
El próximo fin de semana, la cartelera porteña recibirá por única vez “Verdar”, un increíble unipersonal que no esquiva el dolor. El espectáculo llega en el marco del Día Mundial de Prevención del Suicidio, conmemorado el 10 de septiembre, y no es es casualidad. La pieza nació de la pluma del chileno Nicolás Lange, donde se habla de lo que duele, de lo que cuesta decir. La función es el sábado 13 de septiembre a las 17:30, en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759. CABA.
Su trama se centra en un director de orquesta que quiere quitarse la vida en el escenario de un teatro. Sin embargo, un guardia lo detiene, lo obliga a enfrentar al público y reconstruir un concierto. La obra arranca ahí, pero la historia viene de antes: este hombre perdió a su madre por suicidio cuando era chico.
Lange construyó esta ficción desde su propia experiencia, ya que conoce el dolor de perder a alguien de ese modo. La autoficción no es nueva en el teatro, pero acá funciona. El texto no se esconde detrás de metáforas, sino que va directo al hueso. La obra tiene tres historias que se cruzan y hablan de la relación compleja del autor con su tierra natal. El sur de Chile aparece como un lugar hermoso y terrible a la vez, donde se puede ser muy feliz o muy desdichado.
El protagonista intenta suicidarse igual que su madre, pero algo lo detiene. El teatro mismo, el público, la música. La obra pregunta cosas duras: ¿en qué nos convertimos después de la muerte de nuestra madre? ¿Cómo se arma de nuevo el alma tras un dolor así?
Dirección que acierta y una actuación que conmueve
“Verdar” es una palabra inventada y su significado es confesar una verdad que genera dolor. Dalia Elnecavé dirige con mano precisa este unipersonal que encierra esa premisa. Ya demostró su talento en “Las cosas maravillosas” y “Mirarnos así hasta morirnos”. Acá vuelve a acertar gracias a su comprensión de que menos es más. No sobrecarga la puesta, ya que deja que el texto respire.
La directora maneja los tiempos con inteligencia. Sabe cuándo acelerar y cuándo frenar. Los momentos más duros no se estiran de más y los tiernos no se convierten en melosos. Es un equilibrio difícil, pero ella lo logra.
Por su parte, Damián Lomba carga con todo el peso de la obra. Es un monólogo de 40 minutos donde no hay descanso. El actor uruguayo resuelve cada momento con precisión. Pasa de la desesperación a la ternura sin sobreactuar.
Lomba maneja el ritmo como un director de orquesta real. Acelera cuando la historia lo pide. Frena cuando hay que reflexionar. Su trabajo físico acompaña al emocional. Se mueve por el escenario como alguien que conoce cada rincón de su dolor. El actor logra algo difícil: hacer participar al público sin que se sienta forzado. Pide que una mujer toque un instrumento. Pregunta nombres de los espectadores. Los repite para acordarse. “Cada vida es importante”, dice. Y se nota que lo siente.
La escenografía rodea al protagonista de partituras. El agua, la luz y el sonido crean una atmósfera que no distrae. Todo está pensado para acompañar el texto, no para brillar por cuenta propia. Los elementos técnicos funcionan como una orquesta. Cada uno tiene su momento. Ninguno compite con la actuación. La luz marca los cambios de tiempo y espacio. El agua aparece como símbolo de purificación. El sonido construye paisajes emocionales.
Un teatro que sana
“Verdar” no promete respuestas fáciles. No dice que el dolor se va, sino que se puede vivir con él. Que se puede hacer música con las piezas rotas. Que el teatro puede ser un lugar donde sanar. La obra dura poco, pero queda dando vueltas. Deja una sensación rara: de tristeza y de paz al mismo tiempo, como cuando llorás mucho y después te sentís más liviano.
En tiempos donde se habla poco de la muerte, donde se esconde el dolor, esta obra hace lo contrario. Lo pone en el centro. Lo mira de frente. Y encuentra, en esa mirada directa, algo parecido a la esperanza. No es teatro para todos los días, es teatro para cuando hace falta. Para cuando el dolor necesita palabras. Para cuando hay que confesar esa verdad que duele.