
*Escrito por Cynthia A. Dente
El caso de un gremio que desafía las categorías tradicionales de trabajo y abre el debate sobre las nuevas formas de empleo.
En un país donde la mitad de los trabajadores no tiene derechos laborales, los perros podrían estar señalando una salida. Mientras millones sobreviven en la informalidad, sin aportes ni obra social, y sin derechos laborales garantizados, un colectivo poco convencional decidió organizarse hace más de 10 años para cambiar esa realidad: los paseadores, adiestradores, peluqueros caninos y auxiliares veterinarios. Así nació el Sindicato de Trabajadores Caninos, una iniciativa que busca profesionalizar una actividad históricamente precarizada y, al mismo tiempo, ofrecer un modelo replicable de formalización laboral.
¿Puede un gremio autogestivo, construido por trabajadores no reconocidos como tales, marcar el camino frente a uno de los problemas estructurales de la Argentina? Tal vez sí. Porque mientras se multiplican los discursos sobre la “libertad” del emprendedor, las ideas de ser tu propio jefe, o la “flexibilidad” del trabajador independiente, este Sindicato propone algo más básico, pero transformador: trabajo con derechos.
Según datos del INDEC a través de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), casi el 45% de los trabajadores argentinos se encuentra en la informalidad. A esto se suma un fenómeno más reciente: la “uberización” del trabajo, que promueve una falsa autonomía y libertad mientras precariza aún más las condiciones laborales.
En paralelo, los perros se han vuelto protagonistas en la vida cotidiana de millones de personas. Hoy forman parte de las familias. Esta transformación cultural no solo cambió el vínculo con los animales, sino que también generó una demanda creciente de trabajos especializados, como paseos, cuidados, adiestramiento y peluquería canina. Si bien estos trabajos se han vuelto cada vez más habituales, detrás de ese “boom” se esconde una realidad laboral aún desprotegida.
¿A los informales no les corresponden derechos?
Frente a este panorama de creciente precariedad laboral, un grupo de trabajadores que cuidan, pasean, adiestran perros y hacen peluquería canina decidió organizarse.
Sin embargo, el desafío sigue vigente: muchos consideran que este tipo de trabajo no “encaja” dentro de lo que tradicionalmente se entiende como una relación laboral típica. ¿Por este motivo no les corresponden derechos? ¿Hay una forma de reconocerlos sin quitarle derechos a quienes ya los tienen? Si los trabajadores caninos -como tantos otros- no encajan en las categorías tradicionales, ¿qué hacemos? ¿Hay una solución posible?
Estas preguntas cobran relevancia en un contexto donde las condiciones precarias de empleo solo benefician a los sectores mejor posicionados en la escala social, y no precisamente a la clase trabajadora, que resulta perjudicada y en evidente debilitamiento. Este debilitamiento refleja la pérdida paulatina de derechos y beneficios de los trabajadores en la Argentina.
La difuminación entre la distinción del trabajo autónomo y dependiente contribuye directamente a este fenómeno, cuya complejidad se revela al analizar las formas reales que hoy adopta el trabajo. Existen hoy múltiples formas de empleo que están muy lejos del modelo tradicional: la jornada de ocho horas para un solo empleador en una fábrica o empresa ya no es la norma dominante. A la inversa, buena parte de la masa laboral no tiene claro quién es su empleador, cuáles son sus derechos y, muchas veces, ni siquiera está registrada.
Si bien ese modelo clásico de trabajo aún existe en la Argentina, se aleja cada vez más del ideal del trabajador que solíamos imaginar al comenzar a estudiar Derecho del Trabajo.
La iniciativa para regularizar a 100.000 trabajadores
En este contexto, la propuesta del Sindicato es central. Desde sus inicios, sus integrantes han trabajado para construir un marco de empleo digno para una actividad que aún carece de reconocimiento formal. En este sentido, el año pasado se presentó en el Congreso de la Nación -con el respaldo de todos los diputados de tracción sindical- un proyecto de ley que busca regular el trabajo canino. La iniciativa apunta a sacar de la informalidad a aproximadamente 100.000 trabajadores.
El proyecto en debate propone algo tan básico como justo: reconocer a este colectivo como trabajadores formales. Se trata, además, de una actividad con particularidades propias: múltiples empleadores simultáneos, vínculos de larga duración, una altísima carga de confianza y un componente único en la relación laboral -el perro- que introduce responsabilidades específicas.
Así, el registro y la capacitación de quienes trabajan con animales no solo es una necesidad laboral, sino también una garantía para las familias, que depositan en ellos el cuidado cotidiano de un integrante más del hogar. Hoy, quienes cuidan a diario de nuestros animales no cuentan con licencias, obra social, cobertura ante accidentes ni la posibilidad de jubilarse. El reclamo es claro: ser reconocidos como trabajadores y salir de la invisibilidad.
Como abogada laboralista, no puedo dejar de señalar que la informalidad muchas veces se sustenta en esta negación del carácter trabajo. Se naturaliza que quienes cuidan animales, hacen changas y que lo hacen “por fuera del sistema” o como un servicio, como si esto justificara no tener derecho a seguridad social, salud, jubilación ni vacaciones. El caso de los trabajadores caninos visibiliza este problema con claridad: ejercen una actividad estable, continua, especializada y esencial, pero sin ningún marco de protección jurídica.
Que los perros marquen el camino no es solo un juego de palabras, sino un llamado urgente a repensar el trabajo informal en Argentina. En un contexto donde millones sobreviven sin derechos, la organización de un sector tan particular como el de los trabajadores caninos demuestra que la formalización es posible, con voluntad colectiva, compromiso y organización. Este sindicato nos recuerda que reconocer el trabajo, cualquiera sea su forma, es el primer paso para construir una sociedad más justa, libre y soberana. Aunque aún no han logrado el reconocimiento formal, su lucha sigue en marcha. Si ellos se animan a intentarlo, ¿por qué no replicar esa iniciativa en otros sectores? La solución a la informalidad puede estar en caminos inesperados y, tal vez esta vez, sean los perros quienes nos marquen el camino.
*Abogada laboralista (UBA)