El 27 de octubre de 1945 nació en Caetes, una ciudad correspondiente a la región más sufrida de Brasil en ese entonces Lula. Registrado como Luiz Inácio da Silva, fue el séptimo hijo fruto del matrimonio de Aristides Inácio da Silva y Eurídice Ferreira de Melo. Sin embargo, no tuvo vínculo con su padre, quien les abandonó para mudarse a San Pablo y trabajar como estibador en el puerto de Santos.
Durante la sequía que aquejó a sus tierras en la década del 50, junto a su madre y sus hermanos, como muchas familias del noreste, emigraron al sur. La mudanza consistió en un viaje de 13 días comiendo rapadura y harina en un pau-de-arara, medio de transporte tradicional de pasajeros.
Una vez en San Pablo, siendo aún niño, empezó a trabajar como lustrabotas, ayudante en una tintorería y luego como vendedor ambulante. A los 14 años, tras abandonar la escuela para ayudar a su familia, Lula consiguió trabajo en una planta de producción de tornillos. En simultáneo, inició un curso de tornero mecánico. “Ese curso fue lo mejor que me pasó en la vida”, dijo en alguna oportunidad.
A pesar de ser un tornero “despolitizado”, emprendió un gran camino dentro del sindicalismo y la política luego de que su hermano Frei Chico fuera detenido y torturado por la dictadura.
Al final de los 70, Lula asumió la presidencia del Sindicato de Metalúrgicos con el 92 % de los votos. Tres años después fue reelegido con el 98%. Al tiempo, encabezaría una histórica huelga opositora al gobierno de facto, que funcionó como motor de las mayores protestas y huelgas de obreros de San Pablo.
Los comienzos de una nueva era en Brasil
Al calor de un nuevo sindicalismo, durante el período de la dictadura militar y la transición democrática, Lula comenzó a proyectar su carrera en la política nacional. Con el objetivo de romper con el bipartidismo de ese entonces, junto a otres compañeres de izquierda, fundó en 1980 el Partido de los Trabajadores (PT).
Dentro de este nuevo espacio, el dirigente brasilero disputó sin éxito las primeras presidenciales después de la dictadura en 1989. Con esta derrota, sumergido en una depresión, Lula barajó volver a la vida sindical. Sin embargo, fue Fidel Castro quien lo animó a continuar.
Según el biógrafo de Lula, Fernando Morais, el revolucionario cubano le dijo: “Desde que se conoce la institución de la elección en una comunidad para escoger a alguien, desde que esto fue inventado, no hay un solo caso de un obrero de mano dura y sin un dedo, que haya recibido un millón doscientos mil votos en una sociedad tan conservadora como Brasil”.
Alentado por Castro, Lula volvió a presentarse a los comicios de 1994 y 1998. Pero fue algunos años después, en 2002, cuando ganó con el mayor número de votos de la historia democrática de Brasil. Se convirtió en el primer presidente oriundo de la clase obrera.
“Yo, que tantas veces fui acusado de no tener un diploma superior, gano como mi primer diploma, el diploma de Presidente de la República de mi país”, expresó entre lágrimas el día de su asunción.
Lula presidente
Con el correr del tiempo, logró consagrarse como el político con más protagonismo de la República de Brasil desde el fin de la dictadura militar (1964-1985). Las elecciones de 2006 volvieron a reivindicar su figura. Otra vez, en segunda vuelta y con el 60,82 % de los votos, el mandatario obtuvo el mayor número de votos de la historia brasileña.
Alrededor del mundo, su proyecto político comenzó a ser reconocido por los resultados. Entre ellos figuró sacar de la pobreza a más de 36 millones de personas, eliminar al país del mapa del hambre de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y crear 22 millones de nuevos puestos de trabajo.
Sin embargo, nada es gratis para quienes buscan cambios estructurales. Ya con Dilma Rousseff en el poder, en 2011, Lula fue diagnosticado con un cáncer de laringe. Luego aumentaron las acusaciones por corrupción y, seguidamente, las movilizaciones en contra del oficialismo brasilero en 2013.
Para las elecciones de 2014, el PT volvería a consagrar un triunfo electoral. Con una escasa diferencia, Rousseff venció al candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Pero el mandato duraría tan solo dos años. El Senado de Brasil avaló su destitución el 31 de agosto de 2016. Ese mismo año, Lula sería acusado formalmente de “enriquecimiento ilícito, lavado de dinero y ocultamiento de patrimonio”.
Las consecuencias del Lava Jato
Con Michel Temer al poder, comenzaría el periodo en que se buscaría proscribir al expresidente Lula da Silva. En complicidad del Poder Judicial, la ultra derecha pretendía ganarse la aceptación popular, que luego derivaría en el gobierno de Jair Bolsonaro.
En medio de la oleada de denuncias enmarcadas en el famoso Lava Jato, en 2017 Lula quedó viudo. Su compañera, Marisa Letícia Rocco, murió como consecuencia de un derrame cerebral. Ese mismo año, en primera instancia, el juez Moro condenó al expresidente a nueve años de prisión. Meses después, ya en enero de 2018, un tribunal de segunda instancia confirmó la sentencia y aumentó su condena a doce años de cárcel.
Finalmente, el líder del PT fue detenido el 7 de abril de 2018. Acompañado por una gran multitud en el Sindicato de Metalúrgicos, da Silva se entregó a la policía. No quiso exiliarse, mucho menos ser un prófugo. Sabía que el tiempo le daría la razón; y por eso no se resistió a la presión. Allí, pasó 580 días en una celda de 15 metros cuadrados en la ciudad de Curitiba. Mientras estuvo tras las rejas, sufrió más pérdidas: la muerte de uno de sus hermanos y la de un nieto de siete años.
Ese año, Bolsonaro ganó las elecciones y Brasil se sumergió en uno de sus periodos más violentos y caóticos de su democracia. Con Lula preso, el proyecto conservador tuvo vía libre para arrasar con todos los derechos conquistados hasta ese entonces.
Luchar para volver
Luego de 19 meses preso, en noviembre de 2019 Lula recuperó su libertad. A través de una resolución, la Corte Suprema de Brasil estableció que, como dice la Constitución, un condenado sólo puede ir a prisión una vez haya agotado todos sus recursos.
Al salir, el expresidente fue recibido nuevamente por las miles de personas que lo acompañaban con vigilias frente a la cárcel. “Quisieron encarcelar una idea y las ideas no se encierran”, dijo en ese entonces.
Lejos de rendirse, Lula decidió reactivar su carrera política. En alguna oportunidad, expresó: “Podría vivir mi vida con ‘Janja’ -su novia- y dejar la política; pero tengo una causa, que es levantar los derechos del pueblo brasileño”.
De esta manera, el dirigente del PT comenzó a recorrer Brasil para impulsar su campaña y disputarle el poder a Bolsonaro. Pero a comparación de años anteriores, obtener su tercera presidencia no es fácil: el clima político del país está cargado de violencia. Tanto es así, que ya se contabilizaron varios crímenes perpetrados por fanáticos bolsonaristas contra militantes del Partido de los Trabajadores.
La segunda vuelta de Lula
El pasado 2 de octubre, un país completamente polarizado se dirigió a las urnas para elegir entre Luiz Inácio Lula da Silva o Jair Bolsonaro. Para ganar en primera vuelta, el presidente electo necesitaba el 50% más uno de los votos.
Pero a pesar de que Lula superó a su contrincante por más de cuatro puntos, no fue suficiente. Con el 98,04% de los sufragios contados, el exmandatario obtuvo el 48,02% y Bolsonaro el 43,55%. En tanto, el Tribunal Superior Electoral (TSE) definió que la próxima vuelta se dispute el domingo 30 de octubre.
Las encuestas marcan una leve victoria para el PT, sin embargo, los números son tomados con tranquilidad luego de la sorpresa durante la primera vuelta. No obstante, su triunfo no será total: a pesar de poseer la presidencia, sucede no sólo que el Partido Liberal tendrá la mayoría en las Cámaras, sino que ya instaló un discurso de odio clasista, racial y misógino.
Lula, una vez más, deberá batallar contra las desigualdades que azotan a Brasil y una oposición sedienta de sangre. “Voy a confesar que nunca tuve tantas ganas de ser presidente como ahora”, había dicho algunos meses atrás.