
El acceso a la vivienda parece ya no ser un derecho en Argentina. El alquiler, que alguna vez fue un peldaño hacia la casa propia, se convirtió en el techo al que millones de personas apenas logran aspirar. Con 25 años, el investigador social Matías Araujo presentó Nación Inquilina, un libro que se sumerge en más de un siglo de historia para entender este presente, donde la vivienda se convirtió en un lujo y no en una política de Estado.
La obra traza un recorrido histórico desde 1907 hasta la actualidad, desnudando los ciclos repetidos de emergencia, abandono y especulación que marcaron la agenda habitacional del país. Publicado en 2024, y disponible para descarga gratuita en el sitio tejidourbano.net, el libro se volvió una herramienta indispensable para repensar el acceso a la vivienda como derecho humano.
Una historia personal que se vuelve colectiva
El proyecto comenzó con una experiencia personal: Araujo, inquilino en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, negociaba su contrato en un contexto de inflación y reformas legales. Pronto entendió que detrás de cada cifra, había miles de vidas suspendidas en la incertidumbre. “Empecé escribiendo una geografía inquilina de la ciudad, publicando mapas y estadísticas. Ahí comprendí que cada número tenía una historia”, relató en una entrevista con Radio Sudamericana.
Durante el diálogo, Araujo fue claro: “La vivienda dejó de ser un derecho para convertirse en un lujo. Y lo más alarmante es que este problema no está en la agenda política”. El investigador señaló que hoy ni siquiera alquilar es una opción para jóvenes o jubilados sin asistencia familiar. La desigualdad se profundiza y el Estado parece mirar hacia otro lado.
Juventudes sin hogar propio
Uno de los datos más contundentes que aporta Nación Inquilina es que, desde 2016, dos millones y medio de jóvenes no pudieron emanciparse. Se trata de un 40% de la población joven que, pese a desearlo, no puede abandonar la casa familiar, no por elección, sino por falta de recursos. “Antes, una persona de clase media podía acceder a su primera vivienda alrededor de los 30 años. Hoy, eso es prácticamente imposible”, explicó Araujo.
Este fenómeno tiene consecuencias que atraviesan el plano económico, emocional y social: se retrasa la independencia económica, la planificación familiar y se afecta incluso la salud mental. “Mudarse cada dos años, sin saber si te renovarán el contrato o si podrás pagar el próximo mes, genera un desgaste que no se ve, pero se siente”.
El libro también señala cómo el proceso de dolarización del mercado inmobiliario argentino, sobre todo a partir de los años ‘90, consolidó un modelo excluyente. Mientras los precios de compra se establecen en dólares, los ingresos siguen en pesos, y la brecha se vuelve cada vez más insalvable. “Hoy muchas personas llegan a los 40 años sin haber accedido a una hipoteca ni a un crédito accesible. Siguen alquilando, sin certezas ni horizonte”, adviertió el autor.
Jubilaciones que no alcanzan ni para alquilar
El fenómeno no es exclusivo de las juventudes. Cada vez más jubilados se ven forzados a seguir alquilando con ingresos que apenas superan la línea de pobreza. “Hoy tenemos jubilados e inquilinos al mismo tiempo que, si pierden la ayuda de su familia, se enfrentan a la indigencia. La vivienda ya no es solo una demanda social, es un factor de supervivencia”, remarcó Araujo.
En su análisis, también aporta datos locales. En Corrientes, su provincia natal, el 15% de los habitantes alquila. Muchos lo hacen en condiciones de precariedad, en casas sin servicios o asentamientos informales. La informalidad urbana, dice el autor, es el reflejo de un mercado que no responde a las necesidades reales de la población.
Sin vivienda no hay ciudadanía plena
Para Araujo, el acceso a la vivienda no es un bien de consumo, sino la base material para ejercer el resto de los derechos. “Una persona sin hogar propio no puede construir un proyecto a largo plazo. Vive en la incertidumbre, y eso limita su ciudadanía”. Frente a esto, reclama un rol activo del Estado, que impulse políticas de acceso, regule el mercado y repiense las herramientas del pasado.
“El alquiler ya no es una transición: es una condición crónica que nos aleja del sueño colectivo. Y lo más preocupante es que seguimos aplicando soluciones del siglo pasado a problemas que se volvieron estructurales”, concluyó.