
La Generación Z, compuesta por personas nacidas entre 1997 y 2010, representará un tercio de la fuerza laboral para 2030. Si bien se caracterizan por su dominio digital, visión flexible y búsqueda de propósito, esas mismas cualidades pueden transformarse en factores de conflicto dentro de empresas con estructuras rígidas, desencadenando despidos tanto voluntarios como involuntarios.
Las dificultades de adaptación aparecen cuando los jóvenes profesionales ingresan en ambientes jerárquicos, burocráticos o con liderazgos poco abiertos al diálogo. En estos contextos, la falta de participación en decisiones y la ausencia de propósito detrás de las tareas suelen traducirse en bajo compromiso y productividad, lo que aumenta el riesgo de desvinculación.
Expectativas laborales que chocan con la realidad
Otro de los motivos de fricción es la brecha entre lo que esperan los jóvenes y lo que las empresas realmente pueden ofrecer. Muchos llegan al trabajo buscando ascensos acelerados, flexibilidad horaria y beneficios vinculados al bienestar. Cuando se enfrentan a políticas más rígidas o a planes de carrera lentos, la frustración crece y puede derivar tanto en salidas voluntarias como en evaluaciones negativas que culminan en despido.
La baja tolerancia a la frustración también juega un papel clave. Criados en un contexto de gratificación inmediata, los integrantes de la Generación Z suelen impacientarse frente a procesos largos o feedbacks negativos. Esto se vuelve un problema en entornos donde la resiliencia es esencial y donde los resultados suelen tardar en llegar.
Salud mental y tensiones intergeneracionales
La salud emocional es otro de los grandes puntos de alerta. De acuerdo con la American Psychological Association, la Generación Z reporta los niveles más altos de estrés y ansiedad. En el trabajo, la presión por resultados y la sobrecarga de tareas incrementan los casos de agotamiento, ausentismo y conflictos interpersonales.
A este panorama se suman los choques generacionales. Hoy conviven hasta cinco generaciones en un mismo lugar de trabajo: mientras los mayores priorizan jerarquía y disciplina, los más jóvenes buscan flexibilidad y autenticidad. Cuando estas diferencias no se transforman en aprendizaje, el resultado suele ser un clima de tensión que muchas veces desemboca en despidos.
Cómo reducir el riesgo de despido
Para afrontar estos desafíos, los especialistas recomiendan que los jóvenes fortalezcan habilidades blandas como la comunicación asertiva, la resiliencia y la inteligencia emocional. Invertir en autogestión es clave para adaptarse a entornos diversos y sostener un buen desempeño en medio de la presión.
El acompañamiento de mentores también resulta fundamental, ya que permite comprender mejor la dinámica organizacional y acelerar la integración. Además, mantener expectativas realistas con los líderes y cuidar la salud mental conectando el propósito personal con el impacto del trabajo ayudan a consolidar la motivación y disminuir el riesgo de despido en una generación que todavía busca su lugar en estructuras corporativas más tradicionales.
- Escrito por Ricardo Dalbosco