
Esta temporada, la cartelera porteña presenta una celebración que trasciende los límites del autohomenaje para convertirse en una verdadera fiesta teatral. Los Macocos presentan “¡Chau, Macoco!”, un espectáculo que marca varias décadas de existencia grupal con la frescura y el riesgo que caracterizaron su trayectoria. La obra funciona como síntesis y condensación de una poética teatral que supo mantenerse vigente a través del tiempo. Las funciones son de miércoles a domingos, a las 20:30, en la Sala Casacuberta, del Teatro San Martín, Avenida Corrientes 1530, CABA.
El cuarteto integrado por Gabriel Wolf, Daniel Casablanca, Marcelo Xicarts y Martín Salazar asume por primera vez personajes femeninos, encarna a las viudas de Los Macocos en una propuesta que mezcla elementos autobiográficos con ficción. Este “biodrama apócrifo y atípico”, que sus creadores prefieren llamar “viudrama”, presenta a las supuestas viudas reunidas para esparcir las cenizas de los actores fallecidos en un teatro. Lo que parece un acto de duelo se transforma en excusa para revisar, distorsionar y parodiar la historia del grupo.
La premisa dramática convoca un vaivén constante entre homenaje y sátira que desarma toda tentación de solemnidad. Las escenas alternan lo documental con la fantasía, recorren la infancia de los integrantes, su formación actoral, los inicios en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (ENAD) y las tensiones internas del colectivo. Las disputas por cartel, dinero y legado se exponen con ironía que propone un juego meta-teatral sobre el recuerdo, la identidad y la persistencia de un lenguaje escénico propio.
Dirección fluida para unas geniales actuaciones
Mariana Chaud aporta a la puesta una sensibilidad escénica que combina irreverencia e introspección. Su primera colaboración con el grupo resulta en una dirección afilada que asume el caos creativo como método de trabajo. Además logra que el travestismo temporal de los actores despierte carcajadas constantes sin perder profundidad emocional.
Los cuatro integrantes demuestran una sintonía grupal intacta después de cuatro décadas. Wolf, Casablanca, Xicarts y Salazar se sinceran con la audiencia en momentos que conmueven por su autenticidad, como frustraciones con profesores, desaprobación familiar, ridículos frente a compañeros. Estas confesiones revelan qué los llevó al teatro y los obstáculos que atravesaron. El humor negro, las peleas entre viudas y la parodia constante de situaciones cotidianas sostienen el ritmo de la obra con precisión milimétrica.
El dispositivo escénico y sonoro acompaña la propuesta desde una estética elaborada. La escenografía de Ariel Vaccaro y Paola Delgado, el vestuario de Analía Morales y la iluminación de Eli Sirlin refuerzan el carácter híbrido del montaje que mezcla géneros y tonos. La música de Tomi Rodríguez, junto a los propios Macocos, subraya el vínculo con el varieté, el teatro de revista y el humor musical. Cada elemento técnico contribuye a sostener las situaciones humorísticas que se generan en cada uno de los gags.
Una obra para el disfrute de principio a fin
“¡Chau, Macoco!” no representa una despedida, sino una celebración del gesto teatral de quienes, después de cuatro décadas, continúan subiendo a escena para reírse del paso del tiempo, los mitos compartidos y las imposturas de la memoria. La obra funciona como una apuesta política a lo grupal que demuestra el milagro de trabajar junto a las mismas personas con las que prácticamente se criaron.
En tiempos de repliegue artístico, la persistencia de una banda teatral como Los Macocos, con su apuesta por lo colectivo y su resistencia a los formatos unipersonales, resulta en sí misma una forma de resistencia cultural. El espectáculo confirma que hacer teatro grupal es posible y necesario, que la exploración, la búsqueda de riesgos y la frescura pueden mantenerse intactas a través del tiempo. El grupo demuestra que la verdadera celebración del teatro está en la capacidad de reinventarse sin perder la esencia.