
Estando en mi trabajo, un pibe con el que comparto sueños y tareas se me acercó y me preguntó si en el taller podíamos hacer una casa de muñecas para su hermanita, porque quería entregársela el día que recuperara la libertad.
Mientras trabajábamos, le pregunté cómo imaginaba esa casa. Me dio un montón de indicaciones: que tuviera patio, terraza, techo “como el de las casitas de la gente con plata” y hasta un ascensor. A medida que avanzábamos con el proyecto, me contaba todo lo que no tenía la casa donde vivía con su familia, y repetía que ni siquiera era suya, sino prestada.
Lo que damos por sentado
Muchas veces damos por sentadas demasiadas cosas: que las casas de los demás son como las nuestras; que los padres y las madres de otros fueron como los nuestros; que todos recibimos amor de chicos, que nos llevaron al pediatra o al dentista, que alguien nos acompañó a una clase de karate, de fútbol o de patín artístico.
Pero no. Esa no es la realidad de la mayoría. El problema de dar las cosas por sentadas es que nos impide entender la raíz de lo que pasa. Terminamos ofreciendo respuestas vacías, ineficaces.
Las respuestas equivocadas
Meter más policías en las calles no soluciona la falta de médicos, psicólogos, docentes, trabajadores sociales o enfermeros que aqueja a la Ciudad de Buenos Aires. Tener más de 2.600 móviles destinados al aparato represivo —sumados a casi 2.000 de apoyo— no va a resolver que haya una sola ambulancia psiquiátrica para toda la ciudad.
Tirar abajo la Villa 31 y mandar al exilio a sus vecinos para levantar torres de lujo no elimina la desigualdad habitacional en uno de los territorios más ricos del país. Y mucho menos bajar la edad de punibilidad va a resolver que el narco esté reemplazando al Estado en los barrios más pobres, esos donde aún hay calles de tierra y no hay cloacas, en plena CABA.
El Derecho a vivir en paz —como reclamaba el poeta— nunca debe darse por sentado. Porque, al final, eso es lo que todos y todas queremos: una casa, un perro y la posibilidad de cenar cada noche en familia.
- Escrito por Adrián Berrozpe, tallerista del Centro Socio Educativo Manuel Belgrano (ex instituto de menores) y docente de ETEC-UBA.