de su segundo matrimonio. Su hijo Darío se suicidó en 1951 y el 13 de enero de 1988 lo hizo también su tercera hija María Helena. Según cuenta el portal El Territorio, “se registró en un hotel porteño sobre la calle Maipú y pasada la medianoche se arrojó desde el noveno piso. La noticia fue silenciada en los medios de comunicación para preservar a su madre, que atravesaba un momento delicado de salud”.
La naturaleza de sus cuentos
Toda su vida estuvo dedicada a la escritura. Tal vez ese fue el único refugio de disfrute para su tormentosa vida. Quiroga fue uno de los fundadores del “Consistorio del Gay Saber”, un cenáculo literario que buscaba nuevas formas de expresión a través de las cuales romper con los convencionalismos de la escritura tradicional. Creó la “Revista de Salto”, en Uruguay; y publicó en revistas como Caras y Caretas, Fray Mocho y El Hogar. También realizó colaboraciones para los diarios La Nación y La Prensa.
Su primer libro de cuentos fue “Los arrecifes de Coral” en 1901. Tras la muerte de su primera mujer dejó de escribir por un tiempo. En 1917 publicó el libro “Cuentos de amor, de locura y de muerte”, al que le sigue el popular “Cuentos de la Selva” (1918), aunque les especialistas en literatura suelen destacar como sus obras culmines “Anaconda” (1921) y “Los Desterrados” (1926).
Horacio Quiroga se quitó la vida, pero permanece inmortal en el legado de su obra.