La Nueva Ruta de la Seda, también conocida como One Belt o One Road Initiative, es uno de los planes estratégicos más trascendentes e importantes de China. En el año 2013, fue presentada por Xi Jinping como parte integral de lo que el mandatario denominó el “sueño chino”. Desde entonces, la iniciativa no ha parado de sumar adhesiones; configurándose como una propuesta con grandes implicancias geopolíticas.
Como su nombre lo indica, busca ser la versión moderna de lo que fue, en su tiempo, una de las vías de comercio más importantes del mundo: la antigua Ruta de la Seda. Establecida de manera oficial durante la dinastía Han de China, en el 130 a. C., fue una red de vías comerciales que conectó distintas regiones de la antigüedad. Hasta 1.453 d. C., cuando el Imperio Otomano cerró las rutas, funcionó como el puente que permitió unir Oriente con Occidente.
Igual de ambiciosa, su versión moderna es la representación de la consolidación del gigante asiático como potencia en ascenso. En el marco de la Transición Global hacia un Nuevo Orden Multipolar, la iniciativa es uno de los brazos más importantes con los cuales China busca profundizar los lazos con las economías emergentes o en desarrollo.
De China para el mundo
El gobierno chino, en reiteradas oportunidades, declaró que uno de los objetivos de la Nueva Ruta de la Seda es crear “una comunidad de destino compartido para toda la humanidad”. En palabras de Xi Jinping, luego de que asumiera la presidencia de China en 2012, “el mundo se ha ido compartiendo en una comunidad en la que el destino de uno está entrelazado con el del otro”.
En este sentido, los principios rectores con los que el país orienta su política exterior se encuentran plasmados en la iniciativa. El Ministerio de Relaciones Exteriores del gigante asiatico, en marzo de 2015, publicó un documento en el que explicitó algunas de las claves que orientan la propuesta de la Nueva Ruta. Entre ellas, menciona la necesidad de fomentar tanto la apertura como la conectividad, la armonía e inclusión, la cooperación e integración financiera, y el vínculo entre los pueblos a través del beneficio mutuo.
Bajo esta filosofía orientadora, China ha logrado proponer una arquitectura que busca potenciar un intercambio comercial más fluido a nivel global. Sin embargo, hay quienes señalan el peligro de la dependencia a la potencia en ascenso. La interconexión entre las economías emergentes, por consiguiente, aparece como un factor clave. Frente a un mundo inestable, con una crisis sistémica que se expresa con consecuencias tanto en las economías periféricas como centrales, la Nueva Ruta de la Seda busca ofrecer estabilidad global a través del desarrollo.
¿De qué forma?
En principio, la iniciativa establece dos tipos de vías comerciales. Por un lado, a través de la franja terrestre, la Nueva Ruta se propone unir a China no sólo con la parte central del continente asiatico, sino también con toda Europa. Por otro lado, mediante la vía marítima, el objetivo es conectar América Latina, África y Medio Oriente. De esta manera, la propuesta prevé la construcción de puertos, carreteras, redes ferroviarias, aeropuertos, e, incluso, el desarrollo de infraestructura en energías renovables.
No obstante, la Nueva Ruta no es una iniciativa cerrada, sino que busca adaptarse a las necesidades específicas de cada país que adhiera a ella. Es por ello que, a través de los años, la propuesta se ha ampliado hasta incluir dimensiones de interconexión que no son necesariamente físicas, como la cooperación en materia sanitaria, cultural o tecnológica.
Una adhesión (casi) completa
Hasta el momento, la iniciativa del gigante asiático ha logrado incorporar a 146 naciones. Se trata de un 74% de las que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoce oficialmente. De esta manera, a través de la plataforma internacional de comercio, China ha consolidado su posición en todos los continentes.
En este sentido, han firmado el Memorándum de Entendimiento para adherir a la Nueva Ruta 45 naciones de África (más del 80% del continente), 42 de Asia (93%), 29 de Europa (61%), 10 de Oceanía (62%) y 20 de América Latina y el Caribe (59%). Con cada uno de ellos, China ha logrado la firma de acuerdos de cooperación y financiamiento en diferentes áreas.
Según un estudio publicado a principios de este año por la Universidad de Fudan, una de las más importantes de China, durante el 2021 la Nueva Ruta implicó créditos e inversiones por casi 60 mil millones de dólares. En tanto que, según datos del Ministerio de Comercio de China, la inversión en infraestructura destinada a la iniciativa china ha sumado más de 112 mil millones de dólares desde el 2015.
Sin embargo, a pesar de los grandes niveles de adhesión global, la propuesta de la Nueva Ruta también ha encontrado fuertes e importantes resistencias que expresan las disputas -con sus propias contradicciones- geopolíticas que vivimos en estos tiempos. Países como Estados Unidos, Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Canadá, Brasil, México, Colombia e India se han negado a ser parte de la iniciativa china.