
El titular de Nucleoeléctrica, Demian Reidel, impulsa una estrategia energética subordinada a intereses externos, sacrificando el CAREM, un reactor modular argentino diseñado para validar tecnología nacional.
El gobierno de Javier Milei, a través de Reidel, avanza con un Plan Nuclear que renuncia a consolidar autonomía tecnológica para convertirse en proveedor de energía barata para los centros de datos de Inteligencia Artificial de Silicon Valley. La prioridad ya no es el desarrollo soberano, sino la dependencia rentable.
El objetivo declarado busca revitalizar el sector nuclear posicionando al país como exportador de energía barata. Sin embargo, esa revitalización se hace a costa de una política de primarización, basada en la mera extracción de uranio, sin agregar valor mediante tecnología o innovación local.
En este marco, YPF Nuclear se perfila como un actor central, liderando la explotación de uranio en Chubut. El gobernador Ignacio Torres presiona por la transferencia de minas en busca de regalías, mientras se consolida un modelo extractivista que repite viejas recetas coloniales.
El plan sigue el modelo de países como Kazajistán y Australia, exportadores netos de mineral sin desarrollo tecnológico propio. Esta estrategia fue respaldada en una reunión entre Reidel, el jefe de Gabinete Guillermo Francos, Torres y el presidente de YPF, Horacio Marín. El consenso político gira en torno a un modelo de país proveedor de materias primas, no de conocimiento.
Desde su cuenta en X, Reidel confirmó: “YPF avanza en el diseño institucional de YPF Nuclear, su nueva subsidiaria que liderará la minería de uranio en Argentina, comenzando en Chubut”.
Y añadió: “Es una pieza clave del Plan Nuclear Argentino, que avanza con decisión para que el país exporte el mineral que alimentará la energía del futuro. El futuro es nuclear”. Ese futuro, sin embargo, parece no incluir al país como protagonista del desarrollo, sino como eslabón subordinado en una cadena energética global.
El abandono del CAREM: el retroceso de un proyecto soberano
La contracara de esta apuesta es el abandono del reactor CAREM, una iniciativa de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) que había alcanzado la etapa final de su desarrollo.
El CAREM representaba una apuesta concreta por la ciencia nacional, siendo uno de los pocos proyectos de reactor modular pequeño (SMR) en construcción real en el mundo.
En su lugar, el gobierno opta por priorizar el ACR-300, un diseño que ni siquiera superó la etapa conceptual. La comunidad técnica no tardó en pronunciarse: ingenieros y especialistas alertan sobre el profundo retroceso que implica esta decisión.
El ingeniero Eduardo Gigante, desde sus redes, calificó la sustitución del CAREM como un “error garrafal”. Aclaró que el ACR-300 es apenas un dibujo conceptual, mientras que el reactor argentino ya había superado tres de las cuatro etapas de desarrollo: diseño conceptual, ingeniería básica e ingeniería en detalle.
Gigante explicó que el CAREM estaba en su fase final: la construcción del prototipo. Ante las críticas que señalaron fallas, respondió: “Si no se probó en esta etapa, ¿cómo saben? Justamente un prototipo sirve para eso: probar, ajustar y corregir”.
Cancelar el proyecto en este punto no solo carece de fundamentos técnicos, sino que revela una decisión ideológica de desarme del sistema científico.
El costo de entregar el futuro
Con esta decisión, Argentina tira por la borda más de una década de trabajo, miles de horas de investigación y millones de inversión pública en ciencia. A cambio, el gobierno ofrece uranio barato a las potencias digitales del norte global, a costa de dejar al país como mero exportador de recursos primarios.
El Plan Nuclear oficial no impulsa el futuro; lo hipoteca. Mientras Silicon Valley celebra, la ciencia argentina retrocede.