
El miércoles por la noche, Javier Milei partió en un vuelo especial rumbo a Los Ángeles. La comitiva, integrada por el ministro de Economía, Luis Caputo, y el embajador en Washington, Alejandro Oxenford, tiene previsto regresar a Buenos Aires en la madrugada del sábado. La estadía se limitará a dos días y estará marcada por actividades privadas y reuniones con inversores, lejos del protocolo diplomático.
El cronograma difundido por Presidencia refleja la tónica de la visita: un almuerzo con la astronauta Noel del Castro, un encuentro con el presidente del Instituto Milken, Michael Milken, reuniones con líderes empresariales y ejecutivos de Chevron, y una cita con el empresario Andy Kleinman.
En términos oficiales, no aparece en la agenda ningún contacto con autoridades del Departamento de Estado ni con miembros del gobierno de Donald Trump. Este nuevo periplo reaviva la crítica sobre el perfil de los viajes presidenciales.
A diferencia de las giras internacionales que suelen incluir cumbres multilaterales, acuerdos bilaterales o audiencias con mandatarios extranjeros, los desplazamientos de Milei a Estados Unidos parecen girar en torno a charlas privadas y vínculos con el sector financiero.
De hecho, si se repasan viajes anteriores —como el de noviembre de 2023 tras su triunfo electoral, el de abril de 2024 para reunirse con empresarios, o el de mayo del mismo año catalogado como “una cuestión de rutina”— se repite el patrón: el presidente multiplica su presencia en suelo norteamericano, pero no consolida una agenda diplomática de alto nivel.
Incluso, los viajes parecen ser un escape a varios escándalos que rodearon a la imagen del Gobierno, como la critpomoneda $LIBRA o las escuchas de ANDIS. El contraste se vuelve más nítido al observar que este viaje se da en simultáneo con noticias que complican la relación bilateral.
Estados Unidos pausó el acuerdo para que los argentinos puedan viajar sin visa, una gestión que Milei había presentado como un avance estratégico. Sin embargo, el mandatario parece insistir en priorizar sus propios vínculos con figuras del establishment económico estadounidense antes que construir un canal formal con Washington.
Con este nuevo sello en el pasaporte, Milei suma kilómetros y titulares, pero deja en el aire la pregunta sobre el verdadero peso político de sus viajes: ¿estrategia internacional o simplemente otra postal de cercanía con los Estados Unidos?