El pasado miércoles, en Estados Unidos, falleció a los 100 años el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger. Más allá de que en estos días se han rendido homenajes alrededor de todo el mundo para quien fue el jefe de la diplomacia estadounidense durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford, en el denominado Sur Global se lo recuerda por ser el responsable de diversos golpes de Estado y de un derramamiento de sangre sin igual.
Un criminal de guerra
Kissinger, alabado por ser el gran estratega norteamericano de la segunda mitad del siglo XX, murió en su casa de Connecticut sin ser juzgado por el enorme derramamiento de sangre del que fue responsable en distintas partes del mundo. Bajo la excusa de proteger el interés nacional de Estados Unidos, el diplomático estuvo involucrado, directa o indirectamente, en la muerte de millones de personas alrededor del globo.
Según señaló el historiador de la Universidad de Yale, Greg Gandin, en su libro: “La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos”, las acciones del ex secretario de Estado norteamericano, desde 1969 a 1977, significaron la muerte de más de 3 millones de seres humanos.
Mas alla de la cifra, numerosos archivos desclasificados dan cuenta de los ríos de sangre de los cuales Kissinger es responsable por su participación en el conflicto de Vietnam y los bombardeos sobre Laos y Camboya. Del mismo modo, tuvo un importante rol en el envío de armas al ejército de Pakistán que se encontraba en una guerra con la actual Bangladesh y, en 1975, en la invasión de Indonesia a Timor Oriental, donde más tarde una dictadura provocó una feroz represión.
El respaldo a las dictaduras latinoamericanas
Las dictaduras cívico-militares que tuvieron lugar en Latinoamérica durante la década de 1970 tuvieron, como es sabido, el respaldo de Estados Unidos. Bajo la Doctrina de Seguridad Nacional impulsada por Washington, que en el marco de la Guerra Fría tenía como objetivo contener la expansión de las izquierdas para proteger los intereses económicos de Estados Unidos en el continente, el país norteamericano fue el arquitecto de diversos golpes de Estado que llevaron a regímenes militares a cometer las más atroces vulneraciones de derechos humanos.
En Chile, Kissinger tuvo un rol fundamental para que Washington debilite al gobierno de Salvador Allende incluso antes de que fuese elegido. “No veo por qué tenemos que permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”, afirmó el diplomático en 1970 en una reunión del Comité 40, un espacio integrado por la CIA, el Departamento de Estado y el de Defensa.
Para Kissinger, la victoria de Allende representaba un peligro para los intereses norteamericanos no solo en Chile sino en todo el continente. Temía que la llegada al poder de un socialista por la vía democrática pudiera generar un efecto contagio en una región que Estados Unidos siempre consideró como su “patio trasero”. Es por ello que Washington orquestó el golpe de Estado de 1973 y respaldó, sostenidamente, la dictadura de Augusto Pinochet a pesar de saber las violaciones a los DDHH que cometía.
Del mismo modo, además de apoyar la dictaduras de países como Uruguay y Paraguay y respaldar el Plan Cóndor, Kissinger fue un actor trascendental para que el Proceso de Reorganización Nacional en Argentina pudiera gozar con el aval de Estados Unidos a la hora de llevar adelante el plan sistemático de desaparición de personas. En una reunión en junio de 1976 con el canciller de la dictadura, el almirante César Guzzeti, Kissinger afirmó que “si tiene algo que hacer, háganlo rápido”. Un respaldo que meses más tarde aparecería de nuevo frente a la preocupación de la dictadura por su imagen ante la Comunidad Internacional.