
Chile transita un cambio de época que tensiona su memoria reciente y proyecta un futuro cargado de interrogantes. Con el 99,79% de las mesas escrutadas, el ultraderechista José Antonio Kast se impuso en el ballotage presidencial con el 58,16% de los votos y será el próximo presidente de la República, tras vencer a la candidata de izquierda Jeannette Jara, que alcanzó el 41,84%.
El resultado consolida el avance de un proyecto político que reivindica abiertamente la dictadura de Augusto Pinochet (1973–1990), y marca un fuerte viraje respecto del ciclo progresista que encarnó Gabriel Boric. El próximo 11 de marzo, Kast recibirá el mando presidencial e iniciará un período de gobierno que se extenderá hasta 2030.
Desde un escenario colmado de banderas chilenas, el líder del Partido Republicano ofreció su primer discurso como presidente electo con un tono celebratorio y apelaciones simbólicas al “orden”, la “ley” y la “tranquilidad”, ejes históricos del discurso conservador chileno. “Es un día increíble, un día de alegría”, proclamó ante sus seguidores, mientras agradecía el apoyo recibido y destacaba el “respeto” con el que, según dijo, se desarrolló el proceso electoral.
Kast definió el resultado como “un mandato amplio” y se colocó en un registro épico y moralizante, con referencias reiteradas a Dios, la familia y el sacrificio. “No es un triunfo personal, no es el triunfo de un partido. Aquí ganó Chile”, insistió, en una fórmula discursiva que busca diluir el carácter ideológico de su victoria y presentar su proyecto como una representación homogénea del país.
Qué anticipa el triunfo de Kast
Sin embargo, detrás de esa narrativa integradora, el discurso dejó ver las líneas duras que marcarán su gestión. El presidente electo prometió “restablecer el respeto a la ley en todas las regiones”, sin “excepciones ni privilegios”, una consigna que, en el contexto chileno, suele asociarse a políticas de mano dura, criminalización de la protesta social y mayor militarización de los territorios, en especial en el sur del país.
El triunfo de Kast se explica, en parte, por la fragmentación del escenario político y el corrimiento del eje electoral hacia posiciones conservadoras. En la primera vuelta, Jeannette Jara había obtenido el 26,85% de los votos y Kast el 23,92%, con un tercer lugar significativo para Franco Parisi, que cosechó el 19,71% y terminó siendo clave en la segunda vuelta.
Abogado de 59 años, Kast llegó a la presidencia tras su tercer intento. En 2017 apenas alcanzó el 8% de los votos y en 2021 perdió el ballotage frente a Boric. No tiene experiencia en cargos ejecutivos, pero construyó su liderazgo desde una retórica ultraconservadora, antiderechos y nostálgica del orden autoritario impuesto por la dictadura militar, a la que ha defendido públicamente en reiteradas oportunidades.
Con su victoria, Chile no solo eligió a un nuevo presidente: habilitó el acceso al poder de una fuerza política que cuestiona consensos democráticos construidos tras décadas de lucha por verdad, memoria y justicia. La celebración en el escenario contrasta con la inquietud de amplios sectores sociales que observan el regreso de discursos que parecían haber quedado anclados en el pasado, pero que hoy vuelven a ocupar el centro del poder político.

