Georgetown, Washington D.C. 1973. El taxi se detiene en la dirección indicada y la tensión es palpable en el aire. Los ojos penetrantes de la niña, poseídos por el mal, se alejan como una visión aterradora de lo irreal. El hombre alto deja atrás al vehículo y con, portafolio en mano, observa la casa y su atmósfera sobrecogedora. El clima hiela hasta la sangre del más valiente.
Las luces del ventanal superior lo alumbran, distinguiéndose apenas entre tanta oscuridad. ¿Quizás sea la luz que Regan McNeil necesita para salir de ese estado? Solo Dios y el Diablo lo saben con certeza. El padre se presenta ante Chris y un grito desgarrador desde la planta alta le hace saber qué es la hora marcada: MERRIN resuena por los pasillos de la enorme casona.
Allí lo espera desde hace rato el padre Damien Karras, con el miedo palpable del que duda de sus propias creencias. No hay tiempo para rezos ni contemplaciones: una joven vida se halla en peligro y solo Dios sabe cómo vencer a esta fuerza demoníaca. Sin embargo, la fragilidad de la carne y la carencia del raciocinio pueden hacer mella en la fe de estos dos representantes de la Iglesia Católica. ¿Habrá salvación para Regan?
El 26 de diciembre de 1973, apenas unas horas posteriores a las celebridades navideñas, el mundo se llenó de horror e histeria colectiva con el estreno de El Exorcista, dirigida por William Friedkin, afamado director ganador del Premio Oscar por la película The French Connection (1971). Ambulancias en las puertas de los cines, desmayos por doquier y denuncias de autoridades de la Iglesia Católica no faltaron en su debut cinematográfico.
Este film nos plantea en su historia, basada en la novela homónima escrita por William Peter Blatty, el eterno cuestionamiento sobre la existencia “real” del bien y el mal, más allá de los fundamentos científicos vigentes en el Siglo XX y que pudieron haber explicado, en un principio, los fenómenos detrás del comportamiento de Regan.
Esa dicotomía entre ciencia, en franco ascenso y con mayor credibilidad; y religión, cuyas creencias y su religiosidad se hallaban en un palpable retroceso desde la década de los 50 ‘s en los Estados Unidos; ofrecía un combo poco explorado para aquella época. El horror no tiene porque tener siempre una explicación. Y si se la buscase, al menos el film expone dos argumentos válidos para quienes así lo consideren.
Tiempos de cambios en Hollywood: bienvenidos al horror religioso
Entre 1930 y 1968, la mayoría de las películas estrenadas por los estudios de Hollywood eran censuradas de alguna manera. Esta “era” de prohibición fue en parte el resultado de las campañas cristianas, así como de los temores de la industria a una intervención directa del gobierno.
A finales de la década del 60, la Iglesia Católica estadounidense estaba perdiendo el mando de un largo período de control cultural como censora de películas después de 30 años de influencia directa sobre las historias que llegaban a la pantalla grande.
A principios de 1930, varias comunidades cristianas participaron en la popularización y la aceptación final por parte de los estudios de Hollywood de un código moral de producción alineado con los valores religiosos. El Código de Producción Cinematográfica (1930-1968), también conocido como Hays, permitió a los censores y a los grupos religiosos solicitar cambios en el contenido de la película en la pre y post producción.
Los estudios debían presentar tratamientos y guiones para su aprobación y realizar cambios en los guiones de rodaje de acuerdo con los consejos dados, y luego presentar el montaje final de la película para su consideración, lo que a menudo resultaba en ediciones y nuevas filmaciones.
Para que una película tuviera un estreno general y se considerara apropiada para todos los públicos, los realizadores tenían que trabajar con censores y comentaristas religiosos. Los censores religiosos tenían el poder de solicitar cambios en cualquier producción cinematográfica de Hollywood que consideraban incompatibles con su fe, como las nociones cristianas de la mente, el cuerpo y el alma humanos.
Además, podían controlar hasta cierto punto qué historias se contaban sobre ciencia y cómo las recibiría el público. El Código de Producción perdió gran parte de su poder en la década de 1960 debido a cambios culturales más amplios, incluido el auge de la televisión, una postura social cada vez más permisiva hacia los asuntos sexuales y una actitud socialmente más progresista en la Iglesia Católica.
El fin de esta era de censura vio un cambio en la intersección de la ciencia, la religión y el cine, cuando los cristianos perdieron su control directo sobre el contenido de las películas. A pesar del aparente relax de las actitudes oficiales de la Iglesia Católica hacia las representaciones de la ciencia en pantalla, las preocupaciones entre los grupos religiosos sobre el contenido científico de las películas persistieron después del fin de la censura oficial.
Sin embargo, al no tener poder para censurar películas, estos grupos tuvieron que encontrar otras formas de influir en la forma en que el público interpretaba las historias cinematográficas. Se involucraron con narrativas científicas en lugar de alterarlas o impedirlas, y comenzaron a producir y difundir calificaciones, reseñas y guías educativas de visualización y a organizar boicots y piquetes.
Estas interceptaciones en el punto de recepción no fueron la única forma en que la Iglesia ganó influencia; la popularidad y amplia difusión del Catholic Film Newsletter y su extensa reseña de películas en estreno general llevaron a algunos cineastas a optar por continuar consultando con la Iglesia y ofrecer voluntariamente cambios en su contenido para obtener una calificación favorable que no afectara las cifras de audiencia en las comunidades religiosas.
La introducción de un sistema de clasificación y el consiguiente cambio hacia que la Iglesia Católica actuara como crítico en lugar de censor señaló una aparente relajación del control y moral pública, algo que ellos denominaron declive moral y que coincidió con el estreno de El exorcista, la que rápidamente se convirtió en una piedra de toque cultural que a partir de entonces se asociaría con la iglesia.
La película actuó como un referente para el Nuevo Hollywood que surgiría, a medida que los ratings reemplazaran el contenido censurado y esencialmente aprobado y mediado por los católicos. Los boicots, los piquetes y las calificaciones «C» no habían detenido el flujo de películas de Hollywood cada vez más atrevidas durante la década de 1960.
En 1965, el nombre de la Legión Nacional de la Decencia se cambió a Oficina Católica Nacional para el Cine Cinematográfico (NCOMP), y la temida clasificación C fue reemplazada por la más ambigua clasificación A-IV. Estos cambios fueron una concesión a las costumbres cambiantes e indicaron que la Iglesia había aceptado que para seguir siendo relevante, necesitaría adaptar su enfoque de cara al público a las películas.
La nueva libertad otorgada a los cineastas por el sistema de clasificación de la industria permitió películas que posicionaron la ciencia y las ideas científicas controvertidas en el centro de sus narrativas. El exorcista podría mostrar procedimientos médicos sangrientos y dolorosos. Todas imágenes que la Iglesia Católica que habrían sido estrictamente prohibidas por la PCA.
El exorcista también fue parte de una serie de películas posclásicas de Hollywood que se basaban en narraciones y temas católicos: la fe católica caducada en Rosemary’s Baby (Roman Polanski, 1968), la depravación en The Devils (Toshio Matsumoto, 1971), la hipocresía de The Omen (Richard Donner, 1976) e inclusive, el catolicismo y la mafia en The Godfather (Francis Ford Coppola, 1972).
Las nuevas reglas crearon el Nuevo Hollywood, y el fin de las restricciones contra las imágenes científicas y la crítica de la religión abrió oportunidades para los cineastas. A su vez, se definieron como nuevos desafíos para los católicos estadounidenses y los miembros de otras denominaciones cristianas que buscaban “controlar” la interpretación de tales ideas cinematográficas.
El Exorcista y una historia real, la base de todos nuestros miedos
En 1949, Ronald Edwin Hunkeler, un joven de apenas 14 años oriundo de Cottage City (Maryland), evidenció en carne propia los “síntomas” de la posesión demoníaca luego de haber estado jugando con la Ouija y escuchado golpes y rasguños en las paredes de su cuarto.
Según el relato del sacerdote jesuita William Bowdern, Ronald Doe, como era conocido para no ser expuesto en los medios amarillistas, fue intervenido durante tres meses a un proceso de exorcismo que atravesó a las comunidades de Mount Rainier (Maryland) y Bel-Nor (Missouri), sitios en donde halló contención espiritual y los cuidados pertinentes para evitar un mayor daño a su psiquis.
Voces guturales ajenas a la juventud del adolescente, respuestas en un latín casi perfecto, “marcas de auxilio” en su cuerpo y objetos moviéndose sin su intervención física son apenas algunos de los detalles más escalofriantes de aquel proceso religioso, expresados en el Diario de Bowdern. Durante el mismo, además de Bowdern, intervinieron los padres Raymond Bishop y Walter Halloran.
William Peter Blatty terminó por conocer este caso en 1950, mientras estudiaba en la Universidad de Georgetown, sitio presidido por sacerdotes jesuitas. Eugene Gallaher, su profesor y sacerdote del colegio jesuita perteneciente al establecimiento educativo, le acercó los detalles de esta historia por conocer personalmente al padre Halloran.
En 1971, cambiando el foco del caso real (reemplazando al joven Ronald por una chica llamada Regan), y ofreciendo detalles mucho más escabrosos, que rozaban lo “fantasioso” y paranormal, Blatty publicó El Exorcista, a cargo de la editorial Harper & Row. La obra se transformó en un rotundo éxito comercial y las ofertas para llevarla a la gran pantalla no tardaron en llegar. Finalmente, Warner Bros se hizo con los derechos y contrató a Friedkin para llevar a cabo la adaptación.
Un film cargado de leyendas negras
El horror religioso, en sus diversas formas y miradas, conlleva consigo una carga extra: no solo se “blasfema” los símbolos que rodean a su construcción, sino que se pone en duda las creencias; y hasta qué punto, la religión tiene todas las respuestas para todas las dudas que nos anteceden.
Si El Bebé de Rosemary (1968), jugó con la mente del espectador y expuso una visión macabra de los mandatos de Dios llevados a cabo por una secta, El Exorcista utilizó todos los objetos y símbolos posibles para ser ultrajados y aborrecidos por el mal. La película va más allá de escenas cargadas de un gore sutil e icónicas para los más conocidos del tema, que este texto no abordaremos para no spoilear.
Las escenas de la virgen en la iglesia o el “Crucifijo”, incluso la representación de la cruz durante el proceso de exorcismo, son el reflejo claro de la utilización extrema de los símbolos hasta transformarlos en una parodia. Cómo si todo lo anterior no fuera suficiente, la película abrió una puerta para la lógica científica, con explicaciones sensatas, en búsqueda de una solución para el mal que aquejaba a Regan.
Esa intervención médica durante el film, pulcra y transparente; contrastaba con la representación de lo religioso, arcaico y desmejorado, propio de personas que se alejaban de la lógica que el ser humano imploraba como válida. Y como si todo lo mencionado no ayudase a construir un entorno oscuro frente a las cámaras, El Exorcista contó con sus propios horrores en off.
El abuelo de Linda Blair (Regan McNeil) y el hermano de Max Von Sydow (Padre Merrin), fallecieron previo a iniciar las filmaciones de la película, atrasando un par de semanas su realización. La muerte, lejos de alejarse, estuvo presente también en el set. Jack MacGowran y Vasiliki Maliaros, dos actores que interpretaron en pantalla a personas que perdían la vida, fallecieron luego de filmar sus escenas.
Posteriormente, el set completo de la película se incendió sin comprobarse cuales fueron las causas del inicio del siniestro, preservando únicamente (e irónicamente), la habitación en donde se realiza el exorcismo del film. Esto determinó a Friedkin a contratar a un sacerdote para bendecir todo el espacio de producción y a cada uno de sus integrantes.
En conclusión, El Exorcista no solo conlleva los horrores de la posesión, sino también los horrores de la mente humana y sus creencias. Sean reales o no las anécdotas sobre su realización (en donde la casualidad o la causalidad tuvieron su real intervención), siempre quedará abierta la puerta para la duda.
Podemos tener una mente lógica y científica y aún así, dudar de lo inexplicable. Podemos tener una fe inquebrantable y aún así, sentirnos mentalmente frágiles. Pero, en definitiva, debemos creer, porque el horror suele ocultarse en lo más profundo de nuestra mente, esperando ese momento de duda o fragilidad. Y es allí en donde el Diablo nos abrirá sus puertas, como en la película. Al menos nosotros, tenemos una salvación.