
Regresa a la cartelera porteña “Los Tutores”, una comedia que trasciende el mero entretenimiento para convertirse en una radiografía despiadada de nuestros tiempos. La obra, nacida de la pluma de Carlos La Casa y Daniel Cúparo, construye un universo reconocible donde la hipocresía adulta se despliega sin filtros. Las funciones son los sábados a las 22:30, en el Teatro Buenos Aires, Rodriguez Peña 411, CABA.
Esta producción teatral abraza el género de la comedia negra con destreza notable, y fue todo un éxito en otros años con un elenco encabezado por el inolvidable Hugo Arana. Hoy, bajo otra dirección y otro elenco, regresa a escena con una trama que aún invita a la risa con la reflexión, una tarea nada sencilla en el panorama actual. La pieza obtuvo el reconocimiento del Concurso CONTAR 3, premio que organiza AADET junto a Argentores, distinción que anticipa la calidad del material dramatúrgico.
La historia se desarrolla en un colegio privado de clase alta, donde la directora convoca a los padres de cuatro estudiantes involucrados en un incidente grave. El planteo inicial resulta simple, pero efectivo: una reunión de padres que debería resolver un problema termina por agravarlo exponencialmente. Los tutores, lejos de mostrar madurez y responsabilidad, exhiben lo peor del ser humano.
La estructura narrativa aprovecha cada minuto para desarrollar situaciones que escalan en intensidad cómica. El texto no permite respiros, cada diálogo suma tensión al conflicto central. Los personajes revelan sus obsesiones, prejuicios y mezquindades con naturalidad pasmosa, como si los autores hubieran extraído estas conductas directamente de la realidad.
Dirección precisa y actuaciones memorables
La obra funciona como una matrioshka social, donde cada capa que se descubre revela nuevos niveles de superficialidad y egoísmo. El “incidente” estudiantil se convierte en el pretexto perfecto para que los adultos muestren su verdadera naturaleza, confirmando que la inmadurez no es patrimonio exclusivo de los jóvenes.
Federico Jiménez asume la dirección con criterio claro y mano firme. Su trabajo mantiene el ritmo vertiginoso que exige la comedia, sin sacrificar los momentos de pausa necesarios para que los espectadores asimilen las críticas sociales. La puesta en escena aprovecha cada recurso disponible, desde el espacio físico hasta los tiempos de entrada y salida de los personajes.
El elenco conformado por Walter Muni, Juan Lucero, Ivana Amante, Gaby Bechara, Pepe Barón y Marina Domicoli demuestra una versatilidad actoral excepcional. Cada intérprete construye un personaje distintivo y memorable. El abuelo tradicionalista de Muni contrasta a la perfección con la madre new age de Bechara, mientras que Amante brilla como la esposa del candidato político, rol que ejecuta con precisión milimétrica.
Como directora del establecimiento, Marina Domicoli ofrece una actuación que combina autoridad y desesperación. Su personaje funciona como el eje que intenta mantener el orden mientras el caos se desata a su alrededor. La química entre los seis actores resulta evidente, todos comparten escena de manera constante sin que ninguno opaque al otro.
La propuesta escenográfica mantiene la austeridad necesaria para concentrar la atención en los conflictos humanos. Los elementos visuales apoyan la narrativa sin distraer del trabajo actoral. La iluminación acompaña los cambios de ritmo de la obra, intensificando los momentos de mayor tensión cómica. El vestuario define a cada personaje con precisión sociológica. Cada elección de vestuario comunica información sobre el estatus social, las aspiraciones y las inseguridades de los personajes. Estos detalles técnicos suman capas de significado a la propuesta general.
Reflexiones sobre nuestro presente
“Los Tutores” funciona como un espejo implacable donde reconocemos nuestras propias contradicciones. La obra expone la brecha entre los valores que pregonamos y nuestras acciones concretas. Los personajes encarnan arquetipos sociales reconocibles como el conservador nostálgico, la progresista superficial, el político oportunista, y la madre sobreprotectora.
La obra logra ese equilibrio perfecto entre entretenimiento y reflexión que caracteriza al mejor teatro nacional. Una comedia necesaria que nos invita a mirarnos sin contemplaciones.