
Desde principios de agosto una nueva propuesta desafía las convenciones del teatro comercial porteño. “Tirria”, la nueva obra de Nancy Giampaolo y Lucas Nine, se adentra en territorios poco transitados como el grotesco gótico, la comedia negra con ribetes sociales y un homenaje al cine nacional de los años treinta. La pieza, que reúne en escena a Diego Capusotto junto a su hija Eva por primera vez, constituye un experimento arriesgado que encuentra en el absurdo su herramienta principal de reflexión. Las funciones son los jueves y viernes a las 21:30, y sábados a las 22, en el Teatro Metropolitan, Av. Corrientes 1343, (CABA).
La dramaturgia construye un universo claustrofóbico alrededor de los Sobrado Alvear, familia patricia que perdió su fortuna pero no su obsesión por las apariencias. Este verano fingen partir hacia Europa cuando en realidad se recluyen en los baúles de su propia mansión, donde sobreviven a base de arroz con leche y fantasías. Solo Hilario, el fiel mayordomo interpretado por Capusotto, conoce la verdad y se convierte en guardián de este secreto familiar que roza lo patológico.
Resonancias históricas y crítica social
La obra sitúa su acción en los años cuarenta, durante el primer peronismo, período que marca el ocaso definitivo de la Argentina oligárquica. Los Sobrado Alvear representan esa clase social que se niega a aceptar su nuevo lugar en la historia, que prefiere la simulación antes que la adaptación. Su europeísmo enfermizo y su desprecio por lo popular encuentran en el encierro voluntario una metáfora perfecta de la negación de la realidad.
Nine y Giampaolo construyen un paralelismo inquietante con el presente, donde familias que viven de apariencias, se sobrecargan física y mentalmente para mantener un estatus inexistente. La crítica social se filtra mediante el grotesco, género que permite abordar temas complejos desde la exageración y el humor negro. La referencia a las comedias de teléfono blanco del cine clásico no es casual: busca recuperar esa tradición donde lo popular y lo culto no estaban enfrentados.
Acertada puesta en escena y solvente actuaciones
Carlos Branca, director argentino radicado en Italia que regresa al país para este proyecto, apuesta por una estética que combina cine y teatro. Su dirección privilegia los contrastes: momentos de quietud absoluta se alternan con estallidos de histeria colectiva. La puesta incorpora elementos del cine mudo y guiños visuales que refuerzan el carácter cinematográfico de la propuesta, aunque por momentos la dinámica se pierde.
La escenografía recrea esa mansión decadente donde conviven el lujo pasado y la miseria presente. Los baúles se transforman en refugios psicológicos, en espacios donde los personajes pueden mantener sus fantasías intactas. Branca maneja con inteligencia los tiempos y las pausas, elementos cruciales en una obra que vive del absurdo y la tensión acumulativa.
Capusotto demuestra una vez más su versatilidad al abandonar el registro humorístico televisivo para construir un Hilario complejo y perturbador. Su interpretación del mayordomo devoto que puede llegar a cualquier extremo por preservar el honor familiar resulta magnética. La química que establece con Rafael Spregelburd, quien encarna a Clorindo con naturalidad y vis cómica notable, genera los momentos más logrados de la función.
Andrea Politti compone una Edelmira convincente, esa señora de casa agobiada por las expectativas sociales y familiares. Su trabajo transmite la frustración contenida de quien dedicó su vida a otros. Eva Capusotto, en su debut comercial, se muestra sólida como Elenita, mientras que Juan Arana confirma su capacidad transformativa en cada aparición.
El elenco funciona como un mecanismo de relojería donde cada pieza cumple su función específica. Daniel Berbedes y Galo Politti completan un conjunto equilibrado que sostiene la propuesta durante sus casi dos horas de duración.
Buena técnica e irregular dramaturgia
La estructura dramática presenta fortalezas y debilidades evidentes. El primer acto resulta sólido: plantea la situación, presenta a los personajes y establece las reglas de su universo particular. La invitación a reflexionar sobre las máscaras sociales y la presión por mantener estatus funciona con efectividad. Sin embargo, la obra pierde fuerza en su tramo medio, donde algunas escenas parecen forzadas y la tensión se diluye.
Los diálogos recuperan la cadencia y el registro del teatro clásico argentino, pero en ocasiones resultan artificiosos. La duración excesiva perjudica el impacto final, aunque la propuesta mantiene su originalidad y ambición artística.
En parte rescatable
“Tirria” constituye una apuesta valiosa en el panorama teatral porteño. Su mirada crítica sobre la decadencia aristocrática y su conexión con problemáticas actuales la convierten en una obra necesaria, aunque imperfecta. El grotesco como herramienta de análisis social encuentra aquí un espacio fértil, y la recuperación de tradiciones cinematográficas nacionales aporta una dimensión cultural relevante.
La obra funciona como espejo deformante de una sociedad que sigue privilegiando las apariencias por sobre la autenticidad, donde el prestigio social puede convertirse en prisión dorada. En tiempos donde la simulación digital ha alcanzado niveles inéditos, esta pieza propone una reflexión analógica sobre los costos personales y familiares de vivir una mentira colectiva.