En 1957, el Congreso Nacional decretó el 4 de agosto como el Día Nacional del Panadero, en conmemoración al primer sindicato establecido el 18 de julio de 1887 en Buenos Aires: la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos.
Este reconocimiento tiene como principal objetivo resaltar la labor de les panaderes, quienes llevan “el pan de cada día” a los hogares, ámbitos educativos e incluso al rubro gastronómico.
Es importante destacar que esta fecha está estrechamente vinculada al anarquismo, ya que fue promovida por los italianos Errico Malatesta y Ettore Mattei, quienes también la llevaron a cabo con el fin de establecer un espacio de resistencia y lucha para obtener más derechos laborales.
De hecho, esta fue la primera asociación de resistencia y solidaridad de clase en el país, fundamentada en los principios de la acción directa y la huelga revolucionaria. Con el tiempo, otros sindicatos se inspiraron en los principios establecidos por Mattei y Malatesta.
En consecuencia, llevaron a cabo movilizaciones masivas para reclamar mejores condiciones laborales. En ese momento, les trabajadores enfrentaban jornadas extenuantes de más de 10 horas por salarios muy bajos.
Además, el crecimiento urbano de Buenos Aires generó una mayor demanda de alimentos, incluidos los productos de panadería. Les inmigrantes, que ocuparon muchos de los puestos en el sector, trajeron consigo recetas europeas.
El origen sarcástico del nombre de las facturas
Como forma de protesta ante sus condiciones de trabajo, les integrantes del primer sindicato de panaderes adoptaron nombres irónicos para las facturas y masas de repostería, en alusión burlesca a temáticas religiosas y militares.
Fue así que surgieron denominaciones como “vigilantes” para referirse a los bastones policiales, “cañoncitos” y “bombas” como una burla a las armas militares, y “bolas de fraile”, “suspiros de monja” y “sacramentos” para ridiculizar al clero.
En enero de 1888, el sindicato realizó una huelga de aproximadamente 15 días, una de sus primeras acciones contundentes para mejorar sus condiciones laborales. Durante ese tiempo, les trabajadores buscaron una estrategia efectiva para difundir sus reclamos y hacerlos visibles a la población.
Fue entonces cuando decidieron cambiar los nombres de las facturas más populares para generar un impacto en la sociedad. Cada mañana, al comprar su pastel matutino, la gente se encuentra con términos anarquistas que critican al poder militar, al Estado y a la Iglesia. Esta táctica ha perdurado hasta la actualidad.
Entre las facturas renombradas, se encuentran los cañoncitos, que hacen referencia a la violencia ejercida por los militares y el Estado. Además, las bolas de fraile o suspiros de monja son una crítica irónica hacia la Iglesia.
Por otro lado, los sacramentos también son utilizados como nombre de un pastel, lo cual resulta bizarro e incluso irrespetuoso, al considerar el gran poder que tenía la Iglesia en ese momento.
Otras facturas renombradas incluyen los vigilantes, una clara burla hacia la policía y las fuerzas de seguridad. También están las cremonas, que tienen una forma circular formada por varias letras A, simbolizando el anarquismo. Y luego están los libritos, un homenaje a la educación y la lectura, aspectos indispensables para los anarquistas. En el caso de las medialunas, son las únicas facturas que no tienen nada que ver con esta historia.
Esa huelga fue muy exitosa ya que consiguieron un triunfo que fue ejemplo y un impulso para las demás clases obreras argentinas. De esta forma, se empezaron a sentar las bases del movimiento anarquista que durante la primera mitad del siglo XX tuvo un protagonismo fundamental.