
Desde junio se puede disfrutar de “En cada lugar del mundo, en este instante”, una obra de teatro que pega fuerte por lo real que se siente y lo actual que resulta. Martín Mir, que debuta como director, trae una historia que desarma la crisis de una pareja en plena Argentina del 2001. Una pieza que no solo muestra cómo se rompe una relación, sino que la mete de lleno en el conflicto socioeconómico que vivía el país, y eso le llega al público de una manera muy directa. Las funciones son los viernes a las 20, en el Teatro Vera Vera, Vera 108, CABA.
La trama se desarrolla en un hospedaje de ruta durante el verano de 2001. Marcia, una actriz conocida, y Marcos, un importante empresario, viajan en busca de un respiro, pero un accidente los detiene. La noche los encuentra en un cuarto alquilado por Nelson, el dueño del lugar. Este último se convierte en un testigo incómodo, y en ocasiones partícipe, de la creciente tensión que consume al matrimonio. Afuera, el país se desmorona con saqueos y represión; adentro, los secretos y la violencia del vínculo amenazan con explotar. La obra teje un paralelismo eficaz entre la desintegración personal y la social, mostrando cómo la crisis económica y moral penetra hasta los cimientos más íntimos.
Martín Mir exhibe en su dramaturgia una habilidad notable para construir un relato dramático sin necesidad de giros exagerados. Su mérito reside en la capacidad de traducir una situación doméstica en una tensión palpable, utilizando gestos, silencios y miradas. Evita el subrayado ideológico, dejando que la historia hable por sí misma. Su texto, cargado de un humor surgido de la incomodidad, explora el desgaste emocional, la ansiedad y los vínculos en crisis.
Dirección precisa más solventes actuaciones
La dirección de Martín Mir es otro punto fuerte de esta propuesta. Su uso del espacio es genial, logrando convertir un cuarto sencillo en un ring donde se pelean las emociones. Cada elemento suma: los objetos en escena, la música y las luces arman un clima pesado y que introduce al público en la obra. Con un timing perfecto, te mantiene enganchado en la intimidad de los personajes. Los silencios, profundos y llenos de mensaje, aumentan la tensión y te hacen sentir incómodo. La puesta es simple, pero te marca. Logra mostrar esa línea finita entre lo que te causa gracia y lo que te da escalofríos.
Las actuaciones de Lucas Delgado, Manuela Fernández Vivian y Damián Smajo están muy bien logradas. Delgado interpreta con acierto a un empresario metido en sus negocios financieros, y transmite una frialdad calculada que contrasta con la fragilidad de su mujer. Smajo le da a Nelson una ambigüedad que intriga; su amabilidad resulta invasiva y su hospitalidad, una forma de vigilancia constante que incomoda al público. Pero Vivian se roba las miradas como Marcia, una actriz de televisión inestable y agotada que recita parlamentos de una tragedia isabelina, con una personalidad que se desmorona y busca que la valoren. Ella encuentra el tono justo entre el desborde y el desamparo, y brinda una interpretación que mezcla la risa, la emoción y el dolor. Los tres actores logran mucha química entre ellos, lo potencia la tensión y la autenticidad del conflicto planteado.
La técnica de la obra complementa la dirección y las actuaciones de manera sobresaliente. El diseño de luces de Claudio Del Bianco y el sonido de Pedro Alonso trabajan al servicio de la narrativa, intensificando los momentos clave y creando una atmósfera envolvente. El vestuario de Sabrina Jacobi y el diseño de espacio, también del propio Mir, contribuyen a sumergirnos en la época. Todo combina y se complementa a la perfección, haciendo que cada decisión técnica resulte exitosa.
Una invitación a la Memoria y la Reflexión
“En cada lugar del mundo, en este instante” es una obra que hacía falta. No solo te entretiene; te hace pensar, recordar y charlar sobre un pasado cercano que todavía está ahí. La pieza revive momentos y temas de aquella época, detalles económicos como la falta de guita, los saqueos, el rebusque, que se sienten en el cuerpo y el alma de los tres personajes. Es un recordatorio de una de las épocas más difíciles y contradictorias de la historia argentina, donde se muestra sin filtro los efectos devastadores de una crisis que dejó heridas que aún duelen.
Para los que vivieron los noventa y el 2001, la obra es como un golpe que te lleva directo al pasado. Logra conectar una noche oscura desde lo personal y lo nacional, sin olvidarse de lo que pasó. Es una pieza con coraje, muy argentina, que nos sacude y nos da mensajes para nuestro presente y el futuro que viene, para no repetir los mismos errores. Un plan de teatro que no te podés perder para comenzar bien un fin de semana.