Año internacional de las cooperativas: no es tiempo de neutralidad

Naciones Unidas declaró 2025 como el Año Internacional de las Cooperativas en un contexto de fuerzas políticas de derecha que cuestionan los Acuerdos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. Los principios asociativos de autonomía, democracia y humanismo se resignifican, también en Argentina, como parte de una disputa cultural contra el individualismo y el negacionismo.
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Foto: Fecofe

Por Juan Manuel Rossi*

En todas partes del mundo las cooperativas se ven afectadas por sus relaciones con los gobiernos y el Estado. Desde los orígenes, el cooperativismo ha discutido sobre la necesidad de la neutralidad política. En Argentina, el tema de la neutralidad cobró vigor como contraposición al fenómeno de la hegemonía peronista en los sindicatos obreros a partir de 1945 y encontró un punto alto de discusión en torno a la reformulación de los «Principios cooperativos» en 1966.

Con sus marcos legislativos, políticas fiscales, económicas y sociales, los gobiernos pueden ayudar o perjudicar a las cooperativas. Por tal motivo, todas las cooperativas deben estar alertas para desarrollar relaciones abiertas y claras con los gobiernos y con los Estados.

La neutralidad intenta blindar a las cooperativas de los perjuicios y la desnaturalización que pudiera ejercer un partido político o un gobierno sobre el principio de autonomía e independencia y, por ende, en la gobernanza democrática de nuestras entidades. Aunque esa autonomía y esa independencia también es deseable respecto de empresas o flujos de capital que las afecten o desvirtúen.

A la vez, las cooperativas siempre se han regido por el precepto de la no discriminación política, sin segregar a ningún asociado por su afiliación o ideología. Es también un principio cooperativo la pluralidad de ideas, creencias e identidades políticas. Significa que una cooperativa no debe responder ni alinearse detrás de un partido o espacio político pero, de hecho, estará integrada por personas que, con todo derecho, poseen ideologías y pertenencias.

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Foto: Nicolás Pousthomis / Subcoop

La pérdida de autonomía política no es el único riesgo que corre una cooperativa. También es adulterada cuando se somete a intereses empresariales, o peor aún, cuando forma parte de dispositivos corporativos que puedan controlar la decisión democrática y la propiedad conjunta, que sine qua non es potestad de los asociados.

En aquella década del sesenta de reformulación de los «Principios cooperativos», muchas cooperativas en su afán de complementar los servicios que el Estado no brindaba, privilegiaron su condición de empresa en detrimento de su misión social. Con inocente descuido sobre que, en ocasiones, las apetencias empresariales están ligadas a intenciones políticas.

El movimiento cooperativo internacional y la Agenda 2030

El 2025 ha sido declarado “Año Internacional de las Cooperativas” por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En tanto, el Día Internacional de las Cooperativas (Coops Day) se celebrará el primer sábado de julio bajo la consigna: «Las cooperativas construyen un mundo mejor».

A la Alianza Cooperativa Internacional (ACI) le llevó décadas ser reconocida por las Naciones Unidas (ONU) como la organización representativa del movimiento cooperativo mundial, también significó una reivindicación el reconocimiento del rol clave de las cooperativas en el Desarrollo Sostenible. De pronto, nos encontramos con que en una parte del mundo, sobre todo en países de occidente, se cuestionan los postulados actuales de las Naciones Unidas en una suerte de grieta global por la Agenda 2030.

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Foto: Fecofe

El rechazo a las acciones por el cuidado del ambiente, la erradicación de la pobreza, la igualdad de género, la educación inclusiva o las alianzas globales, no sólo vienen de ciudadanos y agrupaciones políticas, sino de influyentes presidentes. El movimiento cooperativo internacional se inscribe con claridad dentro de los que comprenden la necesidad de comprometerse ética y activamente en enfrentar al cambio climático, la creciente desigualdad económica y social, el acceso incondicional al agua o a la educación.

Es fundamental el papel de las cooperativas en el desarrollo sostenible, la inclusión social y el crecimiento económico equitativo. Sencillamente porque los cooperativistas somos humanistas y democráticos. Por los valores y los principios que nos definen histórica, funcional y orgánicamente.

Ambos, democracia y humanismo nos constituyen. Las cooperativas están amenazadas en su esencia. Si no hay resistencia será una cuestión de tiempo. Por la extinción o por la cooptación. Cancelarán el acto cooperativo. Nos vaciarán de recursos o de significados. O ambas cosas. Si es como muchos opinan, que vivimos una etapa post-democrática y post-humanista, entonces vale temer un horizonte post-cooperativista.

Las cooperativas en la batalla cultural

El mundo de la cooperación está “entre la espada y la pared”, amenazado de dos maneras. Por un lado los monopolios, la concentración, las patentes, el atraso tecnológico; lo debilitan económica, financiera y productivamente. Y por otro, la cultura individualista, el solipsismo, la insolidaridad; menoscaban el movimiento social que las cooperativas representan.

El cooperativismo nació y creció para satisfacer las necesidades y sueños de las mayorías. La batalla cultural debiera vencer al egoísmo y al aislamiento, volver a las fuentes fundantes: la organización solidaria y mancomunada. Cuando vastos segmentos del imaginario social encarnado descansan hedónicos en la sacralidad del individualismo, es necesario fijar posición clara, transparente, determinante, categórica.

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Foto: Nicolás Pousthomis / Subcoop

Entre el blanco y el negro, optar por los grises puede ser una búsqueda del equilibrio o una flagrante falta de precisión. Una expresión cándida de la armonía o un extravío borroso e inconducente.

Las cooperativas no pueden quedar al margen de la disputa por la producción de sentido. Cuando se instalan slogans y clichés contrarios a toda idea de cooperación:

Que la justicia social es «aberrante». Que el bien común se hace «con la mía». Que la solidaridad es «una debilidad del individuo». Que la discapacidad es un problema del que la tiene y «que se embrome». Que la salud es para quien «se la puede pagar». Que la «meritocracia» no depende de la cuna en que naciste ni de tus herencias materiales y culturales. Que a la universidad deben ir sólo las clases «acomodadas». Que no hace falta estudiar porque «podés hacer guita» de otras formas. Que la cultura es un bien «para las élites». Que no es lógico ahorrar para acceder a una vivienda porque impide «vivir el presente».

También hay otras frases e ideas que son reproducidos litúrgicamente por personalidades, autoridades gubernamentales y hasta por los mismos asociados a las cooperativas:

Que el trabajo precario es “libertad”. Que el que no progresa es por “su propia incapacidad”. Que el que no acepta con sumisión condiciones paupérrimas “es un vago”. Que el que vive de rentas es un “ciudadano modelo”, a imitar. Que el que evade es “un patriota”. Que “naturalmente prevalece” el capital financiero sobre el capital productivo. Que los servicios están “por encima” de la producción. Que la infraestructura se ofrece en los lugares que dan ganancias “sino que se muden”. Que la industrialización no es necesaria si se pueden “explotar” los recursos naturales. Que es mejor importar el producto del trabajo extranjero porque es “más barato” que el propio. Que la destrucción del medio ambiente es “inevitable”. Que “lo importante” es la productividad y no la ecología. Que el clima no cambia y si cambia “no pasa nada”. Que las cooperativas son una “competencia desleal”.

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Foto: Fecofe

Frente a estas ideas, el Año Internacional de las Cooperativas debe ser un tiempo de luchas y acción colectiva. Está muy bien difundir nuestro ideario, pero no alcanza con romantizar los discursos cooperativistas. De nada sirve proclamar “un mundo mejor” en una sociedad ensimismada como enjambre de autómatas reproductores de deseos algorítmicos.

Es menester rebelarse a estas fuerzas de la oligarquía de mercado, y del individualismo mezquino y alienante, que si bien son conocidas, se articulan hoy más sofisticadas. A las cooperativas deben defenderla los cooperativistas, colectivamente. Es casi una acción contra-cultural. A veces incómoda, pero imprescindible.

La manera de hacerlo es con plena participación de los asociados y asociadas. Verdaderos artífices y destinatarios de la organización cooperativa.

Tenemos con qué.

*Presidente de la Federación de Cooperativas Federadas (Fecofe)

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