
Los sectores dominantes del poder real en Argentina nunca tuvieron un proyecto de país y eso no implica saber cantar el himno, comer locro o bailar el pericón. Su norte siempre fue el norte del mundo: antes la más distinguida Europa y desde la instalación del neoliberalismo como columna vertebral a partir del Rodrigazo de 1975, los Estados Unidos de América.
Los decadentes y mal envejecidos yanquis, sin embargo, fueron para los que sí la vieron un factor de competencia y de peligro en términos de eso que se puede llamar genéricamente “el interés nacional”.
En ese sentido los dichos de Peter Lamelas son, básicamente, marcar el territorio para lo que viene.“De ser confirmado, me mantendré firme contra la influencia maligna de potencias adversarias en la región, ya sean actores ambiciosos o regímenes autoritarios como Cuba, Venezuela, Nicaragua, China, Irán y otros que buscan socavar los valores democráticos. Creo que nuestra relación entre Estados Unidos y Argentina será un ejemplo brillante para el resto de Latinoamérica”, señaló.
También agregó que “el desafío es que cada una de las provincias tiene su propia administración y cada uno de ellos puede hacer acuerdos con China. Yo quiero tener diálogo no solo con el Presidente, Gerardo Werthein, Luis Caputo o Santiago Caputo; sino con las demás provincias. Tenemos que seguir apoyando la presidencia de Javier Milei con el objetivo de construir una mejor relación entre ambos países”.
Peter Lamelas durante su exposicion en el Senado de Estados Unidos.
Ese peligro para el interés nacional argentino, ahora repetido por Lamelas, lo vieron con diferentes grados de lucidez y niveles de confrontación, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Arturo Illia, Raúl Alfonsín y ya en este siglo, Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
De cada uno de ellos hay material para sostener, con su claroscuros, su relación con los Estados Unidos. Pero un repaso de esos momentos presidenciales muestran cómo, a su modo, trataron de relacionarse con quienes desde mediados del Siglo 19 a través de la Doctrina Monroe planteaban una “América para los americanos” (del Norte).
Prueba de ello son las tensiones de Yrigoyen en torno a la neutralidad en la Primera Guerra Mundial; el debate por la Sociedad de las Naciones, donde el presidente condicionó la participación de la Argentina al reconocimiento de los principios de universalidad de la Liga y la igualdad de todos los Estados soberanos para ser aceptados y las disputas con Washington en torno al proteccionismo de la potencia, entendiendo que ambas economías fueron mucho mas competitivas que complementarias.
Algunos años después la campaña electoral que llevaría al coronel Juan Domingo Perón a la presidencia estuvo precedida por una consigna que trasciende épocas y tiene una potencia explicativa muy pocas veces vista: “Braden o Perón”, con referencia a Spruille Braden, el embajador que estuvo en nuestro país durante unos pocos meses previos a la llegada de Perón a la Casa Rosada en 1946.
A Arturo Illia la historia le reservó el lugar de un hombre sencillo, que murió pobre en 1983 y que antes de ser derrocado por un golpe encabezado por el general Juan Carlos Onganía, había llegado a ser electo presidente con muy pocos votos, pero en medio de la proscripción del peronismo.
Sin embargo, su pelea contra el lobby de los laboratorios y su negativa a enviar tropas a la invasión yanqui a República Dominicana en 1965, lo ponen en el selecto club de los mandatarios nacionales con elementos a destacar en la línea de, al menos, tener posicionamientos dignos frente al poder imperial.
Dos décadas después Raúl Alfonsín, otro radical como Yrigoyen e Illia, apelaba a su temperamento de gallego calentón para decirle en los mismos jardines de la Casa Blanca a Ronald Reagan que»al lado de la esperanza está el temor de América Latina. El temor que nace de comprender que hay expectativas insatisfechas en los pueblos. Las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Una deuda que en mi país llega a los 50.000 millones de dólares y en América latina en su conjunto está en alrededor de 400.000 millones de dólares».
Alfonsín agregó, ese 21 de marzo de 1985, que eso conspiraba “contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia. Esta es, sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países; nosotros apoyamos la filosofía que usted ha señalado, la filosofía de la democracia, la libertad y el Estado de derecho que nos iguala».
Raúl Alfonsín ante Ronald Reagan en la Casa Blanca. (Archivo General de la Nación).
Fue la respuesta, fuera de libreto, a la frase de Reagan sobre «los que ayudan a nuestros enemigos son nuestros enemigos», una mención indirecta a Alfonsín, y relacionada a la situación de países considerados «amenazas a la seguridad» de Washington, entre ellos Nicaragua.
Pasarían otros veinte años, para que Néstor Kirchner, junto a Lula Da Silva y Hugo Chávez, encabezaran la negativa al viejo proyecto de Área de Libre Comercio de las Américas. Ese No al Alca en Mar del Plata, del que en noviembre se van a cumplir dos decenios, es un punto elevado de las resistencias populares a los planes de desunión regional para permitir la dominación colonial.
Los gobiernos de Cristina Fernández fueron en la misma dirección, con los intentos de fortalecer los instrumentos regionales, como la Celac, de denunciar a los capitales transnacionales y especultativos que, mayormente orientados desde Estados Unidos atentan inclusive contra el propio capitalismo tal como se lo conoció en los últimos 150 años.
Hace unos días, en una de las respuestas de la política nacional a los dichos de Lamela, Cristina publicó en su cuenta de X: “Qué nivel de obsesión bro… Como si no tuviéramos un poder judicial suficientemente teledirigido, nos mandan un NUEVO FISCAL plenipotenciario directamente desde Mar-a-Lago. Lo único que le faltó fue decir que iba a designar tribunales él mismo. Ni MONROE se animó a tanto”.
Todo cierto, tanto como que los golpes de Estado, el Plan Cóndor que coordinó la represión en el Cono Sur durante las dictaduras, la formación de cuadros militares en la Escuela de las Américas y el apoyo a Inglaterra en la Guerra de Malvinas también se hicieron bajo la batuta de Estados Unidos.
Sí, Monroe y sus herederos también se animaron a eso y mucho más.
Irigoyen, Perón, Ilia, Alfonsín, Nestor y Cristina: solo un puñado de presidentes tuvieron gestos que puedan destacarse con relación a cierta «independencia». Apenas 6 de las 39 personas que ocuparon el cargo durante el siglo 20 y lo que va del 21. En términos porcentuales, un escaso 15%.
Demasiado poco para la idea de una Nación, que prácticamente 9 de cada 10 de sus presidentes en el último siglo y cuarto no haya tenido un gesto de cierta autonomía en relación con la potencia dominante en todo ese tiempo.
El chiste de los yanquis se cuenta solo
La tendencia a hacer de todo un meme o un casi chiste, esa categoría inventada por Macedonio Fernández, tuvo otro capítulo con los dichos de Peter Lamelas, el empresario de formación médica y origen cubano, que desde su aporte de 500 mil dólares a la campaña de Donald Trump se convirtió en candidato a embajador.
No vamos a repetir las posibles lamidas aplicables a su apellido, ni a detenernos en el risueño “salemal”, que resulta de escribrir o leer al revés el Lamelas. Para eso están los consumos irónicos que, hay que recordar, cada vez ocupan más tiempo en nuestras vidas y, peor aún, son eje vertebrador de discursos serios como debieran ser los de la política.
De la reciente audiencia de confirmación del nominado embajador de Estados Unidos en nuestro país ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense, trascendieron algunas frases a modo de recorte que rompen el ámbito protocolo para convertirse en un espejo crudo que devuelve las intenciones más directas de las dinámicas geopolíticas actuales y de la situación interna de Argentina.
Las declaraciones de Lamelas, caracterizadas por una franqueza inusual en el discurso diplomático, no solo expuesiero una agenda intervencionista explícita por parte de Washington, sino que también dejan al descubierto la verdadera grieta de este país, que no termina de completar el camino que comienza en la Revolución de Mayo de 1810 y sigue con la Declaración de la Independencia en 1816.
Una disyuntiva entre patria o nación y colonia, que marca una línea divisoria, que debiera servir de ordenador inclusive al interior de las fuerzas nacionales, en cuyo seno anidan muchas veces quienes se emocionan más con el brindis del 4 de julio que con el desfile del 9 de ese mismo mes.
La última expresión del coloniaje es el ciclo del retorno a las garras del Fondo Monetario Internacional en 2018, con el gobierno de Mauricio Macri, las inconsistencias y debilidades de las renegociaciones durante el período de Alberto Fernández y la nueva sumisión en esta gestión de Javier Milei.
La retórica de Lamelas, que no puede escindirse del plan de gobierno que esta semana presentó la AmCham (la Cámara de Comercio Argentino-Americana), es el moño descarnado del más reciente intento de desembarco.
Maniobras que no se limitan a este momento de la Argentina, porque si de algo son capaces los ejecutores del plan colonial es de superar las variantes demócratas o republicanas en ese bipartidismo de estado que administra la Casa Blanca.
En tiempos de Joe Biden, fue la generala Laura Richardson, la entonces jefa del Comando Sur, quien vino en dos oportunidades durante el gobierno de Alberto, en una a reunirse con Cristina y en la otra con el ministro de Defensa Jorge Taiana.
El objetivo era ejercer la diplomacia armada para ratificar el “interés” de Estados Unidos en los recursos naturales de nuestro país y a sostener lo que consideran debe ser una muralla de contención frente al “avance chino en la región”.
Richardson repetiría esa visita el año pasado, haciendo que Milei viaje de madrugada a la Base Naval de Usuahia en Tierra del Fuego, para que el tuitero más violento le rinda homenaje vestido de militar.
Quién escribe el guión de Argentina
El economista Roberto Feletti lo resume de manera contundente con esta frase: “las élites locales nunca pudieron asumir la importancia de la Argentina. Pretenden que la economía número 25 del mundo y el octavo país más grande del planeta, con una población mayoritariamente urbana, viva del agro, los recursos naturales y la renta financiera. No se hacen cargo de la grandeza nacional, están cómodas con una semicolonia. Milei es la perfecta expresión de eso”.
Es central entender cómo funciona la versión moderna del Consenso de Washington para la colonia. Para eso, son claras y casi tan descarnadas como las declaraciones de Lamelas, las propuestas de AmCham. El informe publicado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina (AmCham). Este documento, que da por consolidada la política proteccionista norteamericana y sus efectos disruptivos en la economía mundial, postula que Argentina posee cuatro sectores con potencial de crecimiento exportador: agroindustria, minería, petróleo y gas, y actividades digitales. El resto de los sectores, según AmCham, deberán «reinventarse».
Sin embargo, para que estos sectores con potencial crezcan, AmCham establece una serie de condiciones: a) estabilidad macroeconómica, b) fortalecimiento de la institucionalidad, c) garantía de seguridad jurídica, d) acceso fluido al mercado de capitales, y e) promoción de la reducción del riesgo país. Estas condiciones, si bien suenan razonables en teoría, se traducen en propuestas concretas que revelan la verdadera naturaleza de la agenda:
1. «Libre acceso al mercado de cambios para el giro de dividendos, regalías o la cancelación de deudas comerciales o financieras»: Esta demanda, que busca eliminar el «cepo» cambiario, implicaría un riesgo significativo para la estabilidad del tipo de cambio, lo que, paradójicamente, iría en contra de la supuesta búsqueda de estabilidad macroeconómica. La contradicción entre el apoyo de Lamelas al gobierno de Milei y la exigencia de AmCham de una medida que podría desestabilizar la economía argentina es notoria.
2. Reducción de impuestos (al capital): Una medida que beneficia directamente a las grandes corporaciones y al capital extranjero, a menudo a expensas de la recaudación fiscal necesaria para el desarrollo social y la inversión pública.
3. Acuerdo de las dirigencias locales relevantes en un modelo de país: Esta propuesta, que también es impulsada por financistas internacionales, busca un «consenso del subdesarrollo y la entrega», donde actores como el peronismo y la izquierda, con sus visiones de desarrollo nacional, son considerados obstáculos.
4. Desarrollo de infraestructura y logística: Un tema curiosamente ausente en la agenda libertaria del gobierno actual, a pesar de ser fundamental para el crecimiento económico y la competitividad.
5. Flexibilización laboral: Una demanda universal del capital que busca reducir los costos laborales y aumentar la flexibilidad en el mercado de trabajo, a menudo en detrimento de los derechos de los trabajadores.
Más claro, imposible.
Bonus: Trump y la IA, como emergente de la nueva carrera entre las potencias
Durante décadas la tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética estuvo atravesada por la disputa militar con características nucleares y en la última etapa de la llamada “Guerra fría”, por la carrera espacial.
Ese escenario, modificado por la caída del llamado “socialismo real” a comienzos de la década de 1990, dio paso a una época de globalización y fin de las ideologías, en la idea de sepultar en la papelera de reciclaje de la historia las miradas alternativas al capitalismo como modo de organizar las sociedades.
Esta semana el presidente de Estados Unidos, Donald Trump presentó un ambicioso plan para afianzar el liderazgo de su país en materia de Inteligencia Artificial. Tiene el objetivo primordial de posicionar al país como líder indiscutible en la carrera global por esta tecnología emergente y redefinir las condiciones de su uso a nivel nacional e internacional.
Bajo el nombre de «America’s AI Action Plan», la iniciativa se distingue por su enfoque en la flexibilidad y la eliminación de barreras regulatorias. A diferencia de administraciones anteriores, el plan de Trump descarta la imposición de normativas estrictas, argumentando que estas frenan la innovación. En este sentido, se eliminarán «dogmas ideológicos» que, según el presidente, obstaculizan la expansión de infraestructuras críticas como los centros de datos, incluyendo ciertas regulaciones ecológicas.
El programa no oculta su ambición de superar a China y a cualquier otra potencia internacional en el desarrollo de la IA. Para lograrlo, contempla más de 90 acciones de política pública estructuradas en tres ejes fundamentales:
1. Estimular la innovación: Fomentar un entorno propicio para el avance tecnológico.
2. Construir infraestructuras a gran escala: Desarrollar la base física necesaria para el despliegue masivo de la IA.
3. Fortalecer el liderazgo diplomático y la seguridad internacional: Promover la influencia estadounidense en la diplomacia tecnológica y garantizar la seguridad en el ámbito de la IA.
Una de las medidas clave es la promoción de exportaciones estratégicas de tecnología de IA y chips, buscando que el hardware y software estadounidenses se conviertan en el estándar global.
Además, el plan introduce una novedad significativa en la contratación pública: los desarrolladores de IA que aspiren a vender productos o servicios al Gobierno deberán cumplir con nuevas cláusulas que exigen «neutralidad e imparcialidad» en sus grandes modelos de lenguaje y sistemas. Esto implica la exclusión de cualquier sesgo político, especialmente aquellos relacionados con temáticas como la diversidad o el cambio climático.
Para gran parte de ese plan hacen falta recursos como el litio y el cobre que se utiliza en las baterías, en los microchips y en los semiconductores. Hace falta agua para mantener el frío de los enormes dispositivos de procesamiento de datos y energía para abastecerlos.
Todos elementos que tiene Argentina, junto con la decisión de desregular todo para que la moneda caiga siempre del lado del poder del Norte. Los alineamientos incondicionales tienen la forma que cada época es capaz de generar. De las relaciones carnales de Carlos Menem y Guido Di Tella a este presente de sumisión digital y entrega patrimonial, solo pasaron 30 años.
Cambiaron las formas, pero el formato colonial se repite.