El fútbol argentino es considerado por muchos como el semillero del mundo pero también se ha caracterizado por apadrinar a ciertos extranjeros y potenciarlos. En ese sentido, Carlos Fernando Navarro Montoya fue uno de los tantos apellidos que se dieron a conocer en el ambiente futbolístico con sus actuaciones en Argentina. El arquero inició su carrera deportiva hace 40 años cuando debutó en Primera División con Vélez para escribir su propia historia.
Un 8 de abril de 1984, el “Mono” hizo sus primeras armas en la élite argentina de la mano del cuadro de Liniers con tan solo 18 años. “Pibe, el domingo prepárate que sos titular”, fue lo que le dijo Alfio Basile, DT velezano en aquél tiempo, al joven arquero. El cotejo que catapultó el inicio del colombiano fue frente a Temperley, a quien el “Fortín” venció 1-0 con gol de Carlos Bianchi.
Navarro Montoya hizo todas las inferiores en Vélez y es hijo del también arquero argentino Ricardo Jorge Navarro. Su padre se encontraba en Colombia como parte de su trayectoria futbolística cuando nació su hijo en 1966. De este modo, el Mono llegó al mundo en tierras cafeteras, pero comenzó su sueño deportivo en suelo argentino, donde se hizo conocido con el correr de los años. Con ese inicial panorama, el arquero se dio el gusto de disfrutar de su carrera por 25 temporadas.
Sus primeros pasos
Siempre se ha dicho en el fútbol que el puesto de arquero es el más ingrato de todos, pero varios apellidos han podido romper el molde y ser más de lo que los viejos proverbios indican. Navarro Montoya aterrizó en Liniers en 1981, donde escaló las diversas juveniles para poder pisar la máxima categoría tres años después. En el cuadro velezano estuvo dos años, hasta que en 1986 completó un fugaz paso por Independiente Santa Fe de su país natal.
Al siguiente año, y sin una actuación descollante en Colombia, regresó a la Argentina para ponerse otra vez la camiseta de Vélez. No obstante, en 1988 arribó a Boca, club en el que demostraría todas sus capacidades bajo los tres palos. A pesar de que triunfó en el Xeneize, el Mono siempre le agradeció al Fortín la posibilidad de ser quien fue y jugar a la pelota. En total defendió los colores velezanos en 85 oportunidades y 38 veces en el equipo colombiano.
Boca, su casa en el fútbol
“Yo nací para atajar en Boca”, dijo Navarro Montoya en una entrevista de 1988 cuando llegó a la institución de La Ribera. El colombiano causó una gran expectativa ya que tendría la difícil tarea de reemplazar a una de las mayores glorias del club en su puesto, Hugo Gatti. Con 8 años bajo el hombro con Boca, atajó en 400 partidos oficiales en diversas competiciones y 79 compromisos amistosos.
El debut con la camiseta azul y amarilla se dio el 18 de septiembre de 1988 contra River, al que su equipo derrotó 2-0. En sus ocho temporadas con Boca, obtuvo 5 títulos, el Apertura 1992, la Supercopa Sudamericana 1989, la Recopa Sudamericana 1990, la Copa Máster 1992 y la Copa de Oro 1993. Gracias a sus grandes actuaciones se convirtió en ídolo y en el quinto jugador con más partidos en la historia del club.
A pesar de que enamoró con sus rápidas maniobras para cortar los avances rivales y un buen uso de sus pies con la pelota, su etapa en Boca llegó a su fin. Con Carlos Bilardo en el banco Xeneize, la consideración del Mono comenzó a bajar y de a poco perdió terreno con los arqueros que asomaban. Su último partido en Boca fue en noviembre de 1996 y al siguiente año se fue de la institución para dejarle su lugar a Sandro Guzmán y Óscar Córdoba.
Tras la gloria, llegó el declive
Sin los enceguecedores focos de la elite del fútbol, Montoya pasó un tiempo en España y Chile, antes de pegar la vuelta a la Argentina. Incluso, sobre el final de su carrera jugó en Brasil y Uruguay pero nunca recobró la relevancia que tuvo en Boca. A pesar de grandes actuaciones en diversos clubes, no volvió a levantar algún título y se hizo acreedor de un negativo record. En su haber se constatan cinco descensos, de los cuales tres fueron de manera continua.
Con estadías cortas y en búsqueda de nuevos desafíos, el primer objetivo del Mono tras sus éxitos en Boca fue el Extremadura español. El modesto club ibérico fue uno de los flamantes ascendidos a la máxima división en la temporada 1996-1997 y ficharon al arquero como un refuerzo de lujo. No obstante, al final de la campaña, y con el golero como titular, el equipo perdió la categoría y significó el final del vínculo entre la institución y el colombiano.
Para la siguiente temporada llegó al Mérida, club que vivió la misma alegría del ascenso en España y apostó por Montoya para cubrir los tres palos. Más allá de decir presente en los 38 compromisos del campeonato español, los Romanos no lograron el milagro y cayeron a la segunda división. Aunque tuvo altibajos en su rendimiento, la siguiente campaña repitió la experiencia pero con el Tenerife, club que mantuvo la categoría en la temporada anterior por un solo punto.
El conjunto de las Islas Canarias inició el nuevo torneo con la iniciativa de rememorar las viejas épocas en las que era un férreo rival a vencer. Sin embargo, lo inevitable llegó otra vez y se consumó el tercer descenso del arquero, quien estuvo ausente algunos partidos por lesión, en tres años consecutivos. La gran diferencia en este caso es que el Mono se quedó un año más para jugar por el ascenso pero al final no logró la heroica.
Las malas experiencias marcan a ciertos jugadores pero Montoya siempre se mostró optimista sobre su paso por el fútbol español. Una vez concluida su travesía por Europa, el arquero decidió retornar a Sudamérica para probar suerte en el fútbol trasandino. En 2001 llegó a Deportes Concepción, institución con la que volvió a jugar la Copa Libertadores y cosechó destacables actuaciones. Tras un año en Chile, volvió al fútbol argentino, lugar donde siempre se sintió parte.
Sus últimos años
Con diversas experiencias en el exterior, Montoya regresó a la Argentina y fichó para Chacarita en la temporada 2002-2003, momento en que demostró que aún tenía cuerda. Los buenos rendimientos en el Funebrero le permitieron recalar al siguiente año, a préstamo, en otro grande del país, Independiente. Con el conjunto de Avellaneda fue titular durante toda la campaña pero la llegada de técnico Julio Falcioni lo relegó por Oscar Ustari y no le renovaron la cesión.
Para la temporada 2005-2006, Montoya llegó a Gimnasia de La Plata, institución que quedó fascinada con el arquero. El colombiano disputó todos los partidos del torneo local y estuvo cerca de consagrarse con el cuadro platense tras rememorar los grandes rendimientos que tuvo en Boca. Con miras por fuera de las fronteras, en 2006 se mudó a Brasil para jugar en Athletico Paranaense, donde su fugaz estadía solo duró dos cotejos.
En 2007 pasó a Nueva Chicago y a mitad de año tras 19 encuentros encontró el cuarto descenso en su carrera durante una promoción contra Tigre. Ese mismo año se unió a Olimpo pero nunca logró una buena relación con los hinchas y con 13 partidos jugados, sufrió su histórico quinto descenso. Sin embargo, en el mes de septiembre se rompió el ligamento cruzado de la rodilla derecha y una vez recuperado, sumó el último capítulo a su carrera.
Para 2008 tuvo la chance de fichar para Luján de Cuyo pero no se llegó a buen puerto con el contrato y todo quedó en la nada. De todos modos, en enero de 2009 se unió a Tacuarembú de la Primera División de Uruguay, destino en el que logró disputar los últimos 8 compromisos de su carrera profesional. Al finalizar la temporada decidió colgar los botines y declaró que “es un adiós, pero también un gracias”. De esa manera, finalizó una de las trayectorias más extensas del fútbol argentinos con 831 encuentros oficiales.
La Selección Nacional, su gran deuda
Todo futbolista inicia su travesía deportiva con dos grandes sueños sin excepciones, llegar a la Primera División y al seleccionado de su país. Los objetivos del Mono no eran diferentes pero el destino le jugó una mala pasada con sus posibilidades. El entrenador Gabriel Ochoa Uribe lo convocó en 1985 para ser parte de la Selección de Colombia de cara al Mundial 1986. Con el combinado cafetero jugó la última fecha de las Eliminatorias Sudamericanas frente a Venezuela y el posterior repechaje ante Paraguay.
Con una serie de ida y vuelta, el global fue para los paraguayos por 4-2 y Colombia se quedó en las puertas de la Copa del Mundo. Montoya jugó solo tres partidos oficiales pero para la edición de 1990 fue vetado por una declaración sobre que el fútbol colombiano estaba infiltrado por la mafia. En 1998 recibió un aval de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) para jugar con Argentina, aunque desde aquel momento ningún entrenador lo tuvo en consideración.
Una vida ligada al fútbol
Más allá de que la historia fue otra de sus pasiones desde chico, Montoya nunca dejó de lado el mundo deportivo. “Desde chico decía que si no era futbolista iba a ser profesor de historia”, confesó el ex arquero en una entrevista reciente. Asimismo, una vez retirado visualizó el gran amor que le tenía al deporte rey al punto que en la actualidad es formador de futbolistas en un proyecto propio que lleva su nombre.
Con la tecnificación individual basada en procesos metodológicos europeos como el gran motor de su iniciativa, el Mono también probó suerte como entrenador. Sin una gran currícula detrás, su primera prueba llegó en abril de 2013, cuatro años tras su retiro, al frente de Chacarita en la Primera B. El club se encontraba segundo en plena pelea por el ascenso pero un flojo final de campaña lo dejó fuera del Torneo Reducido para buscar el sueño deportivo.
En diciembre de ese mismo año pegó la vuelta a Boca pero bajo el cargo de director adjunto y entrenador de la quinta, donde obtuvo el campeonato argentino. Para septiembre de 2020 sumó su segunda y última experiencia como DT con Deportivo Guadalajara de la Tercera División de España pero fue despedido en noviembre tras solo cinco partidos. Desde 2022 es una pieza clave del plantel del programa Fútbol 90 de ESPN junto a demás glorias del deporte nacional y periodistas.