
The Velvet Sundown es una banda digital que, pese a ello, tiene más de 850.000 oyentes mensuales en Spotify. Ni las caras de los supuestos integrantes ni sus voces existen, ya que fueron creados con inteligencia artificial.
La historia se hizo conocida cuando un hombre llamado Andrew Frelon apareció como vocero de la banda y aseguró que sus canciones eran creadas con Suno, una herramienta de IA que produce música. Días más tarde, confesó que inventó su relación con el grupo como parte de un experimento para manipular a los medios de comunicación.
En esta era, donde no se sabe bien qué es real y qué no, surgimientos como The Velvet Sundown reavivan la polémica sobre el uso de la IA para la creación musical y los derechos de autor. En el debate se involucraron artistas reconocidos como Dua Lipa o Elton John, quienes buscan que el Gobierno británico regule el uso de sus obras. Sin embargo, es una deuda todavía no saldada.
Para Ed Newton-Rex, fundador de la organización Fairly Trained, lo que ocurrió con The Velvet Sundown “es exactamente lo que temíamos: robo disfrazado de competencia”.
Más allá de la polémica, la industria musical ya no puede mirar para otro lado. Harvey Mason Jr., director de los Premios Grammy, reconoció en una entrevista que la IA está transformando el proceso creativo, desde la generación de melodías y letras hasta reproducir voces con una fidelidad asombrosa. Pero aclara: “Las máquinas no alcanzan la profundidad emocional ni la conexión cultural que solo puede brindar un artista humano”.
Mason también destacó las posibilidades que la tecnología ofrece a los fans: reversionar canciones, traducir letras o incluso pedirle a tu artista favorito (virtual) que te cante el feliz cumpleaños. Sin embargo, insiste en que la industria debe avanzar hacia un modelo basado en la transparencia, el consentimiento y la compensación.
En este marco, países como Estados Unidos comienzan a discutir sobre el avance de la inteligencia artificial y los problemas que puede ocasionar. El llamado “No Fakes Act” es ejemplo de esto. Se trata de un proyecto que busca proteger la voz y la imagen de los artistas frente a las imitaciones artificiales.
En paralelo, las principales discográficas negocian acuerdos con empresas de IA para controlar el uso de sus catálogos en el entrenamiento de modelos generativos, con el objetivo de que cada uso sea rastreable y remunerado.
El caso de The Velvet Sundown expone una realidad: la inteligencia artificial ya no es una promesa futura, sino una herramienta presente que desafía marcos legales, éticos y creativos de la industria musical. Si bien la IA ofrece posibilidades extraordinarias para democratizar y expandir la creación artística, su uso no puede ir contra los derechos de quienes crean el acervo cultural que hoy alimenta a estos modelos.