“Los Invertidos”, una historia que todavía duele

La primera pieza argentina sobre homosexualidad vuelve a los escenarios porteños 110 años después. El tiempo pasó, pero la incomodidad para algunos sigue intacta.
Los Invertidos
«Los Invertidos» de José González Castillo se estrenó en 1914 como la primera obra argentina sobre homosexualidad. Fue censurada tras pocas funciones. Esta semana vuelve a escena con dirección de Ro Larroca. Crédito: @losinvertidosobra

El jueves pasado volvió a los escenarios porteños «Los Invertidos» de José González Castillo. Una obra que marcó historia en 1914 y que hoy, 110 años después, sigue siendo incómoda para algunos. Ya que fue la primera en mostrar un personaje trans en escena.  En su momento eso basto para que la censura la bajara del cartel después de pocas funciones. Hoy volvió, y uno se pregunta qué tanto cambió el mundo. Las funciones son los jueves 20:30 hs en El Tinglado, Mario Bravo 948, CABA.

La historia es simple pero brutal. El doctor Florez lleva una doble vida sexual que su esposa Clara y su familia desconocen. Cuando el secreto sale a la luz, todo se desmorona. La obra no juzga ni perdona. Solo muestra cómo la hipocresía social destroza vidas.

González Castillo escribió esta historia en un momento bisagra de la Argentina. Buenos Aires crecía, llegaban inmigrantes, las ideas cambiaban. Pero la moral oficial seguía siendo rígida. Los «invertidos» —así les decían entonces— vivían en las sombras. La obra los puso bajo los reflectores del teatro, y eso no le gustó nada a la sociedad de la época.

El pasado que no pasa, y una dirección sin miedos

Lo que más impacta de esta puesta es cómo el pasado se mete en el presente. La directora Romina Larroca intercala la obra original con referencias a hechos recientes. Los ataques al colectivo LGBTI+, pero también sus conquistas. El matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, cada avance social encuentra su lugar en la función.

Esta decisión no es caprichosa. Demuestra que los conflictos de 1914 siguen vivos. Los personajes de Castillo podrían existir hoy. La discriminación cambió de forma, pero no desapareció.

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Una familia burguesa se destruye cuando se descubre la doble vida sexual del doctor Florez. Su esposa Clara y su entorno enfrentan un secreto que los lleva a un final trágico y demoledor. Crédito: @losinvertidosobra

Su sagaz directora toma decisiones inteligentes. Mantiene a todos los actores en escena durante toda la función. No hay secretos para el público, aunque sí para los personajes. Esta transparencia refuerza el mensaje: la verdad siempre está ahí, esperando salir. Los interludios que conectan 1914 con 2024 funcionan bien. No se sienten forzados. Al contrario, ayudan a entender por qué esta obra merece volver a los escenarios.

Actuaciones que convencen, apoyados en buena técnica

Cyano Baldunciel brilla en el papel de Julián/Juanita. Encuentra la fragilidad y la fuerza del personaje sin caer en estereotipos. Gerardo Blain construye un doctor Florez creíble: un hombre atrapado entre sus deseos y las expectativas sociales.

Carolina Fernández Villamayor da vida a una Clara que sufre pero no se victimiza. Su dolor es real, pero también su dignidad. Fernando Montecinos, Federico Paiva, Cecilia Palazzolo, Emma Serna y Joaquín Tomassi completan un elenco sólido. Cada uno encuentra su lugar en esta historia coral.

La escenografía de Agustín Justo Yoshimoto es sobria pero efectiva. No compite con los actores, los acompaña. El vestuario de Micaela Delgado marca las épocas sin exagerar. La iluminación de Alejandro E. Rodríguez y Ro Larroca ayuda a los cambios de tiempo y tono. Todo funciona porque cada elemento técnico entiende su rol: servir a la historia, no brillar por separado.

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Romina Larroca dirige con un elenco sólido encabezado por Cyano Baldunciel, Gerardo Blain y Carolina Fernández Villamayor. La obra conecta el pasado con luchas actuales del colectivo LGBTI+ en Argentina. Crédito: @losinvertidosobra

Una obra necesaria

«Los Invertidos» no es una obra fácil. Tampoco pretende serlo. Su autor escribió una tragedia, y su actual directora respeta esa decisión. No hay final feliz porque la realidad tampoco lo tenía en 1914. Y tal vez tampoco lo tenga hoy.

Pero ahí está el valor de esta puesta. Nos obliga a mirar lo que preferimos ignorar. La discriminación, la hipocresía, el miedo al diferente. Todo eso que creemos superado pero que sigue latiendo en la sociedad. Ver una historia así en este 2025 es hacer un ejercicio de memoria. Y de honestidad. La obra pregunta qué tanto avanzamos realmente. La respuesta no siempre es cómoda.

Esta no es una función para pasar el rato. Es teatro que duele y que hace pensar. Que recuerda que el arte puede ser incómodo, y que esa incomodidad a veces es necesaria. En tiempos donde algunos derechos vuelven a discutirse, esta pieza llega como un recordatorio urgente: la historia puede repetirse, y no siempre para mejor.

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