
“Cheto, cheto. Boom, boom” cierra su actual temporada de éxito en la cartelera off porteña. La obra de Lucas David incomoda, divierte y invita a reflexionar. En el escenario, cinco jóvenes de la Alt Right (Derecha Alternativa), se encierran en una quinta de Pilar mientras el mundo se desmorona afuera. La trama no ofrece respuestas simples. Presenta un viaje de noventa minutos por los miedos y contradicciones de una generación que creció con el individualismo y ahora enfrenta sus consecuencias. Las funciones son los domingos a las 20 hs, en el Teatro El Extranjero, Valentín Gómez 3378, CABA.
La premisa es clara, en 2035, el planeta vive una insurrección anarquista que acaba con el Estado y la propiedad privada. Estos amigos deciden festejar hasta que todo vuelva a la normalidad. Pero esa normalidad no regresa. Lo que empieza como una celebración se convierte en un experimento social. Emergen prejuicios, paranoia y violencia. Estos jóvenes esconden temores tras una fachada de cinismo y desapego.
El proyecto surge de una inquietud real: el ascenso de nuevas derechas en el mundo y su habilidad para captar el voto joven. David y su equipo realizan una exhaustiva investigación. Leen a Pablo Stefanoni y estudian varias corrientes del pensamiento libertario. Cada personaje representa una ideología: el gamer defiende el anarco-libertarismo, el deportista el paleo-libertarismo, la influencer el homo-nacionalismo, la ecologista el eco-fascismo y la nerd la socialdemocracia. Esta construcción podría haber caído en lo esquemático, pero David logra evitarlo. Los personajes son complejos, no meros arquetipos.
La trama avanza con ritmo sostenido. Primero la fiesta, luego el saqueo del supermercado cuando escasea la comida y, más tarde, la construcción de un muro para frenar a las familias que llegan a las casas vacías del country. El clímax ocurre cuando desaparecen los relojes de Joaco, y todos los dedos apuntan hacia Julia. El prejuicio se convierte en condena sin pruebas, y el grupo decide encerrar a su amiga. Cuando la comunicación se restablece y el Estado vuelve, los protagonistas huyen a Córdoba en busca de protección. La culpa queda oculta.
Actuaciones que sostienen la tensión
Las interpretaciones del elenco, compuesto por Ciegor, Sol Borge García, Muri Dinno, Eros Jiménez y Francesca Pisani, destacan. No hay un momento de descanso. Los actores mantienen la energía y navegan los cambios de tono con precisión. Evitan caer en la caricatura, construyendo personajes creíbles con motivaciones claras.
La dirección de David opta por una estética sobria, pero utiliza recursos contemporáneos de forma inteligente. Las pantallas no son mero adorno; aportan contexto y atmósfera, incluso en momentos de vacío escénico.
La escenografía de Juan Chiarella utiliza colores fríos que, al principio, parecen inadecuados para una fiesta, pero cobran sentido en medio del caos. El diseño de luces potencia los climas sin exagerar, mientras que las coreografías de Ernestina Bringiotti añaden una actitud burlona y agresiva que refuerza el bullying entre los personajes.
La música de Moby se integra bien. La electrónica del compositor estadounidense no solo acompaña las escenas, sino que también aporta profundidad. Momentos como el viaje de LSD o el saqueo del supermercado se enriquecen con esta banda sonora que oscila entre lo frenético y lo melancólico.
El paralelo inevitable
Salir de esta original propuesta deja preguntas incómodas. La obra actúa como advertencia y radiografía. Estos jóvenes que festejan mientras todo colapsa, que levantan muros y señalan culpables sin pruebas, no son personajes de ficción. Son hijos de nuestro tiempo, formados en una cultura donde prevalece el «sálvese quien pueda» y la empatía se considera un lujo.
El paralelismo con la Argentina actual es evidente. Un país en crisis institucional, donde el discurso anti-Estado se arraiga entre los jóvenes, y el desprecio por la política se confunde con rebeldía. La obra de David no ofrece respuestas, pero plantea una pregunta urgente: ¿qué sociedad queremos construir cuando todo se desmorona? ¿Levantaremos muros o sostendremos redes? ¿Buscaremos chivos expiatorios o enfrentaremos las causas de la crisis?
«Cheto, cheto. Boom, boom» representa teatro político sin panfleto. Es comedia negra sin facilismos. Una distopía que duele por su cercanía con el presente. Una obra necesaria que demuestra que el arte joven en Buenos Aires tiene algo importante que decir sobre el tiempo que vivimos.