Visión apocalíptica y humor: László Krasznahorkai gana el Premio Nobel de Literatura 2025

El escritor húngaro fue reconocido por la Academia Sueca por su “obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Su prosa desafía la velocidad de la vida contemporánea con frases extensas, melancolía y un inusual sentido del humor.
Krasznahorkai

Visión. Esa es la palabra que mejor define la obra de László Krasznahorkai, el autor húngaro que este jueves recibió el Premio Nobel de Literatura 2025. La Academia Sueca destacó su capacidad para construir “una literatura que, en medio del caos y el fin del mundo, reafirma la fuerza transformadora del arte”.

Krasznahorkai, de 71 años, es conocido por una prosa de frases largas y sinuosas, plagadas de digresiones, repeticiones y un tono melancólico que, sin embargo, no renuncia al humor. Su primer traductor, George Szirtes, describió su estilo como “un flujo de lava lento de narrativa”.

Del comunismo húngaro al reconocimiento global

Nacido el 5 de enero de 1954 en Gyula, una pequeña ciudad del sur de Hungría, Krasznahorkai irrumpió en la escena literaria con Tango satánico (1985), una novela ambientada en una granja colectiva en los años finales del comunismo. La obra fue llevada al cine por el director Béla Tarr, con quien el escritor mantuvo una estrecha colaboración creativa.

A partir de allí, su literatura exploró el absurdo y lo grotesco, con influencias notorias de Franz Kafka, Thomas Bernhard y Malcolm Lowry. Su novela Melancolía de la resistencia (1989), adaptada también al cine, consolidó su reputación internacional.

El autor viajó durante décadas por Alemania, Francia, China y Japón, experiencias que marcaron su evolución estilística. En Oriente, su escritura adquirió un tono más contemplativo, visible en obras como Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (2005).

Laszlo Krasznahorkai nobel
Krasznahorkai irrumpió en la escena literaria húngara en 1985 con su novela debut “Tango satánico”. Crédito: Tiempo Argentino

El maestro del apocalipsis

La crítica literaria Susan Sontag lo llamó “el maestro del apocalipsis”, mientras que W.G. Sebald elogió su capacidad para construir “una visión universal comparable a la de Gógol”.

En sus libros, el fin del mundo no es un evento explosivo sino un proceso lento y silencioso. En Guerra y Guerra (1999), un archivista viaja desde Budapest a Nueva York obsesionado con dejar constancia de un manuscrito antes de morir. En El barón Wenckheim vuelve a casa (2016), un aristócrata arruinado regresa a Hungría desde Argentina para enfrentarse a sus fantasmas y a una sociedad en descomposición.

Por esta última novela, recibió el Premio Man Booker Internacional 2015, además de los premios Kossuth (2004), Austríaco de Literatura Europea (2021) y Formentor de las Letras (2024), este último considerado la antesala del Nobel.

Una literatura contra la velocidad

En una entrevista con El País en 2014, el escritor reflexionó:

“La vida está muy acelerada. Recibimos tanta información y con tanta rapidez que se nos olvida todo. Esta literatura lenta es para una islita muy aislada de lectores”.

Esa búsqueda de una lectura pausada y reflexiva atraviesa toda su obra. Krasznahorkai propone una resistencia al ritmo vertiginoso de la modernidad, reivindicando el valor de la concentración, la lentitud y la contemplación.


El poder del arte ante el fin del mundo

El Comité Nobel resaltó que su “obra convincente y visionaria” explora cómo el arte puede sobrevivir incluso en los escenarios más sombríos. En tiempos donde la inmediatez domina, su escritura se convierte en un acto de rebeldía: una defensa del pensamiento y de la palabra frente al ruido del presente.

La ceremonia de entrega del Nobel se realizará el 10 de diciembre en Estocolmo, aniversario de la muerte de Alfred Nobel. El galardón incluye 11 millones de coronas suecas (cerca de 1,2 millones de dólares), una medalla de oro de 18 quilates y un diploma.

Un escritor para lectores valientes

Krasznahorkai no busca complacer al público masivo, sino interpelar al lector dispuesto a perderse en sus frases infinitas. Su literatura exige tiempo, paciencia y entrega, pero ofrece a cambio una experiencia estética profunda.

Como él mismo ironizó al recibir el Formentor:

“No soy yo quien debe decirles a los periodistas qué escribir, pero les recomendaría que mantuvieran el secreto de que todavía existe la literatura”.

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