
Hace pocos días se cumplieron 5 años del Statio Orbis del Papa Francisco. Fue el 27 de marzo de 2020, de donde salieron esas escenas que quedaron grabadas para la historia: Francisco en un rezo por la humanidad, vulnerable y a merced de la pandemia del Covid 19.
Una Plaza de San Pedro vacía, en medio de la lluvia. Con el mundo prácticamente paralizado.
“Estaba en contacto con la gente. No estuve solo en ningún momento”, recordaría el Papa tiempo después, sobre ese viernes anterior a la Semana Santa.
La idea de la soledad es también una de las marcas del aislamiento. La pandemia y el encierro, la incertidumbre y la fuerza de la fe sumada a la inteligencia de la ciencia. Ese maldito Covid que dejó heridas en los cuerpos y ausencias que aún se sienten.
“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”, dijo Francisco ese día.
En Argentina el primer aislamiento llevaba una semana y todavía no había muertos, que en el mundo comenzaban a contarse de a miles. A la par de esa situación, inédita por la magnitud, crecía la duda sobre si saldríamos mejores de la pandemia.
Estaba en juego el rol del Estado como organizador de la vida en comunidad, la disciplina social y la solidaridad frente al egoísmo de la libertad individual. La ciencia corría acelerada su carrera más urgente, con la presión de los mercaderes de la muerte, que como en las guerras, también hacen negocio con las tragedias.
Francisco dejó esa tardecita de Roma una frase que leída hoy, el día de su muerte, tiene una vigencia asombrosa: “el Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar”.