Las utopías requieren de audacias, de comprender el tiempo que toca vivir y de saber que hay altas chances de fracasar en el intento. A los combates se va a vencer, pero en ese horizonte aparece la derrota como una de las posibilidades.
Medio siglo después de mirar el momento en que José “Pepe” Mujica caía preso por 12 años, junto a muchos de sus compañeros de Tupamaros, la organización guerrillera que integraba, la idea se explica sola. Pero analizarla solo con la vara de los resultados es una trampa que se debe evitar.
¿Perdió Mujica o perduraron las ideas que defendía?
¿Esas ideas se diluyeron con el tiempo o fue Mujica el que las abandonó?
La utopía es como la crítica, son primas dialécticas. Si el propio Pepe decía que “derrotados son los que dejan de luchar y dejar de luchar es dejar de soñar”, queda claro que él no fue un derrotado y menos aún lo fueron sus ideas.
Esas que en los 60 y 70 del siglo pasado abrazó con las armas en las manos y que a comienzos de este milenio, desde la institucionalidad, que lo tuvo de ministro, presidente y senador de Uruguay.
“No hay crisis ecológica, hay crisis política. Hemos llegado a una etapa de la civilización que necesitamos acuerdos planetarios y miramos para otro lado y nos encerramos en los chovinismos nacionales y en las preocupaciones de potencia de las naciones, sobre todo los países más fuertes, que son quienes deberían de dar el ejemplo”.
José «Pepe»Mujca
Pepe Mujica y el prisma de los tiempos
“Yo conozco el humano. Es el único animal que tropieza 20 veces con la misma piedra y cada generación aprende con lo que le toca vivir, no con lo que vivieron otros”, decía en 2016 Pepe Mujica.
Hacía un año que había dejado la Presidencia en manos de Tabaré Vázquez, quien a su vez lo precedió en el cargo, entre 2005 y 2010. Fueron los años de la llegada del Frente Amplio a la ruptura del clásico bipartidismo uruguayo, entre el Partido Nacional y el Partido Colorado.
Una alianza que se había creado en 1971 y que a la salida de la dictadura sumó al armado original de comunistas y socialistas a los extupamaros como el Pepe, reconvertidos en el Movimiento de Participación Popular (MPP).
Esos tiempos de Patria Grande, con el rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la frustrada iniciativa de Estados Unidos para la región, tuvieron a Uruguay con Vázquez como protagonista.
Luego, el retroceso de los procesos populares, por sus propias defecciones y el avance de la restauración conservadora, dejaron expuestos también los límites del Frente Amplio, sobre todo en el plano de lo internacional.
Luis Almagro, canciller durante el gobierno de Mujica, fue el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), el “ministerio de colonias de Estados Unidos” como lo definió Ernesto Che Guevara, antes de la expulsión de Cuba del organismo, propiciada por Washington.
Desde ese rol, Almagro fue complaciente con el golpe de Estado en Bolivia contra Evo Morales y parte central de la ofensiva de Estados Unidos en la región.
Si bien es cierto que no se puede trasladar mecánicamente la conducta de una persona a otra, en política los gestos valen. En esa línea, hay que señalar que el propio Mujica dijo que no se arrepentía de haberlo promovido, pero admitió: “me equivoqué, tenía la mejor impresión y la defendí”. En esa misma entrevista, en la televisión uruguaya, Mujica dijo que no entraba “en el fondo de las cosas” y que siempre había que mirar en “cómo uno puede colaborar en lo que diga la mayoría, en el interés más profundo”.
Se refería a las observaciones permanentes que la OEA, con Almagro a la cabeza, hacía sobre la situación interna de Venezuela.
El Pepe y la transición de los años
Mujica había militado en el Movimiento Nacional de Liberación Tupamaros, claramente influenciado por la Revolución Cubana, al igual que otros espacios en el continente que optaron por la lucha armada.
Años después, reconocería que el Che representó para él “un ideal de entrega total y coherencia política”.
Pero los años habían pasado y las circunstancias eran otras.
“Cada generación aprende con lo que le toca vivir, no con lo que vivieron otros”, decía el Pepe y es verdad. Por eso la crítica tiene que ir en función de la realidad concreta que se vive y en el tiempo y lugar en el que se está.
Por eso es errada la crítica al camino de las armas, con el ojo de la tercera década del Siglo 21. Pero esa amplitud de criterio no impide el señalamiento a los procesos del presente.
“Nuestros valores son la expresión media de la sociedad que nos toca vivir”, otra de las muchas frases que dejó Mujica. Pero la utopía, la otra cara de la crítica y parte de la misma moneda, no puede hacer que la tomemos con complacencia o resignación.
Hay que reconocer al Pepe y debatirlo, no sirve subirlo al grado de estampita inmaculada. No es necesario llevarlo como marca para expiar las culpas por lo que no sabemos, podemos o queremos hacer.
Lo que corresponde es hacer lo que hizo él en los muchos tiempos que le toco vivir. Desde la lucha a los largos años de la cárcel. Desde su ejemplo de austeridad, que deja una mirada sobre el estado actual del capitalismo a la que hay que volver, a los grises que tuvo en sus gestiones “institucionales”.
Es bastante probable, aunque difícil de comprobar, que el propio Pepe (se tome la época que cada uno prefiera), no hubiera estado muy de acuerdo con las frases inspiracionales, casi de autoayuda, que se usan por estas horas para recordarlo y hasta para lavar su historia.
No caer en esa tentación es el mejor homenaje que se le puede hacer al campesino, al guerrillero, al militante, al presidente. Al tipo que como abrió las puertas de su rancho, abrió también el camino para que, en su aporte final, Yamandú Orsi recuperara la presidencia para el Frente Amplio.
“Para mí la vida siempre es por venir. Lo que vale es el mañana”, señaló y de alguna manera esa es la utopía. Caerse y levantarse, una y otra vez, hasta lograrlo.
Adiós Pepe.
Hasta la victoria, siempre.