
La soledad afecta hoy a más de 1.000 millones de personas en el mundo, según un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Aunque la tecnología nos conecta como nunca antes, las interacciones cara a cara se desvanecen. Las consecuencias son profundas, desde trastornos físicos y mentales hasta riesgos sociales como la polarización y el debilitamiento de la democracia.
Una pandemia silenciosa
La experiencia colectiva del aislamiento durante la pandemia de COVID-19 expuso un problema que lleva años creciendo. Ahora, la OMS señala que una de cada seis personas en el mundo sufre de soledad crónica, un fenómeno que no distingue edades, regiones ni clases sociales.
El informe destaca que este estado emocional no solo incrementa el riesgo de depresión, insomnio e hipertensión, sino que también puede derivar en actitudes antidemocráticas. Así lo advierte la socióloga Claudia Neu, de la Universidad de Gotinga, quien halló correlaciones estadísticas entre la soledad y la radicalización política.
Reconstruir lo cotidiano: espacios que nos conectan
La vida moderna eliminó muchos puntos de encuentro físico: el auge del teletrabajo, el comercio online y las redes sociales ha modificado profundamente nuestras interacciones. Hoy, es más común conectar con “pares digitales” que entablar diálogos casuales con personas diferentes.
Según Inga Gertmann, de la organización More in Common, este fenómeno nos hace olvidar el valor de los intercambios cotidianos, incluso breves. “Estamos hiperconectados con nuestros afectos, pero menos abiertos al encuentro espontáneo con el otro”.
“Tenemos que aprender a tolerarnos de nuevo”
Para Neu, la falta de espacios compartidos fortalece la burbuja social: “Los barrios, las escuelas, las parejas se vuelven más homogéneos, y eso reduce nuestra capacidad de diálogo”. Esto alimenta la división social, al generar la falsa idea de que no existen desigualdades, porque “todos a mi alrededor son como yo”.
La solución, dice, no pasa únicamente por grandes reformas, sino también por gestos simples: salir del entorno habitual, conversar con personas distintas, generar encuentros informales. “Tenemos que reaprender el conflicto y la tolerancia. Sin eso, no hay posibilidad de sociedad”, sostiene.
Todos podemos ser parte del cambio
Factores como la guerra, la pobreza y la violencia aumentan el riesgo de aislamiento. Sin embargo, según los especialistas, generar vínculos nuevos —por mínimos que sean— es una herramienta poderosa para revertir esta tendencia.
La soledad no es solo un problema individual, sino una alerta colectiva. Recuperar la calle, el café del barrio o la charla con un desconocido puede ser el primer paso hacia una sociedad más empática, diversa y conectada.