
*Por Romina Piccirillo, Secretaria de Comunicación de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) Capital.
Este viernes 25, previo a un nuevo aniversario del fallecimiento de Eva Duarte de Perón, decenas de altares se montaron en diferentes edificios públicos en la capital del país. Los trabajadores y trabajadoras del Estado le rindieron un nuevo homenaje a la santa de las y los descamisados.
Fue en el monolito de Av. Martín García y Ruy Díaz de Guzmán, levantado por la Comisión de Homenaje al Almirante Brown apenas cinco meses después de que Evita partiera físicamente. Ahí mismo, 73 años después, se encendió una vela. Se dejó una flor. Se alzó un altar.
Roberto se acercó desde Palermo, alertado por su amigo, vecino de Parque Lezama. Nos contó, con la voz temblorosa, que era un pibe de primer año cuando los aviones bombardearon la Plaza de Mayo. Le ofrecimos una vela y un silencio para el homenaje. Le propusimos decir unas palabras, y respondió: “Mejor que decir es hacer”. Después bajó la mirada y murmuró: “Los enemigos son los mismos, los imperialistas”.
Su amigo quiso saber si éramos de alguna unidad básica. Le dijimos que no, que éramos de las Comisiones Internas del sindicato, del edificio Cruz de Malta. Sonrió, se presentó como comunista y, sin contradicción alguna, rindió su respeto a Evita.
La escena se multiplicó en más de treinta edificios públicos. En la 9 de Julio, algunos tocaron bocina. En los Talleres Protegidos de Salud Mental, herederos de aquella Fundación en la que Evita dejó alma y cuerpo, los pacientes pidieron ser fotografiados junto a su imagen. Formaron parte. Y no es una postal cualquiera. En los altares se honra, sí. Se pide, también. Se agradece. Pero, sobre todo, se afirma una voluntad: que nuestra historia no pasó en vano. Que quien se la jugó por los nadies no será olvidada y seguirá siendo faro.
En el mundo, hoy parece que se premia al cínico, al egoísta, al que goza con el padecimiento ajeno. Alguna vez leí una pregunta que me inquietó: “¿Seremos capaces de llevar una vida plena de significado en ausencia de lo sagrado?”. En verdad se refería a la modernidad y la secularización de la vida… pero me hizo pensar en qué es lo que tenemos hoy además del dios dinero; en la intención firme, recurrente y despiadada de quitarnos todos nuestros símbolos, ideas y valores.
Tal vez los altares sean eso: una grieta en la lógica de la desesperanza. Una señal de que hay quienes todavía creemos en la justicia social y en la solidaridad.
Santa Evita no es un símbolo congelado. Es lucha viva. Por eso volvemos a ella, 73 años después, en cada rincón donde se pelea por trabajo, por justicia, por memoria. Porque, como dijo una vez Perón en tiempos de persecución: “La tarea del pueblo es no dar tregua a la tiranía”. Y acá estamos, sin tregua y con todas las herramientas a nuestra disposición. Para reivindicarlas con orgullo y también para librar nuestra propia batalla por el significado.