
En la provincia de Misiones, un grupo de investigadoras del Centro de Investigaciones Cientificas y Tecnicas (CONICET) trabaja junto a la empresa local Plastimi SRL en la creación de bolsas biodegradables producidas con almidón de mandioca, un recurso regional con enorme potencial. En medio del ajuste, el proyecto representa una prueba concreta de lo que Argentina podría hacer de manera sostenida si la inversión en investigación no estuviera en caída libre.
En un país donde la ciencia pública atraviesa su mayor emergencia en décadas, los desarrollos que logran avanzar se vuelven un recordatorio incómodo: la capacidad está, los equipos existen, el conocimiento también, pero lo que falta es decisión política.
El desarrollo se lleva adelante en el Instituto de Materiales de Misiones (IMAM, CONICET–UNAM), encabezado por las investigadoras Cristina Area y Pamela Cuenca. El objetivo es crear bioplásticos capaces de distribuirse en todo el país sin depender de insumos importados, una necesidad urgente para las industrias que hoy pagan costos altísimos por traer desde Europa resinas biodegradables a base de maíz.
La idea es simple y a la vez disruptiva: convertir una materia prima local, el almidón de mandioca, en pellets que sirvan para fabricar bolsas, películas flexibles y materiales biodegradables para distintos usos.

Aunque parezca técnico, el trasfondo es otro: producción nacional, economía circular y valor agregado en origen. El proyecto incorpora derivados de residuos de la industria forestoindustrial, como micro y nanocelulosa o colofonia del pino, para mejorar las propiedades del material. Un modo de cerrar el ciclo y, al mismo tiempo, disminuir el impacto ambiental de uno de los sectores productivos más grandes de la región.
La articulación con Plastimi SRL no es nueva. El vínculo comenzó hace casi diez años y se fortaleció gracias al PICTA presentado en 2021, que permitió adquirir la extrusora pelletizadora piloto. Esa máquina, ahora instalada en comodato en la planta de Posadas, habilitó algo fundamental: pasar del laboratorio a un entorno industrial sin perder tiempo ni recursos. Para una investigación que busca escalar, esa diferencia es enorme.
“Este trabajo constituye un ejemplo concreto de innovación científica aplicada a un futuro sostenible”, señaló Nicolás Guelman, propietario de la firma, que destaca la formación de profesionales misioneros y la capacidad del CONICET para transformar conocimiento en productos reales.
El proyecto también apunta a un segmento que crece en Misiones: los agroinsumos. El equipo trabaja en materiales biodegradables para mulching films usados en cultivos como tomates y cannabis medicinal. Hoy, esos insumos tampoco se fabrican en el país.
Un desarrollo que avanza mientras el sistema retrocede

La escena científica nacional vive, sin embargo, en un clima opuesto al entusiasmo de estos avances. Desde los primeros meses del gobierno de Javier Milei, el sistema científico-tecnológico enfrenta recortes presupuestarios, subejecución de partidas, paralización de programas y la desarticulación de líneas estratégicas.
La suspensión de ingresos al CONICET, la caída del financiamiento y la parálisis de organismos clave, muchos de ellos ahora en proceso de privatización o vaciamiento, colocaron a la investigación argentina en un nivel crítico.
El resultado es un escenario en el que los proyectos que logran avanzar, como el de Misiones, se convierten en excepciones que muestran lo que la ciencia argentina puede hacer aun en condiciones desfavorables.

