“Viento Blanco”, un unipersonal poético a las profundidades de un alma sureña

Mariano Saborido brilla en este unipersonal de Santiago Loza donde el viento, el mar y la identidad se entrelazan en un hostal del fin del mundo.
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“Viento Blanco” es un singular unipersonal que deslumbra con la magistral interpretación de Mariano Saborido, en un texto de Santiago Loza, con pinceladas de monólogo poético sobre un joven en un hostal del sur argentino. Crédito: Sebastián Freire

Desde su estreno el año pasado, el unipersonal “Viento Blanco” viene cosechando un camino de éxitos y ya se reconoce como una de las propuestas teatrales más potentes del circuito independiente actual en la Ciudad

El texto de Santiago Loza cobra vida a través de la interpretación magistral de Mariano Saborido, bajo la dirección conjunta de Juanse Rausch y Valeria Lois. La obra se puede disfrutar los domingo a las 20:30h y los lunes a las 20h, en Dumont 4040 (Santos Dumont 4040, CABA).

La pieza se centra en la historia de Mario, un joven que administra un hostal junto a su madre en un apartado pueblo sureño. La trama se sitúa en un contexto de abandono, donde un puerto que alguna vez fue activo ahora permanece inerte. 

A través de un monólogo poético y conmovedor, los presentes desde la platea, son testigos del recorrido emocional de un hombre común que se transforma en héroe de su propia existencia. La trama explora el regreso de un amigo, también amor,  y el deseo latente del protagonista de escapar para siempre.

Santiago Loza, dramaturgo de reconocida trayectoria, continúa su exploración de personajes mediante monólogos, tal como lo hizo en su anterior éxito, “La mujer puerca”. Su particular mirada se concentra en figuras aparentemente opacas, ancladas en la rutina y la represión, que ante un estímulo externo se atreven a vivir aquello que apenas se permitían desear. 

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La dirección conjunta de Rausch y Lois extrae cada matiz del texto, mas la escenografía minimalista y la iluminación precisa potencian la transformación del único protagonista. Crédito: Sebastián Freire

Esta vez, Loza construye una dramaturgia que funciona casi como poesía en movimiento, donde los elementos naturales como el agua, la sal o el viento, cobran carácter de personajes que modelan la identidad del único protagonista.

Una sobresaliente composición de personaje

La dirección de Juanse Rausch y Valeria Lois resulta precisa y sensible. Su trabajo con el texto de Loza extrae cada matiz posible, alternando momentos de humor y melancolía donde la dinámica no decae. Además, la puesta en escena aprovecha recursos mínimos para lograr efectos máximos, como unas telas que se transforman según las necesidades narrativas. 

A ello se le suma la escenografía diseñada por Rodrigo González Garillo que incluye una pileta con agua como elemento central, en una metáfora perfecta del desborde emocional que experimenta el protagonista.

El trabajo de Mariano Saborido constituye el pilar fundamental sobre el que se sostiene esta propuesta. Su interpretación, desbordante y precisa, consigue transmitir todas las capas emocionales del joven protagonista, Mario. Desde sus primeros minutos en escena, con esa mirada bizca que anticipa el viaje transformador, Saborido construye un personaje creíble en cada uno de sus matices. 

Su capacidad para transitar estados anímicos diversos, que van desde lo humorístico hasta lo profundamente melancólico, demuestra un dominio técnico y emocional admirable. El actor no solo da vida a Mario, sino que a través de él hace presentes a los otros personajes que pueblan la historia.El aspecto técnico complementa con eficacia la propuesta actoral.

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Esta obra trasciende lo teatral para convertirse en experiencia transformadora, ya que aborda la identidad, la culpa y el amor desde una historia íntima que resuena con potencia. Crédito: Sebastián Freire

La iluminación de Matías Sendón acompaña los cambios emocionales del personaje, mientras que el diseño sonoro y la música original de Teo López Puccio enriquecen la atmósfera de esta historia ubicada en el fin del mundo. El vestuario de Pablo Ramírez, sobrio y funcional, termina de redondear una propuesta técnica al servicio de la historia.

“Viento Blanco”, en resumen

“Viento Blanco” es de esos pocos unipersonales que trascienden su condición de obra teatral para convertirse en una experiencia transformadora. Su capacidad para abordar temas complejos como el duelo, la identidad, la culpa y el amor, desde una historia mínima subraya su originalidad. 

Lo que parece un relato íntimo se expande para hablar de problemáticas sociales y económicas que impactan en la vida cotidiana. Esta obra cumple con todo lo bueno que podemos esperar en el teatro under, buen texto, buenas actuaciones y de yapa la reflexión o debate como tarea para casa. Una pieza que merece ser vista, sentida y celebrada.

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