
La 5ta edición de “Una Salud”, organizado por MSD, reunió a médicos y veterinarios para analizar las estrategias de prevención y control de enfermedades de origen animal. Nota al Pie estuvo presente y registró el debate sobre la necesidad de políticas integradas, vigilancia epidemiológica y estrategias de prevención frente a los riesgos que intensifica el cambio climático.
Las enfermedades que se transmiten de animales a personas están avanzando hacia regiones donde antes eran prácticamente desconocidas. Los expertos señalaron que los factores como el cambio climático, la deforestación y la degradación ambiental provocada por la actividad humana alteran los ecosistemas naturales y facilitan la aparición de brotes zoonóticos, aumentando la probabilidad de epidemias y pandemias.
En ese sentido, este fenómeno no es solo sanitario, sino también económico. En Argentina, la Cámara Argentina de la Industria de Productos Veterinarios (Caprove) estimó que estas enfermedades generan pérdidas anuales cercanas a $60.000 millones, afectando la producción de proteínas de calidad y limitando el acceso de la población a alimentos seguros.
Por su parte el jefe del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA) y cofundador de INVERA, Francisco Nacinovich, destacó que “este impacto económico convierte a la prevención en un tema clave de políticas públicas y seguridad alimentaria”.
El desafío sanitario que no reconoce fronteras
En términos de salud, la amenaza es evidente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 60 % de las enfermedades infecciosas humanas tienen origen animal y que el 75 % de las emergentes corresponden a zoonosis.
En Argentina, el exjefe del Servicio de Medicina Tropical del Hospital F. J. Muñiz, Tomás Orduna advirtió que la rabia persiste en murciélagos, que la leptospirosis representa un riesgo elevado en zonas urbanas y que la leishmaniasis visceral canina ya se detecta en nueve provincias, con potencial mortalidad para las personas.
La prevención se presenta como la estrategia fundamental. La vigilancia epidemiológica, la vacunación sistemática y el cuidado ambiental constituyen pilares esenciales para frenar la propagación de estas enfermedades.
Además, el uso responsable de antimicrobianos se volvió prioritario ya que su aplicación indiscriminada en animales sanos favorece la resistencia bacteriana y dificulta el control de zoonosis.
El cambio climático actúa como un acelerador de la expansión de estas patologías. La modificación de hábitats naturales por deforestación, incendios o explotación intensiva de recursos hídricos incrementa la vulnerabilidad de las especies frente a virus.
En relación a lo mencionado anteriormente, esto provoca migraciones de animales portadores, como murciélagos y roedores, hacia zonas urbanas, aumentando las posibilidades de contagio. La Organización Panamericana de la Salud observó que la urbanización no planificada, la invasión de áreas selváticas y los factores socioeconómicos complejos alteran aún más la dinámica de transmisión de enfermedades.
La proliferación de mosquitos transmisores de virus constituye otro desafío, puesto que más del 52 % de estas especies incrementaron su presencia en áreas deforestadas, favoreciendo la circulación de dengue, malaria y zika.
Cabe destacar que, entre 2014 y 2023, en América se registró 3,8 millones de casos de chikungunya y, solo en 2023 detectaron 4,1 millones de infectados por dengue. Las proyecciones científicas indican que para el año 2080 habrá 2.250 millones de personas más expuestas a estas enfermedades debido a la expansión de los vectores y los cambios climáticos.
Eventos extremos, como lluvias intensas e inundaciones, también se relacionan con brotes de leptospirosis y cólera. Investigaciones publicadas en Nature estiman que para 2070 podrían producirse hasta 15.000 eventos de transmisión viral entre mamíferos de distintas especies, incrementando el riesgo de nuevas zoonosis.
En este aspecto, el aumento de la temperatura de los océanos favorece la proliferación de bacterias como Vibrio Cholerae y potencia la capacidad de infección de Shigella y Salmonella.
No obstante, la resistencia antimicrobiana representa un desafío crítico adicional, como cada año, alrededor de 700.000 personas fallecen en el mundo por infecciones resistentes a medicamentos, cifra que podría alcanzar los 10 millones para 2050 si no se adoptan medidas.
Por lo cual, el 60 % de los patógenos resistentes proviene de animales, lo que refuerza la necesidad de un uso prudente de antibióticos bajo supervisión médica y veterinaria, así como de priorizar la prevención mediante vacunación y bioseguridad.
Frente a este escenario, la OMSA, la OMS y la FAO promueven el enfoque Una Salud (One Health), que integra la salud humana, animal y ambiental en una estrategia coordinada para anticipar brotes, reducir riesgos y proteger a las comunidades.