“Últimas unidades de lujo”, un puñado de jaulas doradas y máscaras rotas

En el Espacio Callejón, cinco personajes ensayan una coreografía que devela traiciones, mentiras y la asfixia de mantener apariencias en una sociedad que ya no los contiene.
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La obra presenta un intrincado entramado de amor y traición entre amigos. Lo que comienza con una coreografía, se transforma en un juego explosivo de mentiras, bajo la presión de un entorno hostil. Crédito: Akira Patiño.

Desde junio se puede disfrutar en la cartelera porteña de “Últimas unidades de lujo”.  Karina Hepner armó un texto que funciona como una trampa: aquello que parece una simple reunión de amigos se revela como un campo minado de mentiras, traiciones y supervivencia social. La propuesta no busca la comodidad del público; por el contrario, lo convierte en testigo incómodo de una realidad que duele por su proximidad. Las funciones son los miércoles a las 20:30, en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759), CABA.

La dramaturgia despliega un universo claustrofóbico donde cinco personas se citan para ensayar una coreografía amateur. Esta excusa inicial se desmorona rápido para dar paso a un juego peligroso donde cada movimiento puede ser el último. Los personajes son Pablo, el empresario sin escrúpulos; Gaby, su esposa que oculta secretos; Muriel, la secretaria que maneja más información de la que aparenta; José, el coreógrafo que busca su lugar; y El Pela, el encargado de seguridad con conexiones turbias. Cada uno arrastra su propia agenda, pero todos comparten la misma prisión dorada: la necesidad de mantener una imagen que ya no los contiene.

Hepner logra que el encierro físico del SUM se vuelva metáfora de una sociedad que asfixia a sus propios habitantes. La autora, reconocida por trabajos como “La casa de las pelucas Kosher”, demuestra aquí una madurez narrativa que sorprende. Los diálogos funcionan como armas de doble filo: cada palabra puede ser caricia o puñal, a menudo ambas a la vez. El humor emerge como mecanismo de defensa, pero también como evidencia del absurdo que habita en las relaciones humanas contemporáneas.

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La autora destaca cómo los personajes están atrapados en un espacio común, forzados a convivir mientras el mundo exterior colapsa. La tensión se convierte en el motor de la obra, haciendo que la sospecha y el humor surjan antes del estallido. Crédito: Akira Patiño.

Cinco personajes heterogéneos en solventes interpretaciones

La dirección de Melisa Freund transforma esta tensión en el motor de la obra. Su propuesta escénica no permite respiro: cada pausa, silencio y mirada construye un clima que atrapa tanto a los personajes como al público. Freund entiende que el encierro debe volverse cuerpo, que la sospecha debe contaminar el ritmo, que el humor debe irrumpir justo antes del estallido. La directora logra que el espacio del teatro se vuelva cómplice de la historia, creando una atmósfera íntima y casi clandestina.

El elenco responde con precisión quirúrgica a estas demandas. Ariel Gigena compone un José que navega entre la ingenuidad y la complicidad, mientras que Mauro Pelandino convierte a El Pela en un personaje que oscila entre lo patético y lo amenazante. José Escobar construye un Pablo despiadado pero humano, un empresario cuyas contradicciones lo vuelven creíble. Karina Hepner, además de firmar la autoría, interpreta a Gaby con una vulnerabilidad que oculta una fuerza inesperada. Natalia Imbrosciano cierra un acertado elenco como Muriel, una mujer de sensualidad inteligente que funciona como arma y escudo. 

La propuesta técnica acompaña sin estridencias. David Seiras diseña una iluminación que subraya los momentos de tensión sin caer en el efectismo. El vestuario y la escenografía de José Escobar crean un ambiente verosímil que no compite con la actuación. La música original de Manuel Katz funciona como un elemento más del clima, nunca como protagonista.

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Todos los personajes gozan de buenas actuaciones en una obra que mezcla humor y suspenso, atrapando al espectador en un juego que revela el absurdo de sus realidades. Crédito: Akira Patiño.

Una crítica social sobre las presiones de mantener una imagen

Últimas unidades de lujo” funciona como espejo de una sociedad que convirtió las relaciones humanas en transacciones. Los personajes de Hepner son supervivientes de un sistema que ya no los necesita, últimas unidades de un producto que perdió su valor de mercado. La obra expone con crueldad y humor los mecanismos que utilizamos para mantener nuestras máscaras sociales, aun cuando sabemos que ya no engañan a nadie.

En tiempos donde las apariencias se volvieron más importantes que las verdades, donde las redes sociales convirtieron la intimidad en espectáculo, esta pieza propone una reflexión incómoda pero necesaria. Además sugiere que todos habitamos jaulas doradas, que todos somos, en alguna medida, últimas unidades de un lujo que ya no podemos costear. La pregunta que queda flotando es si tenemos la valentía de reconocerlo.

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