
Sigue en cartelera porteña “Final de partida”, una obra escrita por Samuel Beckett entre 1954 y 1956, y estrenada en 1957 en París, justo después de que perdiera a su hermano. Bajo la acertada dirección de Alberto Madín, la nueva versión mantiene la esencia del texto original, abordando la mortalidad, la dependencia y la desesperanza. Las funciones son los sábados 19:30, en Teatro El Jufré, Jufré 444, CABA.
Beckett no quería interpretaciones filosóficas: los personajes son lo que son. La obra usa humor negro porque, como decía este escritor, “nada es más divertido que la desgracia”. En esta pieza, esta afirmación se convierte en un eje central. El autor se adelantó setenta años a muchas cosas que pasan hoy. Usa un lenguaje preciso, complejo. Sus frases son cortas, pero guardan mucha fuerza. Repite ideas, y eso le suma una potencia poética muy notoria.
La trama es distópica, y se centra en el humor negro y en la relación entre los personajes, abordando temas actuales con una mirada que resulta impactante. Un mundo en extinción alberga a cuatro personajes, ellos son Ham, Clov y sus padres, Nagg y Nell, quienes viven en tachos de basura. Este escenario sugiere una crítica a las relaciones humanas y a la sociedad. Ham, un personaje autoritario, expresa su poder de manera cruda. Clov, su hijo adoptivo, refleja la dependencia y la complejidad de su relación. El diálogo entre ellos abre diversas interpretaciones.
Dirección y actuaciones en buenas sintonías
La elección del Teatro El Jufré, con su ambiente intimista, resulta ideal para la obra. La producción es cooperativa, sin jerarquías, lo que se nota en la dinámica del elenco. Alberto Madín, en su doble función, arma la obra a partir de las imágenes que lee en el texto. Pone en vigencia un texto que habla de la incomunicación y el humor negro de una familia disfuncional.
La obra vive por el trabajo de los actores. El texto de Beckett es largo. El actor necesita poner el cuerpo desde el inicio, entender la historia, la situación, aprender la letra con la intención. Madín y Daniel Di Rubba (Clov) se conocen los códigos y como dupla central son magnéticos. El primero se luce y tiene una centralidad misteriosa, mientras que el segundo hace un trabajo sublime. Su composición es dinámica, elaborada, toca el alma. A este le toca el cuerpo en la incomodidad, y lo resuelve muy bien. También están Rubén Otero (Nagg), muy histriónico, y Lina Rodríguez (Nell), cuyo rostro expresa una vulnerabilidad total. Los cuatro arman la atmósfera que necesita este texto crudo.
La puesta en escena es minimalista, pero muy coherente, diseñada por el propio grupo con materiales funcionales. El espacio y el color gris acompañan el valor central de la palabra. La luz y la ambientación marcan un contexto indefinido, desolado, opresivo. Es un búnker. Todo se usa para hacer crecer la densidad emocional. La cadencia, el ritmo de los diálogos, mantiene al espectador en una tensión sostenida.
La tozudez de seguir
“Final de partida” te obliga a pensar a partir del texto poderoso e inmenso. A Beckett no le hace falta más. El público reacciona con sonrisas, con una risa nerviosa. No sabe si debe reír o llorar. Se ven las cosas horribles que hacemos los humanos.
La crisis existencial, la desolación, la dependencia, la destrucción del mundo, la incomunicación. Todo esto sigue vigente, no nos es ajeno. El martillo y el clavo representan el poder y el abuso que vemos en la sociedad.
Pero el texto no es solo pesimista, sino que también muestra un espíritu de resistencia, un humor tenaz. Las interpretaciones, el dúo central y los padres, transmiten ironía y una esperanza que conmueve. La obra te invita a cuestionar tu propia vida, a ver cómo querés influir, cómo valoras cada día. Es un gran clásico. Una versión excelente que te golpea, te hace pensar, y te recuerda la tozudez de seguir adelante.