Después de su paso por el XVI Festival Internacional Gombrowicz 2024 en Radom, Polonia, “La pelea de la carne” regresó a los escenarios porteños. La obra de Alejandro Radawski, basada en “Pornografía” de Witold Gombrowicz, ya marca territorio en la agenda teatral local. Las funciones son los jueves a las 20:30, en el Teatro Beckett, Guardia Vieja 3560, CABA.
Radawski combina teatro con cine, música de Johann Sebastian Bach y referencias a Goya. El resultado es una experiencia que desafía los límites del teatro tradicional. La trama se mueve en tiempos de guerra. Los personajes enfrentan la invasión y el encierro. “Las casas se desmayan porque el odio ha entrado; el país está ocupado y yo tengo miedo al futuro”, dice uno de los textos. Esta angustia marca el tono de toda la obra.
En escena se puede palpar un universo donde se cruzan la espera y la seducción. Los personajes luchan no solo por la supervivencia, sino por el control. La religión, el deseo y la perversión se entrelazan en una historia que navega entre el drama y la comedia oscura.
Actuaciones intensas y técnica precisa
El director mantiene esa línea crítica y absurda que caracteriza a Gombrowicz. Después de trabajos como “El alemán que habita en mí” y “Ferdydurke”, Radawski se consolida como un autor que no acepta etiquetas. Su estética se ancla en los bordes, entre lo que está bien y lo inmoral, entre la vigilia y los sueños.
El elenco incluye a Valentina Cutuli, Marcos Díaz, Malena López, Giselle Scarcella, Tatiana Schreiner y Mariana Turiaci. Cada actor compone más de un personaje. Las expresiones son duras, casi generan pánico cuando suben a escena. El contraste con los momentos de risa crea una dualidad que mantiene al público en tensión.
Los intérpretes manejan textos extensos con intensidad sostenida. La gestualidad al cambiar de personaje es notable. Trabajan con precisión, como un mecanismo de relojería. La energía del grupo es contagiosa y logra que el público se sienta parte de la historia.
La técnica aporta elementos clave. Una cámara en escena transmite soliloquios en tiempo real. Los actores la usan para crear un vínculo directo con el público. A medida que mueven sillas y adaptan el escenario austero, las lámparas resaltan sus expresiones.
El vestuario de Emilse Benítez se convierte en un personaje más. Aporta elegancia y sofisticación al conjunto. La iluminación de Ricardo Sica es otro punto destacable. La escenografía se adapta constantemente, siempre al servicio de la historia.
Una experiencia que trasciende lo convencional
“La pelea de la carne” invita a la participación del público. Los espectadores no solo observan: se integran a la narrativa. Al pisar el escenario, la frontera entre actores y audiencia se difumina. Cada persona se lleva la experiencia de haber formado parte de la historia.
Radawski maneja múltiples roles: escribe, dirige, produce y monta el sonido. La obra mezcla comedia, terror y un lenguaje metateatral que puede resultar desafiante. Pero el director mantiene el equilibrio y ofrece un producto original. La puesta es dinámica y exigente. Los recursos están en su justa medida. La complicidad con el público mantiene la atención en todo momento. Hay una visión cinematográfica que permite destacar, desde ángulos estudiados, lo que realmente importa.
En un momento donde el teatro busca nuevos lenguajes, esta atrapante pieza propone una experiencia que no deja indiferente. Su creador toma a otro autor y lo traduce a un presente que, por momentos, se siente inquietante y familiar.
La obra plantea preguntas incómodas sobre el poder, el miedo y la supervivencia. Lo hace sin solemnidad, con humor negro y una honestidad que duele. No es teatro fácil, pero tampoco pretende serlo. Es una oportunidad para quien busca algo distinto, algo que desafíe las expectativas. “La pelea de la carne” no promete comodidad, pero sí una experiencia que se queda.