viernes 6 de diciembre de 2024

Argentina asiste a la lenta agonía del debate

El Presidente que insulta y el vocero que no dialoga. La ausencia de las normas que tácitamente acompañaron el escenario de la discusión política durante décadas, pone en tensión una de las columnas centrales de la democracia.
Argentina asiste a la lenta agonía del debate
El cambio de Gobierno intensificó una tendencia caracterizada por una negación de la realidad y una fuerte violencia simbólica. Crédito: Nota al Pie.

Hace años que se instaló la idea-concepto del sesgo de confirmación, aquello que fue definido como la tendencia a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma las propias creencias o hipótesis, en un proceso de descarte sobre cualquier consideración a posibles alternativas al pensamiento.

Pero el cambio de Gobierno en nuestro país trajo aparejada una vuelta de rosca a esa idea. No se trata de una nueva era, porque para eso acaso sea necesario que transcurra el tiempo, prisma fundamental para tener la perspectiva profunda de los acontecimientos.

La etapa, caracterizada por una fuerte violencia simbólica, es también la etapa de la negación del diferente. Cuando algo no existe, no tiene entidad, está denigrado a niveles de invisibilización, solo puede tener destino de descarte.

“Afuera”, gritaba Javier Milei en campaña y la chusma mediática (con o sin sobre), lo festejaba. ¿A quién se le ocurrió ponerle contenido de personas a la desaparición de ministerios, por ejemplo?

No se trata de la defensa corporativa o acrítica del rol del Estado, tema que merece ser debatido permanentemente, inclusive en términos de eficacia y eficiencia. Es entender que la estructura de lo público refleja el entramado y las tensiones de la sociedad y sus instrumentos de organización.

Esa correlación de fuerzas que se plasma en los derechos y sus soportes legales que los garantizan, conseguidos por la memoria en movimiento que piedra tras piedra fue construyendo el muro de las conquistas sociales. No como techo, sino como base.

Las derechas, el debate y su relación con la realidad

En la noche en que se conocieron los resultados de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), de 2019, Mauricio Macri ocultó la verdad. Decir que mintió puede sonar fuerte, pero ocultar o negar la verdad constituyen una forma matizada de la mentira.

Esa jornada de agosto, en el Centro Costa Salguero donde Juntos por el Cambio montaba su comando en las elecciones, encontró al entonces presidente Macri mandando a dormir a la sociedad.

«A dormir y a empezar a trabajar desde mañana»: dijo poco después de las 22, pero antes de que hubiera resultados oficiales. Era el principio del fin de su Gobierno, que acabaría derrotado en las generales de octubre de ese año ante la fórmula Fernández-Fernández.

La novedad de esa noche no estuvo en el precario discurso de Macri, que no está destinado a quedar en el Panteón de los Oradores, sino en la negación de la realidad, que es un elemento central para debatir o dialogar, aunque sea contra un contrincante circunstancial en un acto electoral.

Los líderes tampoco la ven en el debate

En noviembre de 2020 Donald Trump se jugaba su reelección ante el veterano senador demócrata Joe Biden. Más allá del sistema electoral de Estados Unidos, con Colegio Electoral y una muy baja participación en una elección indirecta, lo concreto es que Trump perdió.

No solo nunca reconoció su derrota, sino que ordenó en enero de 2021, un asalto al Capitolio que es la sede del Congreso de ese país, en un hecho inédito que casi termina por derrumbar ese viejo chiste latinoamericano donde se concluía que “en Estados Unidos no hay golpes de Estado, porque allí no hay embajadas de Estados Unidos”.

Cuatro años después Trump vuelve a estar posicionado por la presidencia del país que se autopercibe como la primera potencia del mundo.

Más acá en el continente, Jair Bolsonaro tuvo en Brasil una conducta similar a la de Trump. Su reelección la perdió a manos de Luiz Inacio Lula da Silva, que por haber estado preso no pudo presentarse en 2018. Bolsonaro, un antiguo capitán del Ejército, había pasado 27 años en la Cámara de Diputados, en un oscuro papel y como alguien que casi no hablaba.

El juicio político a Dilma Rousseff en 2016, lo encontró a Bolsonaro saltando al primer plano cuando celebró en su discurso al torturador de la Presidenta, encarcelada en los años de la dictadura de ese país, que se extendió entre 1964 y 1985.

Bolsonaro, al igual que Trump y Milei, hizo del mecanismo de la agresión su aporte a la clausura del debate público en su país y en el continente. Su rol derramó al punto de haber convertido al escenario argentino en susceptible de caer en el peligro de la “bolsonarización”.

Eduardo Bolsonaro, con su aura de violencia simbólica y real, estuvo en los días de festejo de La Libertad Avanza, cuando Milei pasó de economista televisivo y oscuro diputado a Presidente de la Nación. Las líneas de la derecha, además de ir siempre en el mismo sentido y con el mismo libreto, se potencian mutuamente.

Los días en las redes

El tiempo de Milei en la Presidencia, acaban de cumplirse 4 meses, puede medirse en muy pocos parámetros. Su permanencia en las redes, con una febril actividad de inéditas características violentas, es una de esas marcas. Los posteos y likeos de Milei, muchos en las madrugadas de Olivos, a la hora que se supone los perros duermen, son leídos como una hoja de ruta de su línea política.

Innumerable cantidad de análisis y crónicas dieron cuenta en estos meses de cómo el presidente clausura cualquier posibilidad de debate con un acto de violencia. ¿Qué se puede hacer ante provocaciones del tipo agresivo, como darle su aprobación a un posteo que mostraba al gobernador de Chubut Ignacio Torres, sometido a vejaciones por parte de amigos periodistas de Milei?

La opción de la respuesta en ese tono fue poco ensayada por el momento. Se activaron, por ejemplo, alertas de bloqueos masivos a cuentas “troll”, sostenidas desde la Casa Rosada. Son elementos que se acumulan y forman parte de un caldo de cultivo de broncas, que cada vez se pone más espeso.

La violencia simbólica ha tenido correlatos de paso a la acción directa, como prueba el intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner en septiembre de 2022.

Es un camino que, como un espiral, vuelve a pasar por estaciones similares. Y desde la calle virtual, en cualquier momento se puede trasladar la lógica de negación-desconocimiento-aplastamiento al territorio de lo real.

Es el lado oscuro de un Gobierno sin luces, como pide y muestra Milei en cada una de sus presentaciones. Un poco por ese pudor que le puede provocar su estado físico y que corrigen como alcahuetes de la imagen sus operadores en la comunicación, y otro poco porque las personas en definitiva se terminan presentando como lo que en verdad son.

Seres de oscuridad, a pesar del reconocimiento como “Embajadores Internacionales de la Luz” que recibieron Javier y su hermana Karina, en el contexto de una cena organizada por la comunidad judía ultraortodoxa Jabad Lubavitch en Miami.

La distinción también le puede caber al voluntarioso de Manuel Adorni, que cada mañana ejerce su derecho a opinar desde la Vocería del Presidente. Largas exposiciones, casi siempre sin fundamento. Preguntas que cuando lo incomodan pueden motivar hasta reprimendas en público contra quien formule el interrogante.

De Adorni se dijo que tal vez deba, alguna vez, volver a trabajar en un medio de comunicación. También se destaca que en sus posteos apela a la palabra Fin para graficar enfáticamente que termina su participación.

No es solo un detalle de estilo, dudoso como tal (el estilo es algo que debiera tener elementos más refinados). Es otra comprobación de la prepotencia del lenguaje, porque le pone un límite al intercambio. No permite la interpelación, ni la dinámica comunicacional que pueda construir un diálogo. El “Fin” de Adorni es la negación autoritaria del otro, la última palabra como intento de plantar la evidencia del “no hay otra verdad que la mía”, porque como ustedes no la ven, se quedan en silencio.


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