
Con semejante salto, las consultoras privadas ya dan por hecho que noviembre marque la quinta aceleración del Índice de Precios al Consumidor (IPC), en los últimos seis meses, empujando al índice por encima del registro de octubre (2,3%) y profundizando una tendencia que expone el constante retroceso del bolsillo argentino.
La escalada comenzó a tomar velocidad a partir de septiembre, alentada por la suba del ganado en pie y, sobre todo, por la apertura exportadora que dejó al mercado interno cada vez más expuesto a los precios internacionales. Aún con un dólar quieto por la intervención oficial, la dinámica inflacionaria no da respiro y el rubro alimentos, que explica un tercio del IPC, vuelve a convertirse en la locomotora del alza.
El impacto inmediato en los alimentos
En las primeras dos semanas de noviembre, Econoviews midió un aumento del 1,1% en alimentos y bebidas en supermercados del GBA. La carne subió 2% en la primera semana y 1,4% en la segunda; las verduras, 4,5% y 5,6%. LCG, por su parte, registró un salto aún más fuerte: 3,7% en carnes y 1,9% en verduras solo en la segunda semana del mes. Todo esto empuja a que noviembre ya acumule un 2,1% en alimentos.
Las consultoras coinciden en que el IPC mensual se ubicará entre 2,4% y 2,5%. Pero detrás de esos números fríos se esconden realidades más ásperas: cortes que aumentan hasta $3.000 de un día para otro, asados que ya no se consiguen por menos de $15.000 el kilo, milanesas que treparon a $18.000 y carne picada que va de $8.000 a $10.000. Y todo indica que diciembre, con la demanda típica de las Fiestas, traerá otro 5% de aumento.
Un consumo de carne cada vez más forzado
A pesar de esta estampida, en el sector aseguran que todavía no se observa una caída abrupta del consumo, quizás porque la sustitución hacia productos más baratos, como el pollo, ya alcanzó su propio límite. “La carne subió desde octubre un 15%. Los precios no van a bajar y van a seguir subiendo”, advirtió Sergio Pedace, vicepresidente de la Cámara de Matarifes. Su diagnóstico deja entrever un horizonte complicado: “Tendríamos que ir de a poco hacia los precios internacionales”.
La frase no es menor. En un país en el que los salarios vienen perdiendo contra la inflación desde hace años, la idea de “internacionalizar” precios básicos como la carne implica profundizar la exclusión del consumo de bienes esenciales. Lo que antes era parte de la dieta cotidiana, hoy se transforma en un lujo ocasional, y los propios carniceros recomiendan “comprar ahora y congelar”, un consejo que ya se volvió un símbolo de época.
La exportación liberada y el mercado desbordado
Pedace defendió la apertura exportadora y reclamó “previsibilidad” para el sector ganadero. Pero en la misma declaración reconoció uno de los efectos más sensibles: con China demandando cortes premium y menos hacienda disponible, los precios internos se alinean con los internacionales y la oferta local se tensiona. “Nos vamos a quedar sin vacas”, alertó, al señalar que Argentina faena animales más chicos que los estándares globales.
Un estudio del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), aportó más datos para el cuadro general: la carne aumentó 4,4% solo en octubre y 11,4% en los primeros diez días de noviembre. Y vinculó la caída del consumo bovino directamente con la pérdida del poder adquisitivo: salarios rezagados, ingresos pulverizados y un panorama que achica aún más la mesa de millones de familias.
Noviembre: otro mes caliente
Mientras tanto, los precios mayoristas —el anticipo inevitable de lo que vendrá en góndolas— registraron un alza de 1,1% en octubre, con fuerte incidencia de agropecuarios, alimentos, bebidas y refinados del petróleo. En diez meses, acumulan 21,3%.
Todo esto configura un noviembre que consolida una tendencia inescapable: la inflación sigue avanzando y el costo de vida se despega cada vez más de los ingresos. En un país donde la carne es un símbolo cultural y un indicador económico, su encarecimiento extremo expone el nivel de deterioro social.
Las consultoras ya prevén que la inflación volverá a acelerar. Los consumidores, en cambio, no necesitan esperar ningún informe: lo saben cada vez que entran a una carnicería.

